San Lucas 18, 9 - 14
“Si el Afligido Invoca al Señor, Él lo Escucha”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-La Oración: todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. Para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el «Padrenuestro», alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos... Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración.
2.-La Fe en La Familia: las familias cristianas son familias misioneras. Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe. Conservar la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días. la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables... la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida. En el fondo de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro.
3.-La Humildad: la actitud adecuada del hombre en su relación con Dios sólo puede ser la de reconocer que Dios «es el que es» y «el que hace ser» (Ex 3,14), mientras que el hombre es el que no es nada por sí mismo, el que lo recibe todo de Dios. La auténtica relación del hombre con Dios sólo puede basarse en la verdad de lo que es Dios y en la verdad de lo que es el hombre. La única actitud justa delante de Dios es la de acercarnos a Él mendigando su gracia, como el pobre que sabe que no tiene derecho a exigir nada y que pide confiado sólo en la bondad del que escucha.
4.-El Orgullo: es lamentable que el responsable de acciones delictivas no manifieste el mínimo arrepentimiento. Es mucho más lamentable la soberbia de quienes - como el fariseo de la parábola - se erigen en “virtuosos” jueces de los otros, albergando, al modo de virtudes, graves irresponsabilidades en el ordenamiento de una sociedad que debe ser justa y fraterna. El Evangelio abre el camino del cambio y de la verdad, en la actitud de un pecador que se arrepiente, en oposición al maléfico fariseísmo que ahonda el abismo del odio y de la discordia. Es propósito de nuevos protagonistas suturar las heridas que se han producido y que parecen reabrirse por causa de irresponsables actitudes de injusticia y de venganza.
REFLEXIÓN
La liturgia de este domingo nos muestra que Dios siente “debilidad” por los humildes y por los pobres, por los marginados; y que estos, en su despojamiento, en su humildad, en su finitud (y hasta en su pecado), son los que están más cerca de la salvación, pues son los que están más disponibles para acoger el don de Dios.
La primera lectura define a Dios como a un “juez justo”, que no se deja sobornar por las ofrendas de esos poderosos que practican la injusticia con los hermanos; en contrapartida, ese Dios justo ama a los humildes y escucha sus súplicas.
En la segunda lectura, tenemos una invitación a vivir el camino cristiano con entusiasmo, con entrega, con ánimo, a ejemplo de Pablo. La lectura se separa un poco del tema general de este domingo; con todo, podemos decir que Pablo fue un buen ejemplo de esa actitud que el Evangelio propone: él confió, no en sus méritos, sino en la misericordia de Dios, que justifica y salva a todos los hombres que la acogen.
El Evangelio define la actitud que el creyente debe tener frente a Dios. Rechaza la actitud de los orgullosos y autosuficientes, convencidos de que la salvación es el resultado natural de sus méritos, y propone la actitud humilde del pecador, que se presenta ante Dios con las manos vacías, pero dispuesto a acoger su don. Esa es la actitud del “pobre”, la que Lucas propone a los creyentes de su tiempo y de todos los tiempos.
La coherencia entre el pensamiento y el compromiso es la principal exigencia evangélica. La firmeza en la exposición de la verdad y de sus exigencias concretas caracteriza la propuesta de la fe católica a la sociedad y a su cultura. En consecuencia se producen momentos dramáticos que oscilan entre la controversia desigual y la persecución desembozada. No obstante la Iglesia debe manifestarse, como lo logra su Maestro y Señor, valiente y mansa, fiel y misericordiosa. Difícil pero único modo de trazar un sendero transitable hacia la construcción de la paz. Es preciso no decaer en el fervor primero de Pentecostés y en la paciencia martirial de muchas personas santas. Cuando la prueba amenaza a nuestra estabilidad es la ocasión de sacar fruto de la lucha. El ataque - a veces muy fiero - de los habituales enemigos predispone el campo para la victoria.
PARA LA VIDA
A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: - ¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada? La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: - Bueno, de la pobre María no estoy tan segura.
Hace unos cuantos años, el Papa Pablo VI decía que lo peor que le podría pasar al mundo era que se cansaran los buenos; para Jesús, en el Evangelio de hoy, lo peor que le puede ocurrir al verdadero testimonio cristiano son aquellos que se “creen” bueno, que no es lo mismo que ser bueno. Una vez más Cristo desacredita al fariseo, el modelo de hombre fiel cumplidor de la ly, no porque sea piadoso, sino porque es orgulloso y porque desprecia al publicano pecador al que no considera digno de estar ante Dios.
Y sobre todo porque pretende comprar la salvación de Dios con sus buenas obras o con sus cumplimientos legales. Y es ése el pecado mayor que los Evangelios de estos días nos están repitiendo: la fe es un don, la salvación es un regalo, no una conquista nuestra, y menos un condicionante para Dios.