San Mateo 13, 24 - 43
" Tú, Señor, Eres Bueno y Clemente "
- La Cizaña: hierba mala que atenta contra la buena cosecha. Junto al bien y a los ciudadanos del Reino, - buena semilla-, existe el mal y existen también los operadores de iniquidad; aquellos que se han dejado arrastrar por el mal. El bien de la cosecha total, así como la virtualidad propia de la semilla nueva, imponen la paciencia y la confianza que acompaña el crecimiento del sembrado. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia.
- Los Segadores: la paciencia de los segadores nace de la paciencia de Dios y de su misericordia que no desespera jamás y siempre ofrece vías para la salvación. “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento” (Primera lectura).
- La Mostaza: la pequeñez de la semilla de mostaza y la grandeza del árbol que alberga a las aves. Todo aquello que se hace por Dios nace en lo pequeño, en lo sencillo para que se manifieste que es Dios, no el hombre, quien da fecundidad y buen éxito a la tarea evangelizadora. El sembrador hará bien en abarcar con una sola mirada: la semilla y el resultado final, sin entretenerse en los avatares del crecimiento. En cierto sentido, los hombres de Dios son aquellos que ven la semilla y con la misma nitidez ven el cumplimiento del plan de Dios.
- La Levadura: una pequeña cantidad basta para fermentar toda la masa. Lleva consigo la idea de lo pequeño que puede más que lo grande y del crecimiento “de fuera a adentro”, “de abajo a arriba” y sin espectáculo alguno, en silencio, como crece el trigo, como fermenta la harina para ser pan. La levadura que fermenta la masa, es el Reino en nosotros y somos nosotros en la humanidad.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
El Evangelio de san Mateo nos ha presentado tres parábolas: la cizaña en medio del trigo, el grano de mostaza que crece hasta que anidan los pájaros en sus ramas, y la levadura que fermenta toda la masa. Estas tres parábolas las podemos resumir en: ni intolerancia, ni triunfalismo, ni indiferencia ante los problemas de nuestro mundo.
Vivimos juntos trigo y cizaña, buenos y malos. Nos encontramos conviviendo juntos y mezclados en la convivencia diaria. Convivimos creyentes, con personas indiferentes a lo religioso; con violentos y con pacifistas. Hay avances científicos que ayudan a la humanidad, pero otros se han convertido en armas mortales.
Algunas organizaciones se presentan como vigilantes de los derechos humanos, pero al mismo tiempo promueven la violación del derecho más fundamental que tiene el ser humano: la vida. ¿Qué hacemos? ¿Cortamos la cizaña? “No la corten, déjenla crecer junto al trigo hasta la cosecha”, nos decía Jesús, porque podemos confundirnos.
Muchos son los que tienen la tentación de arreglar las cosas en el mundo queriendo suprimir los males con la violencia, olvidando que la violencia engendra violencia y que la fuerza, los insultos y las descalificaciones sólo sirven para encrespar más los ánimos.
Y a pesar de todo, caemos en la tentación de pretender separar el trigo y la cizaña, creyéndonos cada uno “trigo limpio”. No podemos olvidarnos que lo bueno y lo malo está muy entremezclado dentro de nosotros mismos, está muy dentro de nuestro propio corazón.
Porque cuando olvidamos esto, nos convertimos en jueces intransigentes de los demás. Nadie es tan bueno que no tenga algo de cizaña; nadie es tan malo que no tenga algo de bueno; nadie puede presumir de ser enteramente trigo limpio. Por eso, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que en cada uno de nosotros hay trigo y hay cizaña. Sólo Dios es bueno y él tiene la última palabra de misericordia y amor.
PARA LA VIDA
Un párroco le preguntó a un niño: ¿Sabes quién te hizo? El niño pensó un momento y contestó: una parte de mí la hizo Dios. ¿Qué significa eso de "una parte"? preguntó el párroco. Dios me hizo pequeño y el resto crecí yo solito. Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: REGALOS DE DIOS. Un ángel atendía a los clientes. ¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor? le pregunté. Vendo todos los dones de Dios. ¿Cobras muy caro? No, los dones de Dios son todos gratis.
Miré las estanterías, estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía gran necesidad de todas esas cosas. Cobré valor y le dije al ángel: Dame, por favor, bastante amor de Dios, dame perdón de Dios, una bolsa de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación. Todo lo que había pedido me fue servido en una cajita diminuta. Sorprendido, le pregunté: ¿Está todo ahí? El ángel me explicó: Ahí está todo.
Dios no da nunca frutos maduros. Él sólo da pequeñas semillas que cada cual tiene la obligación de cultivar. Dios siembra su semilla y es buena. Dios hace una parte de cada uno de nosotros. Y es buena. El misterio de crecer es nuestra tarea, nuestra responsabilidad y nuestra libertad. Tarea, no de un día, ni de na confesión, ni de una misa de domingo. Es tarea para toda la vida. Crecer como creyente, crecer como hijo de Dios, crecer como semilla buena, crecer como cristiano, es el trabajo que Dios quiere de todos nosotros. Y este trabajo no termina nunca. Termina el día de la gran cosecha.