San Lucas 23, 35-43
"Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera"
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- La Verdad: Jesucristo es la Verdad. Recordemos las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. En una época de relativismo donde se dice que no hay verdad, que todos son opiniones…, es necesario reafirmar la verdad que Jesucristo, Verdad divina, nos trajo; aquella verdad que nos hace libres.
2.- La Vida: Jesucristo es la vida. Él lo ha dicho en repetidas ocasiones. “Yo soy la resurrección y la vida”. “Yo soy la verdad y la vida”. La vida humana hoy está amenazada en su origen, en su desarrollo y en su final. Es necesario defender la vida humana, toda vida humana en cualquier circunstancia en que se encuentre.
3.- La Santidad: Jesucristo nos ofrece el reino de la santidad. Esta santidad ante todo es la misma santidad de Dios, el “Tres veces Santo”, “el Santo por excelencia”. Jesucristo es el Santo de Dios; Él es el manantial inmenso de toda santidad.
4.- La Gracia: ¡Qué palabras tan hermosas! Nos quedamos sobrecogidos cuando pronunciamos “el misterio de la gracia” o cuando lo escuchamos. ¿Qué más podemos pedir? ¡El misterio de la gracia increada! La irrupción y la presencia del misterio insondable de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el justo.
5.- La Justicia: “la justicia de Dios por la fe en Jesucristo se ha manifestado para todos los que creen” (Rm.3,21-22). Hablar de esta justicia, nos lleva a decir unas palabras sobre la justicia humana. En esta crisis actual, vamos conociendo a personas y a familias que se van quedando sin recursos. Es un deber nuestro fomentar la caridad.
6.- El Amor: “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn.3,16; cf. IJn.4,9). “Jesús, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn.13,1).
REFLEXIÓN
En este último Domingo del tiempo ordinario, celebramos a Cristo Rey. La fiesta de Cristo Rey, corona el año litúrgico como corona toda la historia universal. Nuestra fe, reconoce a Cristo como el rey divino que instaura en el mundo la paz y la reconciliación por medio del servicio de amor a los hermanos.
En la primera lectura el segundo libro de Samuel puede parecer intrascendente o una simple referencia histórica a las raíces de un pueblo que se reconoce hijo de David. Sin embargo, no es así. Tiene un enorme contenido, reconocer que uno pertenece a un linaje concreto, con una familia a la que está vinculado y un pueblo que se identifica. Hoy celebramos a Cristo Rey y recordamos en esta lectura, un pueblo que supo reconocerse bajo la tutela del rey David. Y nos enseña a nosotros, que tal vez si nos reconociéramos con esa misma sinceridad miembros vivos de este reino de Dios, muchas cosas podrían cambiar en nuestra sociedad, y nuestra mirada también sería diferente.
La segunda lectura, con palabras gozosas y entusiastas, proclama que Jesús es quien realmente nos guía y conduce hacia los deseos más plenos, él es el punto de referencia de toda la humanidad liberada, como dice también la oración colecta.
En el Evangelio de hoy, todos reclaman que Jesús se salve a sí mismo y salve a los demás. No hacerlo es signo patente de que es simplemente un farsante con pretensiones pseudo-divinas. Se lo dicen las autoridades, se lo dicen los soldados, se lo dice uno de los dos condenados al mismo suplicio que él. Es la consigna. Y, efectivamente, esta es la consigna del mundo: la medida del valor de una persona es su capacidad de ser poderoso y prestigioso, y de estar a cubierto de todo tipo de fracaso.
PARA LA VIDA
El mayor se llamaba Frank y tenía veinte años. Y el pequeño era Ted y tenía dieciocho. Estaban siempre juntos y eran muy amigos desde los primeros años del Colegio. Juntos decidieron enrolarse como voluntarios en el ejército. Y al marchar prometieron ante sus padres que se cuidarían y apoyarían el uno al otro. Tuvieron suerte y los dos fueron destinados al mismo cuartel y al mismo batallón.
Aquel batallón fue destinado a la guerra. Una guerra terrible entre las arenas ardientes del desierto. Al principio y durante unas semanas Frank y Ted se quedaron acampados en la retaguardia y protegidos de los bombardeos. Pero una tarde llegó la orden de avanzar en el territorio enemigo. Los soldados avanzaron durante toda la noche, amenazados por un fuego infernal.
Al amanecer el batallón se replegó en una aldea. Pero Ted no estaba. Frank lo buscó por todas partes, entre los heridos, entre los muertos. Al final encontró su nombre entre los desaparecidos. Se presentó al comandante: - Vengo a solicitarle permiso para ir a buscar a mi amigo-, le dijo. – Es demasiado peligroso-, respondió el comandante. Hemos perdido ya a tu amigo. Te perderíamos también a ti.
Afuera siguen disparando. Frank, sin embargo, partió. Tras una hora de búsqueda angustiosa, encontró a Ted herido mortalmente. Agonizaba. Lo cargó sobre sus hombros. Pero un cascote de metralla lo alcanzó. Siguió arrastrándose hasta el campamento.
– ¿Crees que valía la pena arriesgarse a morir para salvar a un muerto?, le gritó el comandante.
– Sí-, murmuró, porque antes de morir Ted me dijo: “Frank, sabía que vendrías”.