San Lucas 1, 26 - 38
«Alégrate, Llena de Gracia, El Señor está Contigo»
- María, Madre de Esperanza: María es la mujer que esperó siempre en Dios, que volcó en Él su corazón, que dio testimonio de su fe y entregó su vida a la causa de Dios. Ella lo llevó en su seno, también nosotros en cierto modo debemos acogerlo en nuestro interior. ¿Quién mejor que ella puede enseñarnos a esperar con confianza y alegría?.
- María, Madre Acogedora: aquella joven de Nazaret, confió en el Señor. Por eso está “llena de gracia", que significa "llena del favor de Dios". La Inmaculada, la que nunca estuvo sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente responsable, fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías esperado por todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel.
- María, Nueva Eva: Eva es seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía. María también es seducida, pero es por el Amor de Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de confianza: "No temas, María". María, humilde y confiada, libre y obediente es el prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva humanidad basada en el amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas. María, nueva Eva, salva a Eva, la rehabilita.
- María Inmaculada: nada ni nadie le distrajo de lo que, para Ella, fue esencial: ¡DIOS! Por dentro supo recibirlo como todo un Dios merecía: limpia, hermosa, sin dudas ni resistencias y con beldad interna. Un espejo que, al reflejarnos, no podemos menos que exclamar: ¡Cuán grande eres María! ¡Qué paladar tuvo Dios al fijarse en Ti!
REFLEXIÓN
A todos nosotros nos gusta imaginar que en la historia de la salvación, alguien, por designio misterioso de Dios, alguien ha sido siempre fiel a Dios, ha sido siempre virgen y ese alguien para nosotros se llama María, la humilde eslava del Señor, que se somete plenamente a su divina voluntad.
- «Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría. Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza, el desánimo y la desesperanza. Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que Jesús nos ha dejado en herencia.
- «El Señor está contigo». No estamos huérfanos. Vivimos invocando cada día a un Dios Padre que nos acompaña, nos defiende y busca siempre el bien de todo ser humano. Esta Iglesia que sufre y lucha contra las tempestades del mundo, no está sola. Jesús, el Buen Pastor, nos está buscando. Su Espíritu nos está atrayendo y María Santísima nos está protegiendo.
- «No temas». Son muchos los miedos que nos paralizan a los seguidores de Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización. Miedo a un futuro incierto. Miedo a nuestra debilidad. Miedo a la conversión al Evangelio. Es urgente construir una Iglesia de la confianza, la confianza de María al plan de Dios. La fortaleza de Dios no se revela en una Iglesia poderosa sino humilde.
- «Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». También a nosotros, como a María, se nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos llamados a juzgar al mundo, sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, está queriendo brotar.
PARA LA VIDA
Era un señor que fue al Liceo para escuchar un buen concierto. Al día siguiente, cuando fue al café, como le gustaba charlar con los amigos que estaban allí, sentados en la mesa, les explicó el concierto con toda clase de detalles. Describió con toda perfección cómo era el teatro, el escenario, los decorados, los trajes de los cantores, los instrumentos, las personas que asistieron, etc. etc., y, cuando terminó, uno le dijo que había explicado muchas cosas, pero que no había hablado de cómo había estado el concierto, y si le había gustado o no. Se lo dijo con voz alta para que lo entendiera. Pero, él, con tristeza le contestó que de la música no podía decir nada, ¡porque era sordo!
Creo que esto mismo les pasa a muchas personas. Preparan la comida, adornan la casa, invitan a la familia, beben buen champán, cantan villancicos, etc., pero no ven a Jesús porque no tienen el corazón limpio. El ruido del mundo y del pecado nos vuelve sordos al llamado de Dios.
María Inmaculada es el signo de la fidelidad de Dios, que no se rinde ante el pecado del hombre. Su plenitud de gracia nos recuerda también las inmensas posibilidades de bien, de belleza, de grandeza y de gozo que están al alcance del hombre cuando se deja guiar por la Voluntad de Dios, y rechaza el pecado.