5° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 de Febrero 2014, Ciclo A


San Mateo  5, 13 -16

  
 Sal y Luz de la Tierra

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  1. "Ustedes son la Sal": la sal sirve para preservar los alimentos; es fuente de vida, da sabor a la comida y la preserva. La sal no es egoísta, se diluye, no se ve, es simplemente para los demás. La sal se parece a los lentes en que ambos son pequeños, pero su utilidad es muy grande. Esta es nuestra misión: ser sal, dar el sabor del bien, del servicio, de la generosidad, del evangelio, de la cruz de Cristo y de su resurrección; preservar nuestro ambiente, nuestro barrio, nuestra comunidad para que no se corrompa, para que la vida florezca, para que la paz y la justicia sean para todos, para que la salvación de Cristo llegue a todos, para que el mal y el maligno no triunfen.
  2. Ustedes son La Luz del mundo:  a través del testimonio. Dice Jesús: "Así alumbre la luz de Ustedes, para que vean sus buenas obras, y glorifiquen a su Padre que está en los cielos" El servicio, acompañado del sacrificio, acerca a la gente más a Cristo. La Madre Teresa de Calcuta es un ejemplo perfecto, pero toda comunidad tiene sus santos dedicados a servir silenciosa y poderosamente a los necesitados. Los santos de verdad, son la luz del mundo. Si nos amamos los unos a los otros, nuestro amor se manifestará en obras de caridad. Amar es ser luz de Dios.
REFLEXIÓN 
    En el Evangelio de hoy, el Señor nos habla de nuestra responsabilidad ante el mundo: Ustedes son la sal de la tierra, Ustedes son la luz del mundo. La mayor preocupación de Jesús es que los cristianos pierdan su sabor y fuerza, que pierdan el entusiasmo de la primera hora. 
   La sal no puede dejar de salar. Es un absurdo pensar en una sal que no tenga sabor. Serviría sólo para tirarla. Dice Jesús: “Ustedes son la luz del mundo”. Los cristianos estamos para disipar las tinieblas. Debemos ayudar a los hombres para que puedan vivir de verdad. El mundo grita por la luz de la justicia, la verdad y la paz. Nuestro paso por la tierra no es indiferente: ayudamos a otros a encontrar a Cristo o los separamos de Él; enriquecemos o empobrecemos. 
   Es necesario tener vida interior, trato personal diario con Jesús, conocer cada vez con más su profundidad su doctrina, luchar con empeño por superar los propios defectos. El apostolado nace de un gran amor a Cristo. Nuestras obras deben brillar ante los hombres, para que den Gloria a Dios.

PARA LA VIDA
  Una vez había que romper una viga de hierro muy dura. Y dijo el hacha:
- "Yo haré el trabajo". Y comenzó a golpear con fuerza el hierro, pero a cada golpe que daba, su filo se iba dañando hasta que quedó sin nada de él.
- "Déjame a mí", dijo la sierra. Y comenzó a trabajar la superficie del hierro hasta que sus dientes se gastaron y se rompieron. Y se dio por vencida.
- "Ah", dijo el martillo, "ya sabía yo que no lo iban a conseguir. Mírenme a mí". Y después del primer golpe, el martillo voló por el aire y la viga de hierro seguía igual.
- "¿Me dejan intentarlo?", preguntó tímidamente la llama de fuego.
- "Ni lo intentes", le contestaron el martillo, la sierra y el hacha. "¿Qué puedes hacer tú?" Pero la llama rodeó el hierro, lo abrazó, lo calentó y no lo dejó hasta que se fundió bajo su influencia poderosa. La persistencia de la pequeña llama rompió la viga de hierro.

2° Domingo del Tiempo Ordinario, 19 de Enero 2014, Ciclo A

San Juan  1, 29 - 34
 Cristo es El Cordero de Dios 

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  1. La Identidad de Jesús: representa el comienzo de un nuevo proceso de liberación para quitar el pecado del mundo. El Cordero de Dios alude al cordero pascual, cuya sangre liberó al pueblo israelita de la muerte y cuya carne fue su alimento. Se anuncia, pues, la muerte de Jesús y la nueva alianza sellada por su sangre.
  2. La Luz:  Jesús es la luz que nace de lo alto, Él es el sol resplandeciente, el resplandor de la gloria del Padre, la luz que nos ilumina y que no conoce el ocaso. La bella alegoría de la luz habla de la irrupción de un nuevo tiempo, de una nueva era, de un nuevo reinado, de la instauración del Reino de la luz en medio de las tinieblas, del mal. 
  3. El  Pecado:  es todo aquello que desintegra, esclaviza y hunde al ser humano. Aquello que lo detiene en su crecimiento como persona y lo obliga a llevar una vida apartada y egoísta, llena de miedos y sufrimientos. Aquello que lo empuja a hacer el mal, a destruir la vida o a ser indiferente ante el sufrimiento de su prójimo.
  4. Ser Testigo: el testigo confesa que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y participa en la comida eucarística en la que se hace memoria de su entrega. Le dice sí a Jesús y a su propuesta de salvación. Participar de su comida pascual implica una apertura total a su Espíritu. El testigo lucha por la causa de Jesús hasta vencer  el pecado personal y social.

REFLEXIÓN 
    Recordemos que en cada Eucaristía el presidente de la celebración levanta las especias consagradas y dice: “Éste es Jesucristo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y todos repetimos: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya, bastará para sanarme”. No olvidemos la experiencia amarga del pecado. 
   Pecar es renunciar a ser humanos, dar la espalda a la verdad, llenar nuestra vida de oscuridad. Pecar es matar la esperanza, apagar nuestra alegría interior, dar muerte a la vida. Pecar es aislarnos de los demás, hundirnos en la soledad, negar el afecto y la comprensión. Pecar es contaminar la vida, hacer un mundo injusto e inhumano, destruir la fiesta y la fraternidad.  
PARA LA VIDA
   En una cacería, una manada de tigres fue abatida por los cazadores. Sólo se salvó un bebé tigre. Al día siguiente pasó por allí un rebaño de cabras y lo adoptaron. El bebé tigre se convirtió en una cabra, comía hierba y vivía como las cabras. Nuestro bebé tigre intuía que era algo diferente y cuando contemplaba su imagen en el agua se veía distinto de las cabras. 
   Un día un tigre grande, maduro y macho se acercó donde las cabras pastaban y todas huyeron despavoridas. El bebé tigre se quedó quieto, mirando y esperando. De repente el tigre rugió con toda su fuerza. Los ojos del pequeño se abrieron y supo quién era. No era una cabra. Era un tigre. Corrió hacia el gran tigre, le siguió y pasó el resto de sus días en su compañía. 
   Algo en su interior le decía que no era una cabra. Algo en su interior le decía que no era una más del rebaño. Algo en su interior quería brotar y revelarse a su conciencia. Cuando oyó el rugido hermano, se despertó en él la imagen perdida y supo quién era, descubrió su identidad.