31° Domingo del Tiempo Ordinario, 3 de Noviembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 19, 1 - 10


 "He Venido a Salvar lo que Estaba Perdido"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios Creador: Desde el momento mismo en que Dios inició su obra creadora, comenzó el gran proyecto de su amor. La aventura maravillosa de ser correspondido en el amor. Pero también la aventura del riesgo del amor, del rechazo del amor, de la incomprensión del amor, del rostro doloroso del amor. "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo odiases, no lo habrías creado", dice la Sabiduría. El amor de Dios será entronizado en los cielos y los hombres adorarán eternamente la triple faz del Amor.
2.- Dios Misericordioso: Sostiene al que va a caer, endereza al que se dobla. pues toda la creación experimenta la bondad de Dios. Así es el reinado de Dios: reino de justicia, de amor y de paz. No se limita a perdonar al que arrepentido se le acerca. Él mismo se encamina hacia él. Dios hace lo que nadie puede hacer.  «Buscaré a la oveja perdida, tomaré a la descarriada, curaré a la herida y sanaré a la enferma». Él hace todo, pero a nosotros nos corresponde abrir el corazón de par en par para que Él pueda sanarnos y hacernos seguir adelante.
3.- Cristo Ama al Pecador: Cristo, rico en misericordia, Él mismo va al encuentro. Cristo se invita a sí mismo contra las ingratitudes de la gente que lo rodea. Seguro que, si lo hubiera despreciado, hubiera conseguido el aplauso del público. Pero no fue así. ¡Qué amor tan grande le tenía! La alegría de Zaqueo nos abre una ventana al interior de su alma. Despreciado, aborrecido, injuriado por todos. Es, sin embargo, un hombre creado y redimido por Dios: él es también un hijo de Abraham. Dios lo ama. De ello se siente ahora seguro al encontrar en su propia casa la salvación, Cristo Jesús. 

REFLEXIÓN
   La liturgia de este domingo nos invita a contemplar el amor de Dios. Nos presenta a un Dios que ama a todos sus hijos, sin exclusión; también a los pecadores, a los malos, a los marginales, a los “impuros” y muestra que sólo el amor transforma y da vida. 
En la primera lectura un “sabio” de Israel explica la “moderación” con la que Dios trató a los opresores egipcios. Esa moderación solo tiene una explicación: por amor. Ese Dios omnipotente, que lo creó todo, ama con amor de Padre a cada ser que salió de sus manos, también a los opresores, incluso a los egipcios, porque todos son sus hijos.
La segunda lectura hace referencia al amor de Dios, poniendo de relieve su papel en la salvación del hombre (de él parte la llamada inicial a la salvación; él acompaña con amor el caminar diario del ser humano; él le dará, al final del camino, la vida plena). Además de eso, alerta a los creyentes para que no se dejen manipular por fantasías de fanáticos que aparecen, a veces, perturbando el camino normal del cristiano.
El Evangelio presenta la historia de un hombre pecador, marginado y despreciado por sus conciudadanos, que se encontró con Jesús y descubrió en él el rostro de Dios que le amaba. Invitado a sentarse a la mesa del “Reino”, ese hombre egoísta, se dejó transformar por el amor de Dios y se convirtió en un hombre generoso, capaz de compartir sus bienes y de conmoverse con la suerte de los pobres. 
   Jesús hoy también quiere encontrarse con nosotros, y alojarse en nuestro hogar, con nuestra familia. Zaqueo da el primer paso, busca encontrarse con Jesús, y nosotros también tenemos necesidad de dar el primer paso. Entonces el Señor se nos va a invitar hoy a nuestras casas. Nosotros, igual que Zaqueo, tenemos que disponer todo para acogerlo.

PARA LA VIDA 

   Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y yo no dejaba de recordarme lo neurótico que yo era. Y me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que era. Y también insistía en la necesidad que yo cambiara. 
   Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal cual eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te valoro tal como eres y no puedo dejar de quererte”. Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: “No cambies. No cambies…Te quiero…Te valoro” Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, logré cambiar.
   Enorme ejemplo para todos nosotros que enseguida juzgamos conductas y condenamos sin piedad. Maravilloso espejo en que mirarnos y en que mirarse la Iglesia, llamada a ser instrumento de salvación, no de condena, de acogida, no de rechazo, de amor, no de exclusión. No son las leyes, las condenas públicas, el rasgado de vestiduras, el sólo recuerdo de los preceptos morales lo que hace cambiar a las personas, sino el amor acogedor y misericordioso. Sólo el amor incondicional nos cambia, sólo el perdón nos convierte, sólo la misericordia nos recompone y nos salva, sólo Dios nos devuelve nuestra más grande dignidad de hijos suyos.