30° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de Octubre 2022, Ciclo C

 San Lucas 18, 9 - 14

Si el Afligido Invoca al Señor, Él lo Escucha

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Oración: todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. Para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el «Padrenuestro», alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos... Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración.

2.-La Fe en La Familia: las familias cristianas son familias misioneras. Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe. Conservar la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos los días.  la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables... la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida. En el fondo de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro.

3.-La Humildad: la actitud adecuada del hombre en su relación con Dios sólo puede ser la de reconocer que Dios «es el que es» y «el que hace ser» (Ex 3,14), mientras que el hombre es el que no es nada por sí mismo, el que lo recibe todo de Dios. La auténtica relación del hombre con Dios sólo puede basarse en la verdad de lo que es Dios y en la verdad de lo que es el hombre. La única actitud justa delante de Dios es la de acercarnos a Él mendigando su gracia, como el pobre que sabe que no tiene derecho a exigir nada y que pide confiado sólo en la bondad del que escucha.

4.-El Orgullo: es lamentable que el responsable de acciones delictivas no manifieste el mínimo arrepentimiento. Es mucho más lamentable la soberbia de quienes - como el fariseo de la parábola - se erigen en “virtuosos” jueces de los otros, albergando, al modo de virtudes, graves irresponsabilidades en el ordenamiento de una sociedad que debe ser justa y fraterna. El Evangelio abre el camino del cambio y de la verdad, en la actitud de un pecador que se arrepiente, en oposición al maléfico fariseísmo que ahonda el abismo del odio y de la discordia. Es propósito de nuevos protagonistas suturar las heridas que se han producido y que parecen reabrirse por causa de irresponsables actitudes de injusticia y de venganza.

REFLEXIÓN

   La liturgia de este domingo nos muestra que Dios siente “debilidad” por los humildes y por los pobres, por los marginados; y que estos, en su despojamiento, en su humildad, en su finitud (y hasta en su pecado), son los que están más cerca de la salvación, pues son los que están más disponibles para acoger el don de Dios.

   La primera lectura define a Dios como a un “juez justo”, que no se deja sobornar por las ofrendas de esos poderosos que practican la injusticia con los hermanos; en contrapartida, ese Dios justo ama a los humildes y escucha sus súplicas.

   En la segunda lectura, tenemos una invitación a vivir el camino cristiano con entusiasmo, con entrega, con ánimo, a ejemplo de Pablo. La lectura se separa un poco del tema general de este domingo; con todo, podemos decir que Pablo fue un buen ejemplo de esa actitud que el Evangelio propone: él confió, no en sus méritos, sino en la misericordia de Dios, que justifica y salva a todos los hombres que la acogen.

   El Evangelio define la actitud que el creyente debe tener frente a Dios. Rechaza la actitud de los orgullosos y autosuficientes, convencidos de que la salvación es el resultado natural de sus méritos, y propone la actitud humilde del pecador, que se presenta ante Dios con las manos vacías, pero dispuesto a acoger su don. Esa es la actitud del “pobre”, la que Lucas propone a los creyentes de su tiempo y de todos los tiempos.

La coherencia entre el pensamiento y el compromiso es la principal exigencia evangélica. La firmeza en la exposición de la verdad y de sus exigencias concretas caracteriza la propuesta de la fe católica a la sociedad y a su cultura. En consecuencia se producen momentos dramáticos que oscilan entre la controversia desigual y la persecución desembozada. No obstante la Iglesia debe manifestarse, como lo logra su Maestro y Señor, valiente y mansa, fiel y misericordiosa. Difícil pero único modo de trazar un sendero transitable hacia la construcción de la paz. Es preciso no decaer en el fervor primero de Pentecostés y en la paciencia martirial de muchas personas santas. Cuando la prueba amenaza a nuestra estabilidad es la ocasión de sacar fruto de la lucha. El ataque - a veces muy fiero - de los habituales enemigos predispone el campo para la victoria.

PARA LA VIDA

   A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: - ¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada? La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: - Bueno, de la pobre María no estoy tan segura.

   Hace unos cuantos años, el Papa Pablo VI decía que lo peor que le podría pasar al mundo era que se cansaran los buenos; para Jesús, en el Evangelio de hoy, lo peor que le puede ocurrir al verdadero testimonio cristiano son aquellos que se “creen” bueno, que no es lo mismo que ser bueno. Una vez más Cristo desacredita al fariseo, el modelo de hombre fiel cumplidor de la ly, no porque sea piadoso, sino porque es orgulloso y porque desprecia al publicano pecador al que no considera digno de estar ante Dios.

   Y sobre todo porque pretende comprar la salvación de Dios con sus buenas obras o con sus cumplimientos legales. Y es ése el pecado mayor que los Evangelios de estos días nos están repitiendo: la fe es un don, la salvación es un regalo, no una conquista nuestra, y menos un condicionante para Dios.

   ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a los demás? Sólo Dios conoce los corazones de las personas y las intenciones que las mueven.  Por eso Jesús muestra el verdadero rostro de Dios en sus parábolas, en sus milagros, en el trato con determinadas personas, precisamente para acentuar y mostrar a las claras que todos caben en el corazón de su Padre Misericordioso.  Buena lección para todos nosotros, y en general para la Iglesia, que muchas veces nos creemos los buenos, con derecho a dar certificado de buena o mala conducta a los demás.

29° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 de Octubre 2022, Ciclo C

 San Lucas 18, 1 - 8

Dios Hará Justicia a sus Elegidos que Claman a Él

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-: La Oración: la oración del pastor sostiene a la grey. la oración del pueblo sostiene a quien tiene la misión de guiarlo. Cuando la fe se colma de amor a Dios, reconocido como Padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente; se convierte en un gemido del espíritu, un grito del alma que penetra en el corazón de Dios. De este modo, la oración se convierte en la mayor fuerza de transformación del mundo.

2.-: La Fe: es la confianza total en Dios, y esa confianza es la que nos falta cuando oramos, por eso nos cansamos pronto de pedirle a Dios. Porque nosotros creemos saber cuándo han de suceder las cosas, pero la fe nos hace ver que es Dios quien lleva nuestra vida, que es Él quien hace las cosas cuando las ha de hacer. Que Él nunca nos deja solos, aunque a veces nos lo parezca.

3.-: La Palabra: La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.» Hacer de la Palabra de Dios -tal como la tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de afrontar nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato con nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida. 

4.-: La Misión: todos los cristianos, por nuestro bautismo, somos enviados por Cristo a ser misioneros, a llevar la Palabra a todos, como Pablo le recuerda hoy a Timoteo. Por esto, la Iglesia recuerda hoy de modo especial a los misioneros, cuya misión es precisamente evangelizar, llevar la palabra del Evangelio a todos los pueblos. Y nos recuerda a nosotros la misión que tenemos por nuestro bautismo y por nuestra fe. Pero también hemos de concienciarnos de que cada uno de nosotros estamos llamados para la misión. La fe que Dios quiere encontrar en la tierra es un tesoro que nosotros hemos recibido por el bautismo. Por el mismo bautismo estamos llamados a propagar esa misma fe allá donde nos encontremos.

5.-: La Justicia: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque todo el que pide, recibe, el que busca halla, y al que llama, se le abre”(Mateo 6,7). “¿No hará justicia Dios a sus elegidos, que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas?”. (Lucas 18,7). “Os digo que les hará justicia sin tardar” (Lucas 18,8). “Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha”. 

REFLEXIÓN

   La Palabra que la liturgia de hoy nos presenta nos invita a mantener con Dios una relación estrecha, una comunión íntima, un diálogo insistente: sólo de esa forma será posible al creyente aceptar los planes de Dios, comprender sus silencios, respetar sus ritmos, creer en su amor.

   La primera lectura da a entender que Dios interviene en el mundo y salva a su Pueblo sirviéndose, muchas veces, de la acción de hombres; pero, para que el hombre pueda ganar la dura batalla de la existencia, tiene que contar con la ayuda y la fuerza de Dios. Ahora bien, esa ayuda y esa fuerza brotan de la oración, del diálogo con Dios.

   La segunda lectura, sin referirse directamente al tema de la relación del creyente con Dios, presenta otra fuente privilegiada para el encuentro entre Dios y el hombre: la Sagrada Escritura. Siendo la Palabra con la que Dios indica a los hombres el camino que lleva a la vida plena, ella debe tener un lugar preponderante en la vida cristiana.

   El Evangelio sugiere que Dios no está ausente, ni se queda insensible ante el sufrimiento de su Pueblo. Los creyentes deben descubrir que Dios les ama y que tiene un proyecto de salvación para todos los hombres; y ese descubrimiento sólo puede realizarse a través de la oración, de un diálogo continuo y perseverante con Dios.

   La acción misionera de la Iglesia tiene como objetivo la fe en Cristo, de modo que cada uno descubra lo que significa confiarse a un amor misericordioso, que acoge, perdona, sostiene y orienta toda la existencia. Hoy recordamos a todos los que, con entrega generosa y sencillez de corazón, han abandonado su tierra, como Abraham, para comunicar a otros en los campos de misión del mundo el Amor que todo lo abarca con su providencia. Acudimos también a María, la “buena tierra”, que acoge la palabra con corazón noble y generoso y la cumple, convirtiéndose así en icono perfecto de la fe y estrella de la nueva evangelización.

Oremos con la fe perseverante de la viuda y especialmente de la Virgen María, creyente y discípula, que confía en la fidelidad de Dios a sus promesas. Además tenemos la garantía de Jesús: “Cuanto pidáis al Padre en la oración, creed que ya lo habéis obtenido, y lo obtendréis” (Marcos 11,25). 

PARA LA VIDA 

   Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena. 

   Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis brazos”.

   El cuento-poema de hoy nos recuerda esta presencia amorosa de Dios en nuestra vida, sobre todo en los momentos difíciles, cuando pensamos que Dios nos ha abandonado. La fe no nos quita los males ni las enfermedades ni los sufrimientos. La fe nos da una mirada nueva sobre todos esos males y nos invita a sacar lo bueno de caso. Quizá nos falte más fe. Quizá nos falte más confianza en Dios o más generosidad o más disponibilidad a su Voluntad. Pero no dejemos de orar, no dejemos de pedir, y también más a menudo de dar gracias. Con insistencia, con fe, como la viuda de la parábola.

28° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 de Octubre 2022, Ciclo C

 San Lucas 17, 11 - 19

“Es de Bien Nacidos Ser Agradecidos” y “Hay más Alegría en Dar que en Recibir”

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-  La Lepra:  es aislamiento, abandono total al poder de la muerte, cuya esencia es la soledad, rutina y comunión con otros. Asi es la lepra de la arrogancia o la hipocresía. Pero, cuándo renunciamos al propio papel de la arrogancia y la hipocresía y nos presentamos desnudos ante Dios vivo. La obediencia es el baño que purifica y salva. La semejanza con nuestra situación es evidente. La situación del leproso. El enfrentarse con la plena incomunicación, con el estár vivo en medio de la muerte, proporciona la disposición para seguir en pos del último rumor y agarrarse a un clavo ardiendo para buscar la salvación. 

2.-: El Pecado: es un momento cruel y terrible de derrumbamiento en la nada, nos resistimos como Naamán a dejarnos bañar y purificar. La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir «sí», pero después no se consigue repetir este «sí» cada día. No se consigue ser fieles. María ha dicho su «sí» a Dios, un «sí» que ha cambiado su humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos «sí» Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. Dios nos sana no solo de la enfermedad física sino que además nos salva de nuestros pecados.

3-: La Fe: «Tu fe te ha salvado». Y es que Jesús obra el milagro para provocar la fe y realizar así la curación de otra enfermedad más grave y profunda. Los beneficios que recibimos de Dios son signos de su poder salvador y de su amor misericordioso. ¿Recibo los dones de Dios como signos? ¿Me llevan a creer más en Cristo y a abrirme a su poder salvador? Por otra parte, la auténtica fe lleva a adorar a Dios. La fe nos lleva a hecharnos por tierra a los pies de Jesús». La fe nos hace reconoce la grandeza de Cristo y experimentar la necesidad de adorarle.

4-: La Gratitud: Jesús aprecia al hombre que manifiesta gratitud. Que no da nada por descontado. Que sabe abrirse al estupor, a la sorpresa, y por tanto a la gratitud. Tenemos que convencernos de que "todo es gracia". Nada se nos debe. No merecemos nada. Si todo viene de Dios, gratuitamente, todo debe volver a él a través de la alabanza, la maravilla y la gratitud. "La verdadera gracia produce la gratitud; la verdadera gracia nos pone, no sólo en estado de gracia, sino en acción de gracias" (Evely-L). 

REFLEXIÓN

La liturgia de este domingo nos muestra, con ejemplos concretos, cómo Dios tiene un proyecto de salvación para ofrecer a todos los hombres, sin excepción. Reconocer el don de Dios, acogerlo con amor y gratitud, es la condición para vencer la alienación, el sufrimiento, el alejamiento de Dios y de los hermanos y llegar a la vida plena.

   La primera lectura nos presenta la historia de un leproso (el sirio Naamán). El episodio revela que sólo Yahvé ofrece al hombre la vida y la salvación, sin límites ni excepciones; al hombre le queda acoger el don de Dios, reconocerlo como el único salvador y manifestarle gratitud.

   La segunda lectura define la existencia cristiana como la identificación con Cristo. Quien acoge el don de Dios, se hace discípulo: se identifica con Cristo, vive en el amor y en la entrega a los hermanos y llega a la vida nueva de la resurrección.

   El Evangelio nos presenta a un grupo de leprosos que se encuentran con Jesús, y que a través de Jesús descubren la misericordia y el amor de Dios. Ellos representan a toda la humanidad, envuelta por la miseria y por el sufrimiento, sobre quien Dios derrama su bondad, su amor, su salvación. También aquí se nos llama la atención sobre la respuesta que el hombre da al don de Dios: todos los que experimentan la salvación que Dios ofrece deben reconocer el don, acogerlo y manifestarle su gratitud.

   Como fácilmente podemos advertir, el milagro transcurre sobre un trasfondo histórico muy concreto: los judíos no supieron descubrir nada especial en Jesús; en todo caso, el contacto con él sólo les sirvió para seguir aferrados a su comunidad judaica sin dar el paso nuevo. Sólo los extranjeros que no participaban del pueblo de Dios, los verdaderos marginados, encontraron en Jesús el principio de una nueva vida y la integración a una nueva comunidad: la Iglesia.

   «Tu fe te ha salvado». Sólo cuando esta frase puede aplicarse a nuestra vida, cuando sentimos que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe cristiana produce un verdadero cambio en la persona y en la sociedad, sólo entonces podemos comenzar a sentirnos cristianos. Entre tanto, retornemos a Cristo, al Cristo de la fe difícil y comprometida, no sea que en su nombre nos estemos alejando cada día más. Como aquel leproso, volvámonos alabando a Dios a grandes gritos y echémonos a los pies de Jesús, dándole gracias porque hoy su palabra nos ha abierto los ojos. 

PARA LA VIDA

   Cuentan que una vez llegó un hombre al cielo y Jesús comenzó a enseñarle los diferentes departamentos  existentes. El hombre notó lo atareados que estaban en el departamento de “peticiones” y “bendiciones”, donde se reciben las peticiones de las personas y donde se entregan las bendiciones solicitadas. Notó un departamento solitario y con un solo ángel. El hombre le preguntó a Jesús cuál era ese departamento. Jesús le contestó: “es el departamento donde se reciben los agradecimientos por las bendiciones recibidas a través de la peticiones”.

   Una llamada a nosotros cristianos que venimos todos los domingos a Misa, que tenemos la tentación de merecer el cielo y la salvación, que podemos pensar que no le debemos nada a Dios, que es algo merecido por nuestras obras. ¡Qué equivocados estamos! Todos somos “leprosos”, necesitados de conversión y curación continuas.  Nuestra vida debería ser, como significa precisamente Eucaristía, “acción de gracias” permanente por el maravilloso regalo de la fe, siempre abierta a maravillarse ante lo imprevisto de Dios, nunca acostumbrados al rito rutinario vacío de vida y de corazón. 

   De paso, todo esto nos recuerda que “agradecer” es la más hermosa actitud de la vida. El agradecimiento predispone a dar más. ¡Cómo nos gusta que nos agradezcan, que valoren lo que hacemos o que damos, que reconozcan nuestra persona!. Nos anima siempre a no cansarnos de seguir haciendo el bien. ¡Qué pena esta sociedad y estos niños y jóvenes sobre todo que están creciendo en la cultura del tener, del poseer, del pedir, del exigir, pero poco en la del dar, la del agradecer!

   Ojalá que esta Eucaristía nos empuje a ser más agradecido con Dios, no por lo que nos da, sino por lo que El es, Fuente del Amor.

27° Domingo del Tiempo Ordinario, 2 de Octubre 2022, Ciclo C

 San Lucas 17, 5 - 10

“ ¡ Si Tuvieras Fe ! 

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Fe Cristiana:  es ante todo una entrega personal a Dios, en respuesta a la persona y a la palabra viva de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que se hace hombre para hacer a los hombres hijos de Dios. La vida para los creyentes, como para San Pablo, no tiene sentido si no está centrada realmente en Cristo y marcada siempre por su evangelio. La fe es un don de Dios, es algo que se pide y se agradece. No es la barita mágica que nos resuelve los problemas. La fe sirve para que vivamos las mismas cosas que viven las demás personas pero de manera diferente. En medio de los aprietos y dificultades comunes con nuestros hermanos, los cristianos tenemos la confianza en el Señor. La mirada fija en Él. Tenemos la seguridad de su presencia, que nos acompaña y sostiene. La fe no nos dispensa de la dura tarea de hombres y mujeres. No es una escapatoria de las responsabilidades de la vida. No nos ahorra el camino. Pero da sentido al caminar, y, hasta lo imposible deja de serlo, si se tiene fe.

2.- El Justo: vive por la fe. La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. Para llegar a la fe y permanecer en ella es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del alma y concede a todos facilidad para aceptar y creer la verdad.

3.-Los Creyentes: por la gracia divina, guardaron intacto el depósito de la fe, y confesaron a Cristo entre los hombres y entre los creyentes por la palabra y la obra. Solo así la verdad evangélica es proclamada eficazmente y penetra en el corazón de los hombres para convencerlos, transformarlos y vivificarlos. La fe actúa de este modo en toda su plenitud, guardando su luminosa simplicidad.

4.- La Salvación: el don fundamental de la salvación es la fe, pero entendida rectamente a la luz de la Palabra de Dios, es decir, como una fuerza interior que proviene de lo alto y que lo transforma todo, con tal que el hombre sepa acogerla con humilde disponibilidad. 

5.- La Humildad: la primera virtud del cristiano, como tantas veces nos dice san Agustín, es la humildad. Es verdad que somos hijos de Dios, pero no debemos olvidar que también somos sus siervos. La misma Virgen María se declara esclava del Señor, en el mismo momento en que el ángel la llama bienaventurada y dichosa porque ha sido elegida para ser madre del salvador. Es verdad, y no debemos olvidarlo nunca, que también sabemos que Jesús quiere que nos comportemos siempre como hijos de Dios, y lo más propio de un hijo es el amor. Sí, en nuestras relaciones con Dios tenemos que saber unir la humildad con el amor. El hijo sabe que debe amar al padre, pero también sabe que debe obedecerle. 

REFLEXIÓN

En la Palabra de Dios que hoy se nos propone, se entrecruzan varios temas (la fe, la salvación, la radicalidad del “camino del Reino”, etc.), pero sobresale la reflexión sobre la actitud concreta que el ser humano debe asumir frente a Dios. Las lecturas nos invitan a reconocer, con humildad, nuestra pequeñez y finitud, a comprometernos por el “Reino” sin cálculos ni exigencias, a acoger con gratitud los dones de Dios y a entregarnos confiadamente en sus manos.

   En la primera lectura, el profeta Habacuc interpela a Dios, le insta a que intervenga en el mundo para poner fin a la violencia, a la injusticia, al pecado. Dios, como respuesta, manifiesta su intención de actuar en el mundo, en el sentido de vencer a la muerte y a la opresión; pero da a entender que sólo lo hará cuando sea el momento oportuno, de acuerdo con su proyecto; al hombre le queda confiar y esperar pacientemente el “tiempo de Dios”.

   La segunda lectura invita a los discípulos a renovar cada día su compromiso con Jesucristo y con el “Reino”. De forma especial, el autor exhorta a los animadores cristianos para que conduzcan con fortaleza, con equilibrio y con amor a las comunidades que les han sido confiadas y a que defiendan siempre la verdad del Evangelio.

   En el Evangelio se invita a los discípulos a adherirse, con coraje y radicalidad, a ese proyecto de vida que, en Jesús, Dios vino a ofrecer al hombre. A esa adhesión se le llama “fe”; y de ella depende la instauración del “Reino” en el mundo. Los discípulos, comprometidos en la construcción del “Reino” debemos, sin embargo, tener conciencia de que no actuamos por nosotros mismos; somos, únicamente, instrumentos a través de los cuales Dios realiza la salvación. 

   Nos queda cumplir nuestro papel con humildad y gratuidad, como “unos pobres siervos, (que) hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Para un cristiano el “no se puede” se puede convertir en “todo es posible”; el “yo ya no creo” ha de mudar a un “creo y me fío totalmente del Señor”. Y es que, con la fe, todo es posible. Entre otras cosas porque, con Dios, todo es alcanzable y superable. Basta con que tengamos fe, como el grano de mostaza. ¡Y a veces nuestra fe es tan invisible! 

PARA LA VIDA

El santo Joneyed acudió a la Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle el barbero que le afeitara a él, el barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar no quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue además a Joneyed una limosna.  Joneyed quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger aquel día.  Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de oro. Joneyed se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oro al barbero. Pero el barbero le gritó: - “¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un servicio hecho con amor?

La fe, según el Evangelio, es un don, es un regalo de Dios, totalmente gratuito, inmerecido; junto a esto, es una experiencia parecida al amor, una experiencia de amistad que transforma la vida y trastoca la jerarquía de valores en la que apoyamos nuestra vida. Y esto que parece tan sencillo de entender, no es tan fácil de vivir, sobre todo en esta sociedad nuestra donde todo tiene un precio y donde las cosas, las relaciones muchas veces se compran y se venden. 

   Aunque es verdad que mucha gente busca hoy más que nunca esa sensación de ser amado gratuitamente, quizá porque eso es precisamente lo que no siente ni vive. Terrible sociedad que nos hace desconfiar de los demás, de los amigos, incluso de la familia, que nos hace creer que todo se vive por interés. Y así cómo vamos a entender y vivir la fe desde una experiencia de gratuidad y de amor.

26° Domingo del Tiempo Ordinario, 25 de Septiembre 2022, Ciclo C

 San Lucas 16, 19 -31  

No Podéis Servir a Dios y al Dinero

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Abundancia:  lo importante, como cristianos que somos, es que no vivamos sin ver a los que pasan necesidad. Seguro que la mayor parte de nosotros sí podemos ayudar a los necesitados. Si no nos resulta fácil hacer limosna a alguna persona concreta, seguro que conocemos alguna institución caritativa con la que podemos colaborar. Ya san Pablo nos decía qué si sabemos vivir con sobriedad, seguro que siempre encontraremos algo para dar a los necesitados.

2.-La Opulencia: la persona que sólo vive para sí mismo, que no comparte lo que tiene con los demás, acaban en la muerte, en el aislamiento, en la oscuridad.  El egoísta acaba en el infierno. Y el infierno es sobre todo la expresión de la soledad y el sufrimiento de aquél que ha decidido no vivir más que para sí mismo. Realmente, ¿los cristianos, en nuestro apego al dinero, en nuestras ganas del bien vivir, y en nuestra atención a las personas necesitadas, nos parecemos mucho a los “hijos de este mundo”? A la luz de la parábola del rico Epulón. y el pobre Lázaro y del texto del profeta Amós, debemos hacer nosotros, hoy, en este domingo, un examen de conciencia sincero y comprometido.  Es el hombre el que ya aquí, se está forjando su destino y su futuro.

3.-La Caridad: en la Eucaristía recibimos a Cristo hambriento en el mundo. Él no viene a nosotros solo, sino con los pobres, los oprimidos, los que mueren de hambre en la tierra. Por medio de Él estos hombres vienen a nosotros en busca de ayuda, de justicia, de amor expresado en obras. Como señaló en cierta ocasión el P. Arrupe, no podemos recibir dignamente el pan de Vida si al mismo tiempo no damos pan para que vivan aquellos que lo necesitan, sean quienes sean y estén donde estén. Porque el mundo es, hoy día, una aldea global en la que todos somos conciudadanos.

4.-La Justicia: hay que procurar ser justo y religioso, vivir sinceramente la personal búsqueda de Dios. practicar la justicia y la religión no es una apariencia; significa vivir en la fe, el amor, la paciencia y la delicadeza: las cualidades opuestas al retrato que Amós nos hace de la sociedad de su tiempo, y lo opuesto a la actitud del rico de la parábola.

5.-El Cielo:  no vendamos a Jesús por lo que el mundo, en contrapartida engañosa, nos ofrece. Entre otras cosas porque, el fiarse hoy del Señor, como lo han hecho miles y miles de hombres y de mujeres en la historia cristiana, nos abre todo un horizonte en el futuro. Un mañana cierto, una patria definitiva donde veremos cara a cara lo que celebramos y vivimos hoy en esta Eucaristía. Que el Señor, riqueza y motor de nuestro existir, nos haga levantar nuestros ojos al cielo aun teniendo los pies bien asentados en la tierra. Que nuestra actitud, independiente de la situación económica en la que nos encontremos, sea la de unas personas abiertas a Dios; solidarias con los más necesitados y conscientes de que, lo efímero, jamás puede eclipsar el don de la fe. 

REFLEXIÓN

   La liturgia de este domingo nos propone, de nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo. Nos invita a verlos, no como algo que nos pertenece de forma exclusiva, sino como dones que Dios puso en nuestras manos, para que los administremos y compartamos, con gratuidad y amor.

   En la primera lectura, el profeta Amós denuncia violentamente a una clase dirigente ociosa, que vive en el lujo a costa de la explotación de los pobres y que no se preocupa mínimamente por el sufrimiento y la miseria de los humildes. El profeta anuncia que Dios no va a pactar con esta situación, pues este sistema de egoísmo e injusticia no tiene nada que ver con el proyecto que Dios soñó para los hombres y para el mundo.

   La segunda lectura no tiene relación directa con el tema de este domingo. Traza el perfil del “hombre de Dios”: debe ser alguien que ama a los hermanos, que es paciente, que es manso, que es justo y que transmite fielmente la propuesta de Jesús. Podríamos, también, añadir que es alguien que no vive para sí, sino que vive para compartir, todo lo que es y lo que tiene, con los hermanos.

   El Evangelio nos presenta, a través de la parábola del rico y del pobre Lázaro, una catequesis sobre la posesión de los bienes. En la perspectiva de Lucas la riqueza es siempre un pecado, pues supone la apropiación, en beneficio propio, de los dones de Dios que están destinados a todos los hombres. Por eso, el rico es condenado y Lázaro recompensado.

   Hoy, al meditar la Palabra del Señor, no podemos correr el riesgo de pensar (o reducir la liturgia de este día) en aquello de “siempre han existido pobres y también ricos”. Vayamos más al fondo: lo material, el cariño por el capital nos impide llegar a Dios. Cuando el hombre se empeña en vivir más allá de sus propias posibilidades y a todo tren, se deshumaniza. Nunca como hoy, el ser humano, ha tenido tanto y nunca, como hoy, –ahí están las estadísticas– las personas soportan desencanto, ansiedad, depresión o recurren a otras salidas porque, la vida, se les hace insípida, dura, inmisericorde, tremendamente pesada.

PARA LA VIDA


   Cuentan que un sacerdote se aproximó a un herido en medio de una dura batalla de una lejana guerra, y le preguntó: ¿quieres que te lea la Biblia?  - Primero dame agua, que tengo sed- le respondió el herido. Y el sacerdote le entregó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en muchos kilómetros a la redonda. – Y ahora, ¿quieres que te lea la Biblia?- volvió a insistir el sacerdote. – Primero dame de comer- suplicó el herido.


   Y el sacerdote le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila. – Tengo frío- fue el siguiente lamento del herido, y el sacerdote se despojó de su abrigo, a pesar del frío que calaba hasta los huesos, y cubrió al lesionado. – Ahora sí, le dijo el herido al sacerdote, ahora puedes hablarme de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Ahora quiero conocer a tu Dios.    Cuando no damos ni las migajas de nuestra alegría, de nuestra amabilidad, de nuestra solidaridad, de nuestra bondad a quienes nos necesitan cerca de nosotros.


   No podemos hablar de Dios si no damos primero testimonio de nuestro amor solidario. Si no damos el pan del cuerpo, ¿quién va a creernos que tenemos el pan del alma? Los Lázaros de nuestro mundo están cerca y nos gritan y sacuden nuestras conciencias. Esos Lázaros son los pobres, y los inmigrantes, y los ancianos, y los que están solos, y los que necesitan de nuestro tiempo, de nuestra sonrisa, de nuestro hombro para llorar y de nuestra mesa para comer. Que la Palabra de Dios de este domingo abra nuestros corazones a los Lázaros que se acercarán a nuestra vida.