San Juan 1, 1 - 18
“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra Paz a los Hombres que Ama el Señor!”
- La Alegría: es una nota distintiva de estas fiestas; alegría individual, alegría familiar, alegría comunitaria, alegría interior y religiosa; alegría también social y pública. El principal motivo de nuestra alegría navideña no puede ser otro que la esperanza y la certeza de la venida de un Dios que, por amor, ha venido a salvarnos. Ha venido a salvarme a mí y, por eso, mi alegría es, en primer lugar, una alegría personal e íntima. Sé que, por mí mismo, no voy a merecer la salvación, pero también sé que, por los méritos de Cristo, Dios me va a salvar.
- La Paz: sólo Jesús hace que surgir la luz de en medio de las tinieblas. Él es Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz. Él es la grandeza de Dios en la realidad frágil, pobre, humilde, y tierna de un niño que acaba de nacer, de un niño para el que su Madre apenas encuentra lugar donde recostarle, un niño que, anunciado por los ángeles, es adorado por unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turnos su rebaño.
- La Justicia: Esperanza es el nuevo nombre de la Navidad. Y a esa esperanza hemos de comprometer nuestra vida. Una vida sobria que significa también solidaridad, fraternidad y justicia social; una vida honrada en el cumplimiento de la entera ley de Dios, en el respeto a los demás, en la equidad y cuyos otros nombres son también solidaridad y fraternidad. Una vida religiosa: una vida que descubra a Dios, al Dios revelado por Jesucristo, al Dios de rostro y corazón humanos, que hoy, en Belén, en Jesús, es el niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Una vida, sí, sobria, honrada y religiosa. Es decir, una vida abierta a Dios y dirigida al prójimo.
- Escucha: porque escuchar es lo propio de quien tiene a Dios en su corazón. Y si te pones en el lugar de la persona que te cuenta sus problemas o preocupaciones, lo estarás haciendo de forma genial. Debemos estar atentos para descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre, sin demostraciones portentosas. Y todo el que ve a Cristo se siente movido a darlo a conocer en seguida. No puede esperar. El anuncio me estremece, mi espíritu se enciende en mi interior y se apresura, como siempre, a comunicar esta alegría y este júbilo” Hoy ha nacido nuestro Salvador.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
El nacimiento de Jesús es ante todo un nacimiento. Navidad es el nacimiento de algo nuevo. Representa el nacimiento de la fe cristiana, de la comunidad cristina. Pero más allá de estos nacimientos, hay un hecho más primordial aún: nace Jesús.
Y cuando alguien nace, surgen las preguntas del mundo:
* ¿Quién es?,
* ¿Cómo se llama?,
* ¿Qué será cuando sea grande? * ¿Quiénes son sus padres?
Es posible que nosotros, los cristianos, tengamos que empezar también por estas preguntas, para realmente poder responder a la pregunta: ¿Conocemos a Cristo? Dios se hizo hombre por amor a los hombres.
La venida del Señor no es un hecho del pasado sino del presente. Y es del presente en la medida en que nosotros dejemos que Dios ̈llegue ̈.
Este tiempo de Navidad pide de nosotros una actitud contemplativa, de silencio y acción de gracias. Nos pide contemplar el misterio, asimilarlo a nuestro ser y confesarlo ante los hombres.
Cristo ha nacido para que nosotros renazcamos. Como dice San Agustín, María ha llevado al Salvador en su seno y cada uno de nosotros debemos llevarlo en nuestro corazón, porque cada uno de nosotros los cristianos, somos hombres redimidos por Cristo, y tenemos que mostrarlo al mundo.
En esta Nochebuena, podríamos recordar las palabras de un ateo que decía:
“Para que yo crea en Cristo es necesario que los cristianos tengan cara de redimidos”.
Y nosotros, hoy y aquí tenemos esa exigencia y esta exigencia es para que Cristo llegue también a aquellas personas que no lo conocen, que no creen en el Salvador. Jesús nació hace dos mil años y pide de nosotros que ese recuerdo nos dé una razón para mejorar, un motivo para volvernos más buenos.
PARA LA VIDA
Una historia de Etiopía nos presenta a un anciano que, en su lecho de muerte, llamó a sus tres hijos y les dijo: No puedo dividir en tres partes lo que poseo. Os tocaría muy poco. He decidido dar todo lo que tengo, como herencia, al que se muestre más astuto y sagaz. Dicho de otra forma, a mi mejor hijo. Encima de la mesa hay una moneda para cada uno. Tomadla.
El que compre con esa moneda algo que pueda llenar toda la casa se quedará con todo. Se fueron. El primer hijo compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta la mitad. El segundo compró sacos de plumas y tampoco la llenó. El tercero -que consiguió la herencia- sólo compró un pequeño objeto. Una vela. Éste esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz. La Navidad es la historia de un viaje de ida y vuelta. Dios vino en pobreza y en debilidad y los suyos no lo reconocieron ni lo recibieron.
¡FELIZ NAVIDAD! ¡FELIZ NOCHE SANTA