16° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 Julio 2017, Ciclo A


San Mateo 13, 24 - 43

Tú, Señor, Eres Bueno y Clemente " 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Cizaña: hierba mala que atenta contra la buena cosecha. Junto al bien y a los ciudadanos del Reino, - buena semilla-, existe el mal y existen también los operadores de iniquidad; aquellos que se han dejado arrastrar por el mal. El bien de la cosecha total, así como la virtualidad propia de la semilla nueva, imponen la paciencia y la confianza que acompaña el crecimiento del sembrado. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia.
  2. Los Segadores: la paciencia de los segadores nace de la paciencia de Dios y de su misericordia que no desespera jamás y siempre ofrece vías para la salvación. “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento” (Primera lectura).
  3. La Mostaza: la pequeñez de la semilla de mostaza y la grandeza del árbol que alberga a las aves. Todo aquello que se hace por Dios nace en lo pequeño, en lo sencillo para que se manifieste que es Dios, no el hombre, quien da fecundidad y buen éxito a la tarea evangelizadora. El sembrador hará bien en abarcar con una sola mirada: la semilla y el resultado final, sin entretenerse en los avatares del crecimiento. En cierto sentido, los hombres de Dios son aquellos que ven la semilla y con la misma nitidez ven el cumplimiento del plan de Dios.
  4. La Levadura: una pequeña cantidad basta para fermentar toda la masa. Lleva consigo la idea de lo pequeño que puede más que lo grande y del crecimiento “de fuera a adentro”, “de abajo a arriba” y sin espectáculo alguno, en silencio, como crece el trigo, como fermenta la harina para ser pan. La levadura que fermenta la masa, es el Reino en nosotros y somos nosotros en la humanidad. 

REFLEXIÓN

   El Evangelio de san Mateo nos ha presentado tres parábolas: la cizaña en medio del trigo, el grano de mostaza que crece hasta que anidan los pájaros en sus ramas, y la levadura que fermenta toda la masa.  Estas tres parábolas las podemos resumir en: ni intolerancia, ni triunfalismo, ni indiferencia ante los problemas de nuestro mundo. 
   Vivimos juntos trigo y cizaña, buenos y malos.  Nos encontramos conviviendo juntos y mezclados en la convivencia diaria. Convivimos creyentes, con personas indiferentes a lo religioso; con violentos y con pacifistas.  Hay avances científicos que ayudan a la humanidad, pero otros se han convertido en armas mortales.  
   Algunas organizaciones se presentan como vigilantes de los derechos humanos, pero al mismo tiempo promueven la violación del derecho más fundamental que tiene el ser humano: la vida. ¿Qué hacemos? ¿Cortamos la cizaña?  “No la corten, déjenla crecer junto al trigo hasta la cosecha”, nos decía Jesús, porque podemos confundirnos. 
   Muchos son los que tienen la tentación de arreglar las cosas en el mundo queriendo suprimir los males con la violencia, olvidando que la violencia engendra violencia y que la fuerza, los insultos y las descalificaciones sólo sirven para encrespar más los ánimos. 
   Y a pesar de todo, caemos en la tentación de pretender separar el trigo y la cizaña, creyéndonos cada uno “trigo limpio”.  No podemos olvidarnos que lo bueno y lo malo está muy entremezclado dentro de nosotros mismos, está muy dentro de nuestro propio corazón.  
   Porque cuando olvidamos esto, nos convertimos en jueces intransigentes de los demás.  Nadie es tan bueno que no tenga algo de cizaña; nadie es tan malo que no tenga algo de bueno; nadie puede presumir de ser enteramente trigo limpio.  Por eso, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que en cada uno de nosotros hay trigo y hay cizaña. Sólo Dios es bueno y él tiene la última palabra de misericordia y amor. 

PARA LA VIDA

    Un párroco le preguntó a un niño: ¿Sabes quién te hizo? El niño pensó un momento y contestó: una parte de mí la hizo Dios. ¿Qué significa eso de "una parte"? preguntó el párroco. Dios me hizo pequeño y el resto crecí yo solito. Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: REGALOS DE DIOS. Un ángel atendía a los clientes. ¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor? le pregunté. Vendo todos los dones de Dios. ¿Cobras muy caro? No, los dones de Dios son todos gratis.

   Miré las estanterías, estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía gran necesidad de todas esas cosas. Cobré valor y le dije al ángel: Dame, por favor, bastante amor de Dios, dame perdón de Dios, una bolsa de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación. Todo lo que había pedido me fue servido en una cajita diminuta. Sorprendido, le pregunté: ¿Está todo ahí? El ángel me explicó: Ahí está todo.

   Dios no da nunca frutos maduros. Él sólo da pequeñas semillas que cada cual tiene la obligación de cultivar. Dios siembra su semilla y es buena. Dios hace una parte de cada uno de nosotros. Y es buena. El misterio de crecer es nuestra tarea, nuestra responsabilidad y nuestra libertad. Tarea, no de un día, ni de na confesión, ni de una misa de domingo. Es tarea para toda la vida. Crecer como creyente, crecer como hijo de Dios, crecer como semilla buena, crecer como cristiano, es el trabajo que Dios quiere de todos nosotros. Y este trabajo no termina nunca. Termina el día de la gran cosecha.

15° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 Julio 2017, Ciclo A


San Mateo 13, 1 - 23

Así Será Mi Palabra, que Sale de mi Boca: no Volverá a mí Vacía " 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. El Sembrador: sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía "en conjunto" en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva. Evangelizar no es transmitir una herencia, sino hacer posible el nacimiento de una fe que brote, no como "clonación" del pasado, sino como respuesta nueva al Evangelio escuchado desde las preguntas, los sufrimientos, los gozos y las esperanzas de nuestro tiempo.
  2. La Tierra Fértil: produce una siembra abundante por la mano del sembrador. Dios es el que da el crecimiento, Él puede hacer posible lo imposible: que esta nuestra tierra muerta dé frutos de vida eterna. El sembrador siembra con auténtica generosidad, pero a pesar de que la semilla tiene una virtualidad propia, se requiere que la tierra esté preparada, adecuada y bien dispuesta.
  3. La Palabra: es verdadera y es eficaz. La Palabra de Dios desciende del cielo, y no retorna sin llevar un fruto. Esta Palabra posee además una dimensión creativa. Produce una nueva realidad que no existía y hacen nuevas todas las cosas.
  4. El Terreno:  es necesario que esté preparado. Hacer un examen de la propia vida. ¿Qué tipo de terreno soy yo? ¿Qué tipo de terreno ofrezco a la semilla que Dios pone en mi alma? Es necesario que nos adentremos al fondo del alma y con sinceridad podamos ser  buen terreno, quitando piedras y espinos, es decir, pasiones desordenadas, vicios y pecados. Pero también es necesario preparar el terreno de las almas encomendadas. Los padres deben preparar el terreno en el corazón de sus hijos para acoger el amor de Dios. Los maestros educan no sólo las mentes, sino primeramente el corazón y el alma de sus educandos. 

REFLEXIÓN
   «En la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se dirige a todos indistintamente. Del mismo modo que el sembrador de la parábola no hace distinción entre los terrenos sino que siembra a los cuatro vientos, así el Señor no distingue entre el santo y el pecador, entre el justo y el injusto. Sobre todos ellos hace salir su sol y caer su lluvia. 

   La Palabra de Dios, -como la semilla-, también es buena. Depende de la acogida que tenga la Palabra enviada por el sembrador. No todos produciremos los mismos frutos. No todos somos tierra buena. 

   Dios es el sembrador que ha lanzado al mundo la divina semilla de la Palabra en su Hijo Jesucristo.  Esa semilla es universal, para todos los campos o parcelas. También cada hombre es una parcela que, si recibe con buenas disposiciones la semilla divina, producirá frutos abundantes de santidad y buenas obras, necesarios para esta vida y para poder entrar en la vida eterna. 

   Es verdad que Dios siembra por medio de la Iglesia, pero es igualmente verdad que cada uno de nosotros somos Iglesia por el bautismo, lo cual quiere decir que cada bautizado ha de ser sembrador. La vocación cristiana, además de ser una llamada a la santidad personal, es igualmente una llamada al apostolado en medio del mundo, a ser apóstoles y testigos de Cristo, a ser sembradores de la doctrina enseñada por Jesús, en la familia, en la fábrica o la universidad, en los negocios. Preguntémonos: ¿soy buen sembrador? ¿Sé superar las dificultades que en nuestra sociedad se encuentran para sembrar el Evangelio? ¿Soy consciente de que Dios está a mi lado para que seamos buenos sembradores?

PARA LA VIDA

   Una madre que tenía tres hijos. Cuando se fueron a la universidad les regaló una planta para que alegrara sus habitaciones. Al final del curso fue a ayudarles a recoger sus cosas. En la habitación del hijo mayor, estaba la matera sin planta en un rincón. La tierra estaba cubierta de chicles. ¿Qué le ha pasado a la planta?, le preguntó la madre. Me olvidé de sacarla de la caja y cuando lo hice ya estaba muerta. Cuando fue a recoger al segundo hijo, la planta estaba en una estantería.

   Sólo había dos palitos secos clavados en la tierra. ¿Eso es todo lo que queda de la planta?, le preguntó la madre. Oh, no quería que lo vieras. La planta estuvo muy hermosa hasta el día de Acción de Gracias. Después vinieron los trabajos, las fiestas y me olvidé de regarla. Finalmente fue a ver a su tercer hijo. Y, oh sorpresa, la planta estaba verde y hermosa. Tú no mataste la planta, dijo la madre. Claro que no.

   La planta me recordaba tu amor y yo sabía que tú quieres que la riegue y la cuide. La he regado todos los días y como puedes ver ha crecido mucho. "Tú no mataste la planta". ¿Se imaginan la alegría de la madre al ver que, al menos, uno de sus hijos había sido fiel a su amor y la había cuidado? Hoy, Jesús nos ha contado una historia parecida. La historia del sembrador. La historia de una semilla. ¿Quién es el sembrador? Jesús. ¿Cuál es la semilla sembrada? La Palabra de Dios. ¿Cuál es la tierra sembrada? El corazón.

ORACIÓN A LA VIRGEN del CARMEN, 16 de Julio


"Oh, Virgen del Carmen,

dame mano firme y mirada atenta
para que a mi paso no cause daño a nadie.
Te pido humildemente, guardes mi vida hoy y en todo instante.
Libra, Señora, a quienes me acompañan,
de todo mal, choque, enfermedad, incendio o accidente.

Te suplicamos que nos cuides y nos guíes por buen camino. 

Amén.

14° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 Julio 2017, Ciclo A


San Mateo 11, 25 - 30

Vengan a mi Todos los que están Cansados y Agobiados, y yo los Aliviaré " 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Amor: el que Jesús expresa es un amor personal y concreto que se encarna en prácticas de la vida diaria. Jesús nos habla desde su propia experiencia de amor filial, el cual lo vincula íntimamente con Dios, a quien llama Abba.
  2. La Humildad: la verdadera humildad, lejos de provenir de una falta de clarividencia, de saber hacer, se deriva de un profundo conocimiento de la grandeza infinita de Dios y de la nada de la criatura que, por sí misma, es nada. Este doble conocimiento se unifica cada vez más, pues la infinita majestad de Dios manifiesta la fragilidad de la criatura e, inversamente, nuestra impotencia nos revela, por contraste, la fuerza de Dios. La humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura.
  3. Los Pequeños: nos convertimos en "pequeños" cuando admitimos, como criaturas, la grandeza de Dios y nos abandonamos a ella, reconociendo el gran amor que Él nos ha dispensado por pura gracia. Esas son las "cosas" que el Padre del Cielo ha ocultado a los "sabios" del mundo y nos han sido reveladas mediante el anuncio de la Buena Noticia de la salvación otorgada por Cristo Jesús. 
  4. El Cansancio: debemos sentir dentro de nosotros la misericordia entrañable de Dios y su cariño. No es cierta la imagen de Dios terrible y acusador. Dios, por ser amor, es siempre cercano y tierno que nos mima y nos cuida como una madre que lleva a su hijo en el regazo. ¿Quién no está cansado y agobiado hoy? Jesús pide que acudamos a Él; ahí encontraremos alivio y descanso. El sentir al Dios-misericordia nos debe llevar a practicar la misericordia. Si Dios viene, nuestra vida se llena de sentido. 

REFLEXIÓN 

    La primera lectura presenta a un Mesías tierno y bondadoso, que entra en Jerusalén mansamente, “cabalgando en un asno”.  El profeta canta y anima a Jerusalén para que se alegre con él en este suceso de salvación. A diferencia de los conquistadores, que cabalgan en briosos caballos, el Mesías hace su entrada sobre un humilde asno, que es la cabalgadura tradicional de los campesinos y de los habitantes pacíficos. Y es que su reinado no se mantiene con la violencia, sino con el amor y la justicia.
El Salmo proclama que el Señor es Clemente y Misericordioso, es bueno con todos. 

   En la segunda lectura, San Pablo amonesta a los fieles, en los que supone que "habita el Espíritu de Dios", para que no vivan "según la carne". No se trata de dos clases de hombres, los buenos y los malos, sino de la división que padece el hombre en sí mismo. El cristiano, conducido por el Espíritu, ha de dar muerte a las obras del egoísmo, de la "carne", para resucitar con Cristo a una vida nueva según Dios. 

   En el Evangelio, los pobres son los únicos que entienden y aceptan la sabiduría del Reino. Mucha gente no entendía esta preferencia de Jesús por los pobres y excluidos. Los sabios, los doctores de aquella época, habían creado una serie de leyes que ellos imponían al pueblo en nombre de Dios. 

   Pero la ley del Amor, traída por Jesús, decía lo contrario. Lo que importa, no es tanto lo que hagamos, sino lo que Dios, en su gran amor, hace por nosotros. Jesús, el nuevo Maestro, sabe por experiencia lo que pasa en el corazón de la gente y del pueblo que sufre. Si tú también estás cansado, deprimido o agobiado, pon tus ojos en Jesús. Él es tu descanso. La primera ocupación de la vida es elegir lo que se ha de amar. “El amor hace que sea ligero lo que los preceptos tienen de duro, escribía San Agustín”. 

PARA LA VIDA
  
   Un día, un joven lleno de vigor y entusiasmo presumía en la plaza del pueblo de tener el corazón más sano y hermoso de todos. La gente se arremolinó y confirmaron que su corazón era perfecto, no tenía ni manchas ni rasguños y latía con la precisión de un reloj. De pronto, un anciano se presentó también en la plaza gritando que su corazón era más hermoso que el del joven.

   La gente lo examinó y vio que tenía muchas cicatrices, que le faltaban trocitos y tenía grandes huecos. El joven le dijo: "Déjate de bromas. Mi corazón es más perfecto. El suyo, anciano, es un montón de cicatrices, heridas y dolores." Es cierto, dijo el anciano, pero mira cada cicatriz es una persona amada. Arranqué trocitos de mi corazón para dárselos a las personas amadas. Otras veces, entregué un trozo de mi corazón a personas que no me ofrecían nada.

   Esos son los huecos que ves. Dar amor es arriesgar y esas heridas me recuerdan que sigo amando. ¿Comprendes ahora por qué mi corazón es más hermoso? El joven permaneció en silencio, arrancó un trocito de su corazón y se lo ofreció al anciano. Éste lo recibió y lo colocó en su corazón y le dio un trozo del suyo al joven. El joven miró a su corazón que ya no era perfecto, pero lucía más hermoso que antes porque el amor del anciano fluía en su corazón. Jesús nos dice hoy que él es "manso y humilde de corazón". Y nos invita a examinar su corazón en el que cabemos todos.

   

13° Domingo del Tiempo Ordinario, 2 Julio 2017, Ciclo A



San Mateo 10, 37 - 42

Perder la vida para encontrarla " 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Caridad: se expresa en el amor a Dios, amando al prójimo, y fructifica en la medida en que se pone en ejercicio: cuanto más se ama, más capacidad tenemos para amar. No hay tasa ni medida para amar a Dios. Él espera ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente.
  2. La Hospitalidad: en  cada huésped recibimos al mismo Jesús, según nos lo dice el evangelio. Esto eleva el tono de la dignidad de nuestros huéspedes. Y la recompensa es eterna: Aún un vaso de agua será premiado y ningún gesto o detalle quedará ignorado.  La comunidad cristiana goza también del privilegio de una mesa. Mesa que es Misa. O mesa que es mantel extendido para todos donde se comparten las miradas, los  gestos y los signos de nuestra caridad, de nuestra fe. Mesa que alimenta y fortalece, mesa que nos une. Celebramos nuestra hospitalidad. ¡Cómo quisiéramos hacerlo en amor y gozo compartidos! 
  3. Dar: significa estar vivo y expresar vida. El que tiene mucho y no sabe dar, no es rico. Es un hombre pequeño, impotente, empobrecido, por mucho que posea. En realidad, sólo es rico quien es capaz de regalar algo de sí mismo a los demás y enriquecer a otros. Muchas veces, no se trata de cosas grandes ni espectaculares. Sencillamente, «un vaso de agua fresca». Una sonrisa acogedora, un escuchar sin prisas, una ayuda a levantar el ánimo decaído, un gesto de solidaridad, una visita, un signo de apoyo y amistad.
  4. Tomar La Cruz: significa estar dispuestos a entregar la propia vida por ser fieles a Cristo, así como Él la dio por nosotros. Cristo nos pide que tomemos la cruz propia y le sigamos por esa senda que no es fácil, ni amplia, pero que conduce a la salvación. 

REFLEXIÓN 
   En el Evangelio que hoy se proclama y continúa el llamado “Discurso del envío” (Mt 10,37-42). Jesús no desprecia la familia humana. Pero, con un lenguaje interpelante establece una jerarquía de valores que incluye la radicalidad de la llamada.
   La importancia de los lazos familiares pone de relieve esa mayor generosidad que exige el seguir al Maestro. Sin embargo, Jesús ofrece a sus discípulos la hospitalidad de una nueva familia universal que ni siquiera conocen todavía.
  • “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí y el que me recibe a mí,  recibe al que me ha enviado”. He ahí una promesa que abre un espléndido horizonte a quien ofrece hospedaje al misionero, identificado con Jesús y con su Padre celestial.
  • “El que recibe a un profeta… tendrá recompensa de profeta, y el que recibe a un justo tendrá recompensa de justo”. Es verdad que el amor auténtico florece en el terreno de la gratuidad. Pero Jesús no olvida pregonar la gratitud que alcanzará la hospitalidad.
   Para querer a Dios como Él pide es necesario, además, perder la propia vida, la del hombre viejo. Es necesario morir a las tendencias desordenadas que inclinan al pecado, morir a ese egoísmo, a veces brutal, que lleva al hombre a buscarse sistemáticamente en todo lo que hace.

   Dios quiere que conservemos lo sano y recto que tiene la naturaleza humana, lo bueno y distinto de todo hombre: nada de lo positivo y perfecto, de lo verdaderamente humano, se perderá. La vida de la gracia lo penetra y lo eleva, enriqueciendo así la personalidad del cristiano que ama a Dios. El hombre, cuanto más muere a su yo egoísta, más humano se vuelve y está más dispuesto para la vida sobrenatural.

   Para ser discípulos de Jesús tenemos que estar dispuestos a tomar nuestra cruz y seguirlo cada día... tomar nuestra cruz, no la suya, porque la suya ya la llevó él.

PARA LA VIDA 

   Alguna vez un maestro de novicios  contó la historia de uno de los Padres del desierto al que acudían muchos discípulos en busca de una guía para recorrer el camino de la santidad. Uno de los jóvenes buscadores estaba particularmente preocupado por el secreto de la perseverancia; veía que eran muchos los llamados y pocos los que, efectivamente, se mantenían firmes hasta el final de sus días en el camino comenzado. El Abba, como se les solía llamar a estos Padres durante los primeros siglos de la Iglesia, le dijo al joven novicio:

Cuando un hombre sale con su jauría de perros a cazar, va buscando un venado o una liebre entre los montes y los valles. En un momento determinado uno de los perros reconoce con su olfato la presencia de la presa a lo lejos. Sin perder un instante, comienza a correr y a ladrar, señalando el rumbo a los demás perros y al cazador. Los demás perros también corren y ladran, pero no saben, propiamente hablando, detrás de qué van... por eso, cuando aparecen los obstáculos en el camino, los matorrales cerrados, las quebradas profundas, las cimas infranqueables, se llenan de miedo y dejan de correr. 

   No tienen la culpa, porque, sencillamente, no saben a dónde van, ni qué buscan. Pero el perro que logró olfatear la presa, no tiene inconveniente en superar todas las dificultades que se le puedan presentar en su camino, hasta que llega a atrapar a su presa en compañía de su Señor. Algo parecido nos pasa en la vida a todos los cristianos. Si no tenemos claro detrás de quién vamos, si nos enredamos haciendo relativo lo absoluto y absoluto lo relativo, terminamos perdiendo el rumbo y olvidando para dónde vamos y qué es lo que buscamos.

12° Domingo del Tiempo Ordinario, 25 Junio 2017, Ciclo A


San Mateo 10, 26 - 33

No Tengan Miedo " 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Miedo: cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
  2. La Confianza: es cierto que la vida está llena de experiencias negativas y la fe no ofrece recetas mágicas para resolver los problemas. Pero la existencia del ser humano está en manos de Dios. Sólo en Él está nuestra salvación de la muerte y del fracaso final. Otra consecuencia de la confianza en Dios es la paciencia. La palabra «paciencia» en el primitivo lenguaje griego de las primeras comunidades cristianas se dice «hypomone», y significa literalmente «permanecer en pie» soportando el mal de cada día. Esa es la actitud secreta de quien pone su confianza última en Dios.
  3. La Vocación: es necesario recuperar, en la vida personal y en la sociedad en general, la dimensión misionera de la vocación cristiana. En la entraña misma del cristianismo está la misionalidad, el envío, la tarea de ir y anunciar la buena nueva y convertir a los hombres al amor de Jesucristo.
  4. La Verdad: las personas que emprenden el camino de las disculpas y de las mentiras terminan enredadas en su propia telaraña. Recordemos las sabias palabras de San Mateo en el evangelio de hoy: “nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse”. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los techos.

REFLEXIÓN

En torno a la triple repetición del “No tengan miedo”, se articulan las tres partes de la enseñanza de Jesús:
  1. El misionero no se puede silenciar; al contrario debe proclamar con mayor fuerza. ¡Que no se callen los evangelizadores! 
  2. El misionero debe tener la mirada centrada en lo esencial: la vida que el Padre Creador le ofrece y que nadie le puede quitar. ¡Que no teman dar el paso los mártires! 
  3. El misionero debe ser fiel a la persona de Jesús: al confesarlo o negarlo se juega la comunión definitiva con Él ¡Que no se callen los confesores!
Hay otro argumento, el más poderoso de todos: el amor providente de Dios. 
Las imágenes de los pajaritos y de los cabellos, son significativas:
1.       Las aves no caen sin que el Padre lo sepa. De esta manera, Jesús se remite al cuidado que Dios Padre tiene de lo creado. La lógica es: si Dios se ocupa de un pajarito (que vale un “as”, que era la moneda más sencilla y devaluada), cuánto más valemos delante Dios!
2.      Los cabellos son, como sucede con la arena de la playa, símbolo de lo que aparentemente no se puede contar. Aplicado al martirio, significa que puede ser que uno no consiga comprender la maldad humana, y mucho menos cómo es que Dios pude permitirla, pero si uno no es capaz de contar los cabellos de la cabeza, ¿cómo se atreve a juzgar al creador, quien está por encima de toda comprensión humana?
   En el centro está entonces la confianza en la providencia y la asistencia del Padre del Cielo. Dios no está ausente ni desinteresado por lo que le pase a sus discípulos. 

PARA LA VIDA 

   Jenny era una hermosa niña de cinco años, de ojos relucientes. Un día, mientras ella con su mamá visitaban unas tiendas, Jenny vio un collar de perlas de plástico que costaba 8 euros. ¡Cuánto deseaba poseerlo! Preguntó a su mamá si se lo compraría. Su mamá le dijo: “Hagamos un trato. Yo te compraré el collar y cuando lleguemos a casa haremos una lista de tareas que podrás realizar para pagar el collar. Y no te olvides que para tu cumpleaños, es muy posible que tu abuelita te regale 10 euros ¿Estás de acuerdo?”. 
   Jenny estuvo de acuerdo y su mamá le compró el collar de perlas. Gracias a su esfuerzo y a los 10 euros que le regaló su abuelita, Jenny canceló su deuda. Jenny amaba sus perlas y las llevaba puestas a todas partes, menos cuando se bañaba, pues su mamá le había dicho que se volvía de color verde con el agua. Jenny tenía un papá que la quería mucho, Cuando Jenny iba a su cama, él se levantaba del sillón para leerle su cuento preferido. 
   Una noche, cuando terminó el cuento, le dijo: “Jenny, ¿tú me quieres?” “Oh, sí papá, tú sabes que te quiero” “Entonces, regálame tus perlas”. “Oh, papá, mis perlas no”, dijo Jenny. Una semana después, el papá volvió a preguntarle: Jenny, ¿tú me quieres?”. “Oh, sí papá, tú sabes que te quiero”. “Regálame tus perlas”. “Oh, papá mis perlas no, pero te doy los lazos de mi caballo de juguete. 
   Es mi favorito, su pelo es tan suave y tú puedes jugar con él”. “No, hijita, que Dios te bendiga y felices sueños”, le dijo el papá dándole un beso en la mejilla. Algunos días después, cuando el papá de Jenny entró en su habitación, Jenny estaba sentada en su cama y le temblaban los labios: “Toma, papá”, y estiró su mano.