33° Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Noviembre de 2012

San Marcos 13
 , 24 - 32
      


 Cielo y Tierra Pasarán, Mis Palabra no Pasarán

 

  Descargar   Homilía del Padre Rector 
  1. El Fin:  "Nadie sabe el día o la hora..., sólo el Padre". Nada de pánico ante el final. Estamos en las manos de Dios. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre. Lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos durante su vida terrena deben ponerlo en práctica ahora, en el presente histórico. Pero una cosa es cierta: ¡el final, la meta del discipulado es la comunión con el Señor Glorioso! Cielo y tierra pasará, mis palabras no pasarán…
  2. La Esperanza: al  final, está Dios. El Dios creador y revelado en Jesucristo. Un Dios que quiere la vida, la dignidad y la dicha plena del ser humano. Todo queda en sus manos. Él tiene la última palabra. Un día cesarán los llantos y el terror, y reinará la Paz y el Amor. Dios creará «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habitará la justicia» Esta es la firme Esperanza del cristiano enraizada en la promesa de Cristo: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán». 
  3. La Palabra: los que tienen las riendas del mundo pronuncian sus palabras y éstas determinan el curso de la historia, pero son palabras relativas, no tienen consistencia final ante la Palabra de Dios (“que no pasará”) sobre el mundo (“que si pasará”). La Última Palabra la tiene Dios en la venida del Hijo del hombre y esa Palabra es la que determina en última instancia la vida del discípulo.
    
    REFLEXIÓN

        El Evangelio de hoy, nos pone frente a nuestro futuro absoluto. Un futuro quizá desconocido, pero confirmado por la fe; un futuro esperanzador, que aunque no está en nuestras manos, sí está en las manos de Dios. Pero el Evangelio nos pone también en frente de algo que sí está en nuestras manos, en las manos de todos los hombres y de todos los pueblos del mundo: esforzarnos porque este mundo sea la casa de todos en la que todos podamos vivir en paz y ser felices. 
       Jesús quiere que estemos despiertos, que vivamos como hijos de la luz, que vivamos en paz y en armonía. Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras que "no pasarán". "Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca".  

    PARA LA VIDA
       Érase una vez un rey que estaba a punto de morir y mandó llamar a uno de los bufones de la corte para que le divirtiera con sus chistes y su humor. Pero ni sus mejores chistes le arrancaban una sonrisa. "¿Por qué está tan triste, Majestad?". "Porque voy a hacer un largo viaje". "¿Pero si va a hacer un largo viaje, cómo es que no está preparado? No veo maletas, ni ropas, ni caballos". "Ese es el problema. He estado tan ocupado con otras cosas que ahora tengo que enfrentarme solo". 
       "Tenga mi gorro y mis campanillas porque ahora comprendo que usted es más tonto que yo. Va a hacer el viaje más largo de su vida y lo único que se le ocurre es llamarme para divertirle". Al terminar el año litúrgico, el calendario de la Iglesia nos invita a todos, pequeños y grandes, a preparar el viaje más importante de todos: el viaje a los brazos del Padre

    32° Domingo del Tiempo Ordinario, 11 de Noviembre de 2012


    San Marcos 12 , 38 - 44
          

     Amar sin Medida
             
        Descargar   Homilía del Padre Rector 
    1. Dar lo mejor:  la experiencia humana nos enseña que aquel o aquella que ama de verdad, está dispuesto a darlo todo por aquel a quien ama, está dispuesto incluso a sacrificar la propia vida por el amado. La viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás.
    2. La Cruz: Jesús nos dará la gran lección haciendo ofrenda de sí mismo en la cruz. Por eso su sacrificio es único y eficaz, nos ha conseguido el perdón definitivo de nuestros pecados. “Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos”. En el fondo, lo que la fe nos pide no es que demos “algo”, sino que nos demos nosotros, que nuestro corazón sea capaz de darlo todo, de entregarse, de ofrecerse con Cristo. 
    3. El Amor: nunca, el mundo, ha estado tan lleno de todo, pero escaso de amor y afecto. El ser humano anda mendigando amor. Un amor sincero y que da paz al corazón, se traduce en compañía y silencio, una visita oportuna a un enfermo o una palabra de aliento al que se encuentra abatido o deprimido.
        
      REFLEXIÓN

         Hace un mes que comenzamos el Año de la Fe, un año especial para crecer en la fe, revisando también nuestras actitudes y comportamientos. Hoy damos una mirada al Evangelio y nos damos cuenta de estas dos mujeres que nos presenta la Palabra de Dios, las dos viudas y pobres, que fueron capaces de darse a sí mismas en aquel pan que cocinó la viuda de Sarepta para el profeta Elías y en los dos reales que la viuda del Evangelio echó en el arca de las ofrendas. 
         Estas mujeres son de admirar, pero también cuestionan, nuestra fe. Dios fue su tesoro y ambas dieron todo lo que tenían para vivir y, por lo tanto, en aquella ofrenda iban sus vidas por completo, sin reservas. Ambas se hicieron ofrenda y para eso hay que tener una confianza muy grande en Dios. Con su gesto nos muestran su gran fe en un Dios que siempre está y estará de parte de los más pobres.  

      PARA LA VIDA
         Un joven, mientras vagaba por el desierto, encontró un manantial de deliciosa agua cristalina. El agua era tan dulce que llenó su cantimplora de cuero a fin de llevarle un poco de ese manantial al anciano de la tribu que había sido su maestro. 
         Después de una caminata de cuatro días, el joven llega a la tribu y le entrega su cantimplora al anciano quien, tras beber un largo sorbo, sonríe cálidamente a su estudiante, colmándolo de elogios y agradecimientos por esa agua tan dulce. 
         El joven regresa a su hogar con un corazón rebosante de dicha. Más tarde, ese mismo día, el anciano permite que uno de sus estudiantes pruebe un poco de agua.  Instantáneamente la escupe, vociferando acerca del pútrido sabor del líquido. 
         Los hechos indicaban que el agua se había puesto rancia debido a la cantimplora de cuero. Sin pensarlo dos veces, el estudiante censura a su maestro: Maestro, el agua estaba nauseabunda. ¿Por qué has aparentado que te gustaba? Y el maestro respondió: “Tú sólo saboreaste el agua, sin embargo, yo saboreé el regalo. El agua no era sino el recipiente de un acto de amor, y nada, nada en este mundo es más dulce que eso”

      31° Domingo del Tiempo Ordinario, 4 de Noviembre de 2012


      San Marcos 12, 28b - 34
            


       Si no tengo Amor, no soy nada"

           Descargar   Homilía del Padre Rector 
      1. Lo Primero:  Jesús no duda. Lo primero de todo es amar. No hay nada mayor que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. La última palabra la tiene siempre el amor, porque esa fue la primera y última palabra de Dios.  Está claro; el Amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia: la savia de la vida, el secreto último de nuestra felicidad, la clave de nuestra vida personal y social. San Pablo dirá que si no tengo amor, nada sirve.
      2. El Amor: casi nadie piensa que el amor es algo que hay que ir aprendiendo poco a poco a lo largo de la vida. Para Jesús, el amor es la fuerza que mueve y hace crecer la vida pues nos puede liberar de la soledad y la separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros. Amar exige aprender a perdonar. 
      3. Escuchar: será necesario para poder cumplir lo que Dios nos pide, pero la oración en escucha se hace particularmente importante cuando las “circunstancias” se vuelven especialmente difíciles en nuestro amor a Dios y al prójimo, y requerimos gracias especiales de Sabiduría y Fortaleza del Espíritu Santo.
      4. El Prójimo:Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco. De aquí se deduce que nos manda también amarnos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él. Si tenemos como regla de vida el amor a Dios y al prójimo «No estaremos lejos del Reino de Dios». Amor a Dios y al prójimo son las dos caras del único amor de Dios. Él es su fuente y su fin.  
          
        REFLEXIÓN
           Jesús nos manda Amar con el corazón, el alma y la mente, es decir, compromiso asumido por todo mi ser. Yo entero, inteligente y libre, estoy llamado a Amar a Dios y al hermano. 
           Dios es maravilloso. Nos ha creado a todos distintos: altos o bajos, blancos o negros, listos o un poco faltos… pero a todos nos ha creado con la capacidad de Amar y la necesidad de ser amados. Necesidad y sed de Dios mismo.

        PARA LA VIDA
            Un padre llegó a casa cansado del trabajo, se sentó en el sofá y se puso a leer el periódico. Su hijo de pocos años no dejaba de importunarle con miles de preguntas. El padre para quitárselo de encima cogió una página del periódico que tenía una gran foto de la tierra, la cortó en trocitos y se la dio a su hijo para que la recompusiera y lo dejara en paz. 
           Pasaron unos pocos minutos y el hijo volvió con el rompecabezas ya terminado. El padre sorprendido le preguntó cómo lo había armado tan rápido. Había una foto de una mujer en la otra cara y cuando la reconstruí, la tierra también quedó reconstruida, contestó el hijo. 
           A nosotros nos pasa, a veces, lo mismo. Nos pasamos la vida importunando a Dios y gritándole para atraer su atención y nos olvidamos de que se hace presente en las personas. Cada cara lleva una huella de Dios, es una foto de Dios que hay que recomponer. 
           Cuando recomponemos nuestras relaciones humanas, recomponemos, al mismo tiempo, el rostro de Dios y se ve más diáfano en el nuestro.

        30° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de Octubre de 2012


        San Marcos 10, 46b - 52
              

         Señor, que pueda ver

           Descargar   Homilía del Padre Rector 
        1. La Ceguera:  no es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. Todos tenemos nuestras cegueras, limitaciones (físicas, intelectuales, psicológicas, morales), o dependencias que nos desvían la mirada hacia el mal y nos marginan de un modo u otro del amor y del bien.
        2. Ver: el ciego Bartimeo demostró ser una persona decidida y arriesgada no sólo para pedir la vista, sino para usar correcta y santamente: mirar al Señor con todo su ser. 
        3. La Fe: los que tenemos fe debemos reconocer sin complejos que llevamos una riqueza que no es nuestra y que hemos de compartir. Somos depositarios de una luz que quiere iluminar a todos. Por medio del testimonio de fe, que se expresa en el amor y en la atención a las necesidades ajenas, Jesús mismo quiere hacerse cercano también a esta forma de marginación y, dirigiéndose a cada uno, preguntarle con solicitud: « ¿Qué quieres que haga por ti?».
        4. El Camino: en el camino de nuestra vida Jesús se deja encontrar. Si sentimos que, de un modo u otro, Jesús ya nos ha tocado y curado, si estamos ya en camino, Bartimeo nos invita a examinar e imitar la calidad de nuestro seguimiento Puede ser que, como algunos apóstoles, estemos todavía ciegos para ciertos aspectos del mensaje evangélico. Ver al Señor, primero con los ojos del alma, de la fe.  
            
          REFLEXIÓN
             En la recuperación de la vista de Bartimeo se explica la fuerza salvífica de la fe. La fe que lo ha “salvado” tiene siete características: es una fe que
          (1) parte del reconocimiento radical de la necesidad de Jesús,
          (2) clama humildemente ayuda,
          (3) va creciendo progresivamente en la relación con Jesús,
          (4) supera los obstáculos,
          (5) impulsa al abandono absoluto en las manos de Jesús,
          (6) clarifica los propios motivos y
          (7) lleva a decisiones radicales y valientes (“arrojar la capa”, “dar un salto”, decidir “ver”) y que se convierte en seguimiento real (dejarse conducir por el Maestro). 

          PARA LA VIDA
              Érase, una vez, dos monjes que fueron a la ciudad a solucionar unos asuntos del monasterio. Antes de separarse para hacer sus gestiones oraron para mantenerse limpios de corazón y cumplir con fidelidad sus tareas. 
             Uno de los monjes seducido por una mujer cayó en la tentación y pecó.  Cuando al final del día se encontraron para volver al monasterio, el monje pecador sollozaba de tristeza. 
             Su compañero le preguntó la razón de su tristeza. Y éste le dijo: cuando estaba en la ciudad caí en la fornicación y ahora tengo que regresar al monasterio sucio y tengo que confesar mi pecado. El otro monje que se había mantenido puro, sintió compasión por su hermano y le dijo: no llores, yo también he caído en el mismo pecado. Levantémonos, vayamos, confesemos nuestro pecado y juntos hagamos penitencia. 
             Regresaron al monasterio y ambos se confesaron y aunque uno no había pecado hizo oración y penitencia con su hermano como si el pecado hubiera sido suyo. Y Dios perdonó al pecador por el amor de este monje a su hermano. 
             Así es Jesús. Él que no cometió pecado se hizo pecado con nosotros.