San Lucas 1, 26 – 38
1.-La Familia: Dios, que es Amor, ha entrado en una familia, queriendo hacer así de ella un lugar particular del amor y una verdadera "Iglesia doméstica". "Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. "Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo" (Exh. Apost. Familiaris consortio, 86).
-El Esposo: como San José, manifiesta su amor ganando el sustento para su casa con el trabajo de sus manos. «Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien» nos dice el Salmo (Sal 128).
-La Esposa: cuya maternidad compara el Salmista a la «vid fecunda» (Ibíd. 3), mujer y madre, corazón de la familia, que constituye verdaderamente la «intimidad de la casa» (Ibíd.), y en torno a la cual todos se congregan sintiendo su amor solícito.
-Los Hijos: que crecen desde niños en la familia «como brotes de olivo» (Ibíd.). No sólo «en torno a la mesa común» (Ibíd.), sino sobre todo en torno a sus padres, que deben ser el mejor modelo para «crecer en sabiduría y gracia» como Jesús en Nazaret.
2.-La Salvación: vino a través del corazón de la Sagrada Familia y se enraizó en la historia del hombre una vez por siempre. La salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades pasa siempre por el corazón de toda familia. Aquí se forma. Oremos hoy por todas las familias del mundo para que logren responder a su vocación tal y como respondió la Sagrada Familia de Nazaret.
3.-La Santidad: es el camino real y el recorrido obligado para construir una sociedad nueva y mejor, para volver a dar esperanza en el futuro a un mundo sobre el que pesan tantas amenazas. Por eso, las familias cristianas de hoy han de saber aprender de ese núcleo de amor y de entrega sin reservas que fue la Sagrada Familia. El Hijo de Dios hecho un niño, como todos los nacidos de mujer, recibía allí continuamente los cuidados de la Madre.
REFLEXIÓN
La liturgia de este día nos propone a la familia de Jesús, como ejemplo y modelo para nuestras comunidades familiares. Las lecturas ofrecen indicaciones prácticas para ayudarnos a construir familias felices, que sean espacios de encuentro, lugares para el compartir, para la fraternidad, para el amor verdadero.
La primera lectura presenta, de forma muy práctica, algunas actitudes que los hijos deben tener para con los padres. Es una forma de concretar ese amor del que habla la segunda lectura.
La segunda lectura subraya la dimensión del amor que debe brotar de las acciones de aquellos que viven “en Cristo” y aceptan ser “Hombres Nuevos”. Ese amor debe alcanzar, de forma muy especial, a todos los que comparten con nosotros el espacio familiar y debe traducirse en determinadas actitudes de comprensión, bondad, respeto, solidaridad, servicio.
El Evangelio presenta una catequesis sobre Jesús y la misión que el Padre le confió; pero, sobre todo, nos propone el marco de una familia ejemplar, la familia de Nazaret. En ese escenario hay dos ejes que puestos de relieve: se trata de una familia donde existe verdadero amor y verdadera solidaridad entre sus miembros; y se trata de una familia que escucha a Dios y que sigue, con absoluta confianza, los caminos propuestos por Él.
El secreto de la verdadera paz, de la mutua y permanente concordia, de la docilidad de los hijos, del florecimiento de las buenas costumbres está en la constante y generosa imitación de la amabilidad, modestia y mansedumbre de la familia de Nazaret, en la que Jesús, Sabiduría eterna del Padre, se nos ofrece junto con María, su madre purísima, y San José, que representa al Padre celestial.
Nuestro pensamiento se dirige sobre todo a la juventud esperanza y consuelo de la Iglesia y futuro sostén de la sociedad y más que nada —ya lo repetimos el pasado año— a cuantos jóvenes van a formar un hogar y no pueden por dificultades económicas. A todos deseamos una vida llena de la divina gracia, que se afiance en la defensa de los valores espirituales, y llena de la prosperidad y suavidad de los bienes de este mundo.
PARA LA VIDA
Un esposo fue a visitar a un sabio consejero y le dijo que ya no quería a su esposa y que pensaba separarse. El sabio lo escuchó, lo miró a los ojos y solamente le dijo una palabra: Ámela. Y no dijo nada más. Pero es que ya no siento nada por ella. Ámela, repuso el sabio. Y ante el desconcierto del señor, después de un oportuno silencio, el sabio agregó lo siguiente: Amar es una decisión, no un sentimiento; amar es dedicación y entrega. Amar es un verbo y el fruto de esa acción es el amor.
El amor es un ejercicio de jardinería: arranque lo que hace daño, prepare el terreno, siembre, sea paciente, riegue y cuide. Esté preparado porque habrá plagas, sequías o excesos de lluvia, mas no por eso abandone su jardín. Ame a su pareja, es decir, acéptela, valórela, respétela, de le afecto y ternura, admírela y compréndala. Eso es todo... Ámela. Cuenta la leyenda que una mujer pobre pasaba con un niño en brazos delante de una caverna y escuchó una voz misteriosa que le decía: Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Y recuerda que después que salgas, la puerta se cerrará para siempre.
Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal. La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente: Te quedan sólo cinco minutos. Agotados los cinco minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, salió de la caverna y la puerta se cerró. Recordó que el niño había quedado dentro y la puerta se había cerrado para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación siempre.