34° Domingo del Tiempo Ordinario, 24 de Noviembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 23, 35-43


 "Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Verdad: Jesucristo es la Verdad. Recordemos las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. En una época de relativismo donde se dice que no hay verdad, que todos son opiniones…, es necesario reafirmar la verdad que Jesucristo, Verdad divina, nos trajo; aquella verdad que nos hace libres.
 2.- La Vida:  Jesucristo es la vida. Él lo ha dicho en repetidas ocasiones. “Yo soy la resurrección y la vida”. “Yo soy la verdad y la vida”. La vida humana hoy está amenazada en su origen, en su desarrollo y en su final. Es necesario defender la vida humana, toda vida humana en cualquier circunstancia en que se encuentre.
3.- La Santidad: Jesucristo nos ofrece el reino de la santidad. Esta santidad ante todo es la misma santidad de Dios, el “Tres veces Santo”, “el Santo por excelencia”. Jesucristo es el Santo de Dios; Él es el manantial inmenso de toda santidad.
4.- La Gracia: ¡Qué palabras tan hermosas! Nos quedamos sobrecogidos cuando pronunciamos “el misterio de la gracia” o cuando lo escuchamos. ¿Qué más podemos pedir? ¡El misterio de la gracia increada! La irrupción y la presencia del misterio insondable de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el justo.
5.- La Justicia: “la justicia de Dios por la fe en Jesucristo se ha manifestado para todos los que creen” (Rm.3,21-22). Hablar de esta justicia, nos lleva a decir unas palabras sobre la justicia humana. En esta crisis actual, vamos conociendo a personas y a familias que se van quedando sin recursos. Es un deber nuestro fomentar la caridad.
6.- El Amor: “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn.3,16; cf. IJn.4,9). “Jesús, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn.13,1).

REFLEXIÓN

    En este último Domingo del tiempo ordinario, celebramos a Cristo Rey. La fiesta de Cristo Rey, corona el año litúrgico como corona toda la historia universal. Nuestra fe, reconoce a Cristo como el rey divino que instaura en el mundo la paz y la reconciliación por medio del servicio de amor a los hermanos. 
En la primera lectura el segundo libro de Samuel puede parecer intrascendente o una simple referencia histórica a las raíces de un pueblo que se reconoce hijo de David. Sin embargo, no es así. Tiene un enorme contenido, reconocer que uno pertenece a un linaje concreto, con una familia a la que está vinculado y un pueblo que se identifica. Hoy celebramos a Cristo Rey y recordamos en esta lectura, un pueblo que supo reconocerse bajo la tutela del rey David. Y nos enseña a nosotros, que tal vez si nos reconociéramos con esa misma sinceridad miembros vivos de este reino de Dios, muchas cosas podrían cambiar en nuestra sociedad, y nuestra mirada también sería diferente.
La segunda lectura, con palabras gozosas y entusiastas, proclama que Jesús es quien realmente nos guía y conduce hacia los deseos más plenos, él es el punto de referencia de toda la humanidad liberada, como dice también la oración colecta.
En el Evangelio de hoy, todos reclaman que Jesús se salve a sí mismo y salve a los demás. No hacerlo es signo patente de que es simplemente un farsante con pretensiones pseudo-divinas. Se lo dicen las autoridades, se lo dicen los soldados, se lo dice uno de los dos condenados al mismo suplicio que él. Es la consigna. Y, efectivamente, esta es la consigna del mundo: la medida del valor de una persona es su capacidad de ser poderoso y prestigioso, y de estar a cubierto de todo tipo de fracaso. 

PARA LA VIDA 

   El mayor se llamaba Frank y tenía veinte años. Y el pequeño era Ted y tenía dieciocho. Estaban siempre juntos y eran muy amigos desde los primeros años del Colegio. Juntos decidieron enrolarse como voluntarios en el ejército. Y al marchar prometieron ante sus padres que se cuidarían y apoyarían el uno al otro. Tuvieron suerte y los dos fueron destinados al mismo cuartel y al mismo batallón. 
   Aquel batallón fue destinado a la guerra. Una guerra terrible entre las arenas ardientes del desierto. Al principio y durante unas semanas Frank y Ted se quedaron acampados en la retaguardia y protegidos de los bombardeos. Pero una tarde llegó la orden de avanzar en el territorio enemigo. Los soldados avanzaron durante toda la noche, amenazados por un fuego infernal. 
   Al amanecer el batallón se replegó en una aldea. Pero Ted no estaba. Frank lo buscó por todas partes, entre los heridos, entre los muertos. Al final encontró su nombre entre los desaparecidos. Se presentó al comandante: - Vengo a solicitarle permiso para ir a buscar a mi amigo-, le dijo. – Es demasiado peligroso-, respondió el comandante. Hemos perdido ya a tu amigo. Te perderíamos también a ti. 
   Afuera siguen disparando. Frank, sin embargo, partió. Tras una hora de búsqueda angustiosa, encontró a Ted herido mortalmente. Agonizaba. Lo cargó sobre sus hombros. Pero un cascote de metralla lo alcanzó. Siguió arrastrándose hasta el campamento. 
 – ¿Crees que valía la pena arriesgarse a morir para salvar a un muerto?, le gritó el comandante.
– Sí-, murmuró, porque antes de morir Ted me dijo: “Frank, sabía que vendrías”.

33° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 de Noviembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 21, 5 - 19

 "El Señor Llega Para Regir la Tierra con Justicia"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-El Juicio: acompaña a Dios dondequiera que se presente. El juicio de Dios camina en dos direcciones y se mueve según el binomio ira-misericordia o lo que es lo mismo castigo-salvación.  El contraste es vigoroso. El Sol de Justicia nos recuerda a Cristo, Sol de Justicia. Él ha de venir a juzgar
2.-La Vanidad: A Dios se le ve venir ya, como Rey, para poner todo en orden: El Señor llega para regir la tierra con justicia. El pueblo confiesa a su Dios «rey», lo aclama, lo espera jubiloso.  Jesús no quiere que nos dediquemos a hacer investigaciones futurológicas ni mucho menos astrológicas, sino que lo que quiere es abrirnos a lo que viene con esperanza y profundo deseo de estar preparados, aunque no sepamos ni el día ni la hora.
3.-El Trabajo: La ley del trabajo obliga a todos. Hay que trabajar tranquilamente para ganarse el pan. La recomendación viene en nombre del Señor. Así debe ser el cristiano. el que no trabaja, que no comaNo es de cristianos andar ociosos y molestando.
4.-El Fin de los Tiempos: ...que nadie os engañe; Antes de que llegue el fin han de suceder muchas calamidades. El cristiano no tiene por qué temer. Trate solamente de no ser engañado y de resistir la adversidad y la tentación. Superada la prueba, alcanza uno la salvación. Consideraciones Todo tiene un término en este mundo, solemos decir. Y así es en verdad. Tras un día viene otro; un año tras otro año. Las estaciones se suceden unas a otras sin que ninguna de ellas permanezca para siempre. Una generación deja paso a otra y ésta a la siguiente. Nada nos acobarde. Ni un cabello tan sólo ha de caer de nuestra cabeza. Serenidad, tranquilidad. La perseverancia en la prueba nos dará la salvación. Pidámosla. 
REFLEXIÓN

   La liturgia de la misa de este domingo 33 del tiempo ordinario, nos habla de los obstáculos y sufrimientos que acompañan el testimonio del cristiano; pero también de la recompensa final que espera a quienes perseveran en la fe hasta el final. 
   El Profeta Malaquías, en la primera lectura nos presenta el cambio de situación de injustos y justos. Para ambos hay un fuego: para unos el fuego que los devora como paja. Para otros el fuego del sol de justicia que trae la salud con sus rayos. 
   El tema central de la segunda lectura de hoy es el trabajo. En la comunidad cristiana de Tesalónica, por causas distintas, cundía la ociosidad y la falta de responsabilidad en el trabajo hasta el punto de que el Apóstol dice con cierta ironía: algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Ante tal situación, errónea y equivocada, San Pablo reacciona y llega afirmar: el que no trabaje, que no coma. 
   Es deber de todo bautizado trabajar y trabajar bien. Como decía San Juan Pablo II, en el plan de Dios, el trabajo constituye una dimensión fundamental de la persona… de manera que todos los hombres llenan con el trabajo, de un modo u otro, su existencia sobre la tierra. El trabajo entró desde el principio en los planes de Dios y dignifica al hombre, porque lo hace partícipe del poder creador de Dios, dominando y transformando la creación. 
   En el Evangelio de este domingo, Jesús nos recuerda que llegará el día del Juicio sobre su pueblo y sobre todo el mundo y que nadie podrá quedar indiferente. Jesús anuncia algo serio, aunque misterioso. Un fin que nos toca a todos. Vamos hacia un fin del mundo y un juicio universal, pero estos se realizarán primero en la vida personal de cada uno de nosotros. Todos estamos llamados a recibir al Señor, o a rechazarlo. Nuestra decisión a favor o en contra del Reino deberemos hacerla en nuestra vida a lo largo del tiempo. 
PARA LA VIDA
   Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y cuatro personas ancianas, todos mayores de 60 años. En las montañas, cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer que los feligreses retornaran a ella. El párroco y el obispo hablaron largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le respondió: "No tengo ningún consejo para ti. 
   Lo único que te puedo decir es que el Mesías es uno de vosotros". De regreso al templo, el pastor le comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho. Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías. 
   Los meses fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia atraídos por el aura de respeto y gentileza que envolvía a los cinco feligreses. Duros de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia, y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos. En pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y de regocijo, gracias a la multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente al templo. Y por supuesto, gracias al regalo del Señor Obispo.

32° Domingo del Tiempo Ordinario, 10 de Noviembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 20,27-38


 "Dios, no es Dios de Muertos, sino de Vivos"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Vida: Los hombres viven como si no fueran a morir jamás. Trabajan sin descanso para acaparar, corren de un lado para otro intentando (según dicen) divertirse y gozar. Las revistas ponen delante de los asombrados lectores las vidas de los famosos que no descansan, los pobres, de fiesta en fiesta y de desfile de modelos en desfile de modelos. La vida debería ser distinta para todos, más hermosa, más feliz, más segura, más larga. En el fondo vivimos anhelando vida eterna. No es difícil entender la actitud, hoy bastante generalizada, de vivir sin pensar en «la otra vida».
2.-La Muerte: Es verdad que habrá un día en que nuestro caminar por este mundo llegará al final. Ahora bien, nunca olvidemos que la muerte no es el final del camino del hombre; la muerte no es la última palabra sobre el ser humano ni sobre su historia. Recordemos las palabras de Cristo que han de llenar de gozo y de esperanza nuestro corazón: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn.11,25- 26).  “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn.6,54).
3.-La Resurrección: no es la reanimación de un cadáver. La vida eterna no es, una mera prolongación de la vida de este mundo. La resurrección es la forma de existencia totalmente nueva y transformada. Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios. Para los cristianos la respuesta es una sola: «Lo que ha cambiado nuestras vidas es la seguridad de que son eternas». Y el punto de apoyo de esa seguridad es la resurrección de Jesús. Si Él venció a la muerte, también a mí me ayudará a vencerla. 

REFLEXIÓN 

   En este Domingo, la palabra de Dios nos habla de la resurrección de todos los hijos de Dios. Cada uno de nosotros, estamos llamados a vivir para siempre Los cristianos creemos en la resurrección de los muertos. Jesús ya abrió el camino y dio testimonio de esa resurrección. El Reino de Dios es el reino de la vida donde la persona perdura, en la gloria, para siempre. 

En la primera lectura del libro de los Macabeos narra la historia de siete hermanos que fueron martirizados por no claudicar en su fe, antes de dar su último suspiro.

La segunda lectura nos ofrece un texto de consolación. La Palabra del Señor nos abre a la esperanza como posibilidad cierta de eternidad. Dios siempre es fiel al hombre y le da toda la gracia que necesita para vivir la fe con coherencia y producir buenas obras, que le conduzcan a una vida eterna feliz junto a Dios.

El Evangelio tiene como tema central la resurrección de los muertos, que negaban los saduceos. Con el ejemplo que le ponen, los saduceos pretenden poner en ridículo a Jesús, cosa que no consiguen. Detrás de la muerte, por lo tanto, hay otra vida que no acabará y que será feliz para los que hayan obrado el bien en su peregrinar por esta vida. La condenación, sin embargo, será para los obradores del mal no arrepentidos. 

   "Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro". Esta última afirmación del Credo, constituye la respuesta cristiana a la esperanza radical del hombre. No se puede vivir instalado permanentemente en la duda, el temor, la inseguridad. No se puede vivir sin esperanza. Incluso en aquellos casos en que no se cree en nada ni en nadie, la criatura humana siempre se aferra a algo o a alguien.
Creer en la resurrección de los muertos no es cultivar, de manera infantil, un optimismo barato en la esperanza de un final feliz. El creyente siente, aquí y desde ahora, que se nos llama a la resurrección y a la vida, a la cual fuimos destinados. 
PARA LA VIDA 

   Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos? Pasaron los años y el águila se hizo vieja. 

   Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba: “¿Qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. “Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”. De manera que el águila aquella no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.

   Dios es un Dios de vivos, no de muertos; un Dios que nos llama a la vida y a la vida en plenitud, no a la existencia en mediocridad. Para Dios todos estamos vivos, la muerte para él no existe, no cambia en absoluto su mirada misericordiosa de Padre sobre nosotros.

   No basta morir para estar muerto; muerto es aquel que no vive la vida en plenitud, quien sólo la vive para sí mismo, quien la esconde y la malgasta, quien ha perdido horizontes de eternidad.

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 3 de Noviembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 19, 1 - 10


 "He Venido a Salvar lo que Estaba Perdido"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios Creador: Desde el momento mismo en que Dios inició su obra creadora, comenzó el gran proyecto de su amor. La aventura maravillosa de ser correspondido en el amor. Pero también la aventura del riesgo del amor, del rechazo del amor, de la incomprensión del amor, del rostro doloroso del amor. "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo odiases, no lo habrías creado", dice la Sabiduría. El amor de Dios será entronizado en los cielos y los hombres adorarán eternamente la triple faz del Amor.
2.- Dios Misericordioso: Sostiene al que va a caer, endereza al que se dobla. pues toda la creación experimenta la bondad de Dios. Así es el reinado de Dios: reino de justicia, de amor y de paz. No se limita a perdonar al que arrepentido se le acerca. Él mismo se encamina hacia él. Dios hace lo que nadie puede hacer.  «Buscaré a la oveja perdida, tomaré a la descarriada, curaré a la herida y sanaré a la enferma». Él hace todo, pero a nosotros nos corresponde abrir el corazón de par en par para que Él pueda sanarnos y hacernos seguir adelante.
3.- Cristo Ama al Pecador: Cristo, rico en misericordia, Él mismo va al encuentro. Cristo se invita a sí mismo contra las ingratitudes de la gente que lo rodea. Seguro que, si lo hubiera despreciado, hubiera conseguido el aplauso del público. Pero no fue así. ¡Qué amor tan grande le tenía! La alegría de Zaqueo nos abre una ventana al interior de su alma. Despreciado, aborrecido, injuriado por todos. Es, sin embargo, un hombre creado y redimido por Dios: él es también un hijo de Abraham. Dios lo ama. De ello se siente ahora seguro al encontrar en su propia casa la salvación, Cristo Jesús. 

REFLEXIÓN
   La liturgia de este domingo nos invita a contemplar el amor de Dios. Nos presenta a un Dios que ama a todos sus hijos, sin exclusión; también a los pecadores, a los malos, a los marginales, a los “impuros” y muestra que sólo el amor transforma y da vida. 
En la primera lectura un “sabio” de Israel explica la “moderación” con la que Dios trató a los opresores egipcios. Esa moderación solo tiene una explicación: por amor. Ese Dios omnipotente, que lo creó todo, ama con amor de Padre a cada ser que salió de sus manos, también a los opresores, incluso a los egipcios, porque todos son sus hijos.
La segunda lectura hace referencia al amor de Dios, poniendo de relieve su papel en la salvación del hombre (de él parte la llamada inicial a la salvación; él acompaña con amor el caminar diario del ser humano; él le dará, al final del camino, la vida plena). Además de eso, alerta a los creyentes para que no se dejen manipular por fantasías de fanáticos que aparecen, a veces, perturbando el camino normal del cristiano.
El Evangelio presenta la historia de un hombre pecador, marginado y despreciado por sus conciudadanos, que se encontró con Jesús y descubrió en él el rostro de Dios que le amaba. Invitado a sentarse a la mesa del “Reino”, ese hombre egoísta, se dejó transformar por el amor de Dios y se convirtió en un hombre generoso, capaz de compartir sus bienes y de conmoverse con la suerte de los pobres. 
   Jesús hoy también quiere encontrarse con nosotros, y alojarse en nuestro hogar, con nuestra familia. Zaqueo da el primer paso, busca encontrarse con Jesús, y nosotros también tenemos necesidad de dar el primer paso. Entonces el Señor se nos va a invitar hoy a nuestras casas. Nosotros, igual que Zaqueo, tenemos que disponer todo para acogerlo.

PARA LA VIDA 

   Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y yo no dejaba de recordarme lo neurótico que yo era. Y me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que era. Y también insistía en la necesidad que yo cambiara. 
   Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal cual eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te valoro tal como eres y no puedo dejar de quererte”. Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: “No cambies. No cambies…Te quiero…Te valoro” Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, logré cambiar.
   Enorme ejemplo para todos nosotros que enseguida juzgamos conductas y condenamos sin piedad. Maravilloso espejo en que mirarnos y en que mirarse la Iglesia, llamada a ser instrumento de salvación, no de condena, de acogida, no de rechazo, de amor, no de exclusión. No son las leyes, las condenas públicas, el rasgado de vestiduras, el sólo recuerdo de los preceptos morales lo que hace cambiar a las personas, sino el amor acogedor y misericordioso. Sólo el amor incondicional nos cambia, sólo el perdón nos convierte, sólo la misericordia nos recompone y nos salva, sólo Dios nos devuelve nuestra más grande dignidad de hijos suyos.