San Lucas 23, 35 - 43
“ ¡ Venga a Nosotros Tu Reino, Señor ! "
- Cristo: es el principio de todo, el primero, el primogénito, lo es de la Iglesia y de la nueva creación, es quien sostiene lo creado, es quien da sentido a cuanto existe. Por eso Cristo es Señor y Rey. Y reina desde la Cruz, con la fuerza del amor.
- La Cruz: no es un trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo. Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente, es cargar con ella cada día.
- El Rey: cuyo trono es una cruz, cuya púrpura es la sangre y cuya corona, son las heridas causadas por la corona de espinas. No es Cristo un rey que ejerce su autoridad con poder, abuso y dominio, con fuerza y violencia, sino que muestra su máxima fortaleza y autoridad, en la humillación del entregado y vencido. La cruz como necedad incomprensible. Y aun así con una inmensa grandeza, fruto del amor y la bondad de quien se entrega, del sentido profundo de esos brazos abiertos que acogen a todos, que son un signo de perdón y reconciliación, de justicia y libertad para todos los que se acogen a su amor.
- La Salvación: irrumpe en el presente angustioso y no queda aplazada para un futuro lejano. En la cruz Dios comienza a reinar y a hacer justicia. Su juicio no es simplemente una condena del pecado, sino más bien una oferta de misericordia para el pecador que se convierte. El que cree en Él recibe la salvación. ‘Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal’ (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ‘¡Venga tu Reino, Señor’
Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios. Cuando la fachada de este mundo se derrumba, acudamos a Cristo; cuando los otros soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos quitándonos la dignidad, acudamos a la fuente del verdadero amor.
Ese Rey que nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y que hoy es exaltado en la cruz, sin demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior), es quien nos llama a la fidelidad.
Que habiendo vivido este Año de la Misericordia nos ayude a colocar a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra familia y de nuestra sociedad. Sería bueno desterrar a tan nefastos reyes, aquellos que quieren usurpar la inocencia de los niños, los valores en los jóvenes, la fidelidad en los matrimonios. Y no olvidemos que no podemos decir que cristo sea nuestro Rey, mientras no le permitamos que sea él, quien tome el timón de nuestras vidas, las fibras de nuestro corazón y las riendas de la humanidad.
PARA LA VIDA
Érase una vez un terrateniente que deseaba convertirse en caballero. Quería servir a su rey y ser el más noble y más leal caballero que jamás hubiera existido. El día de su investidura, abrumado por el honor, hizo un voto solemne. Prometió no arrodillarse ni levantar sus brazos en homenaje para nadie más que su rey. Y se le encomendó la guardia de una ciudad en la frontera del reino. Cada día vigilaba la entrada enfundado en su armadura.
Pasaron los años. Un día, desde su puesto de guardia vio pasar por delante una campesina con su carro lleno de verduras y frutas. Éste volcó y todo rodó por el suelo. Nuestro caballero, para no romper su voto, no se movió. Otro día pasaba un señor que tenía sólo una pierna y su muleta se rompió!. "Buen caballero, ayúdeme a levantarme". Pero el caballero no dobló las rodillas ni levantó las manos para ayudarle. Pasaron los años y nuestro caballero ya anciano recibió la visita de su nieto que le dijo: "Abuelo cógeme en tus brazos y llévame a la feria". Pero no se agachó para no quebrantar su voto.
Finalmente, el rey vino a inspeccionar la ciudad y visitó al caballero que estaba rígido guardando la entrada. El rey lo inspeccionó y observó que estaba llorando. Eres uno de mis más nobles caballeros, ¿por qué lloras?. Majestad, hice voto de no inclinarme ni levantar mis brazos en homenaje más que para usted, pero ahora soy incapaz de cumplir mi voto.
El paso de los años ha producido su efecto y hasta las cicatrices de la armadura se han oxidado. Ya no puedo levantar los brazos ni doblar las rodillas. El rey, como un buen padre, le dijo: "Si te hubieras arrodillado para ayudar a todos los que pasaban y hubieras levantado tus brazos para abrazar a todos que acudían a ti, hoy, podrías haber cumplido tu voto dándome el homenaje que juraste no rendir más que a tu rey.