San Lucas 2, 1 - 12
“La Epifanía del Señor”
- Los Reyes Magos: representan el camino que siguen quienes escuchan los anhelos más nobles del corazón humano; la estrella que los guía es la nostalgia de lo divino; el camino que recorren es el deseo. Para descubrir lo divino en lo humano, para adorar al niño en vez de buscar su muerte, para reconocer la dignidad del ser humano en vez de destruirla, hay que recorrer un camino muy diferente del que sigue Herodes. No basta escuchar la llamada del corazón; hay que ponerse en marcha, exponerse, correr riesgos.
- El Regalo: los Reyes magos le llevaron: incienso, mirra y Oro. El regalo que nos ha hecho el mismo Dios, el único que sabe regalar de verdad. El que nos ha manifestado su amor insondable regalándonos a su Hijo. «En Él se nos ha manifestado el amor de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres».
- La Adoración: es amor y entrega. Es rendir nuestro ser a Dios y quedarnos en silencio agradecido y gozoso ante El, admirando su misterio desde nuestra pequeñez e insignificancia.
- La Oración: representa nuestra propia vida como un peregrinar, como una peregrinación de fe. Nosotros somos los magos. La fe es la estrella que nos guía. Belén es nuestra meta.
- La Fe: es la luz por la que reconocemos a Dios. Es una estrella que nos lleva a Cristo. Es un don de Dios, una iluminación, no una propiedad nuestra. Cristo dijo: "Nadie puede venir a mí si no es atraído por el Padre que me envió".
- La Luz: necesitamos el testimonio de otros y estamos obligados a "dar testimonio de la luz". El testimonio de una vida buena, de una fe viva, es mucho más eficaz que muchas palabras. Ese es el mensaje de las velas encendidas en pascua y el de la estrella de epifanía. Tendremos que comunicar a nuestros semejantes la luz que hemos recibido.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Epifanía quiere decir manifestación. En la solemnidad de hoy, la Iglesia conmemora la primera manifestación del Hijo de Dios hecho Hombre al mundo pagano, que tuvo lugar con la adoración de los Magos. La fiesta proclama el alcance universal de la misión de Cristo, que viene al mundo para cumplir las promesas hechas a Israel y llevar a cabo la salvación de todos los hombres.
En el Evangelio de hoy, se relata que llegaron estos magos a Jerusalén; tal vez pensaban que aquel era el término de su viaje, pero allí, en la gran ciudad, no encuentran al recién nacido rey de los judíos. Quizá, parece humanamente lo más lógico si se trata de buscar a un rey, fueron directamente al palacio de Herodes; pero los caminos de los hombres no son, frecuentemente, los caminos de Dios. Indagan, ponen los medios a su alcance: ¿Dónde está?, preguntan.
Y Dios, cuando de verdad se lo quiere encontrar, sale al paso, nos señala la ruta, incluso a través de los medios que podrían parecer menos aptos. Y nosotros, que como los Magos nos hemos puesto en camino muchas veces en busca del Señor, nos damos cuenta que Jesús no puede estar en la soberbia que nos separa de Dios, ni en la falta de caridad que nos aísla. Debemos encontrar las verdaderas señales que llevan hasta el Niño Dios. En estos Magos llamados a adorar a Jesús, nos reconocemos a nosotros mismos, que nos encaminamos a Cristo a través de nuestros quehaceres familiares, sociales y de nuestro trabajo, de la fidelidad de lo pequeño de cada día.
Así como en Belén, Dios se dejó encontrar por los magos, así también quiere que nosotros lo encontremos y le entreguemos nuestros dones.
El Señor no necesita de lo que podamos darle, es que nosotros, para encontrarlo, necesitamos poner a sus pies cuanto somos y cuanto de valor tenemos.
No es el día de Reyes, una fiesta para pedir o esperar regalos de nuestro Dios y de nuestros seres queridos; debería ser un día para ejercitarnos en la entrega de lo que somos y de cuanto tenemos a Dios, en primer lugar, y a todos los nuestros; la única forma auténtica de adorar a nuestro Dios es convertirse en su benefactor: a quien sea generoso, Dios le permite hoy convertirse en su rey mago.
PARA LA VIDA
Cuenta una leyenda que hubo un cuarto rey, llamado Artabán. Este tardó en ponerse en camino y seguir la estrella. Cuando llegó a Jerusalén ya Jesús no estaba. Habiendo oído decir que había huido a Egipto se dirigió hacia allí. En el camino encontró muchos necesitados. Movido por la compasión vendió dos de las joyas que llevaba para Jesús. Siguió buscando a Jesús durante treinta años. Llegó a Jerusalén, después de tantos años de búsqueda, y estaban celebrando la fiesta de la Pascua.
La ciudad estaba revuelta. Iban a crucificar a un tal Jesús de Nazaret, el rey de los judíos. Artabán comprendió que su viaje había llegado a su término. Quiso abrirse camino entre la multitud para acercarse hasta Jesús y oyó los gritos de una joven que iba a ser vendida como esclava. Y vendió la tercera joya para rescatarla. En ese momento el cielo se oscureció, la tierra tembló y una piedra enorme le cayó encima. Mientras moría en los brazos de la joven una voz del cielo dijo: "Lo que has hecho por uno de mis hermanos más pequeños lo has hecho por mi".
El cuarto rey podemos serlo cada uno de nosotros. ¿Dónde encajamos nosotros en esta fiesta de la Epifanía? Somos parte de una comunidad, la iglesia, juntos formamos una caravana en búsqueda. Nadie viaja solo. Nadie se salva solo. Necesitamos una estrella que nos guíe: el consejo de un hermano, consultar las escrituras, preguntar el camino... Estamos en diferentes etapas del viaje: viejos buscadores y novatos, los que arrastran los pies, los que dudan, los que pecan, los que tienen problemas como Herodes, los que saben la respuesta como los escribas.

