34° Domingo Solemnidad de Cristo Rey, 20 de Noviembre 2016, Ciclo C


San Lucas  23, 35 - 43
“  ¡ Venga a Nosotros Tu Reino, Señor !    


  1. Cristo: es el principio de todo, el primero, el primogénito, lo es de la Iglesia y de la nueva creación, es quien sostiene lo creado, es quien da sentido a cuanto existe. Por eso Cristo es Señor y Rey. Y reina desde la Cruz, con la fuerza del amor.
  2. La Cruz: no es un trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo. Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente, es cargar con ella cada día.
  3. El Rey: cuyo trono es una cruz, cuya púrpura es la sangre y cuya corona, son las heridas causadas por la corona de espinas. No es Cristo un rey que ejerce su autoridad con poder, abuso y dominio, con fuerza y violencia, sino que muestra su máxima fortaleza y autoridad, en la humillación del entregado y vencido. La cruz como necedad incomprensible. Y aun así con una inmensa grandeza, fruto del amor y la bondad de quien se entrega, del sentido profundo de esos brazos abiertos que acogen a todos, que son un signo de perdón y reconciliación, de justicia y libertad para todos los que se acogen a su amor.
  4. La Salvación: irrumpe en el presente angustioso y no queda aplazada para un futuro lejano. En la cruz Dios comienza a reinar y a hacer justicia. Su juicio no es simplemente una condena del pecado, sino más bien una oferta de misericordia para el pecador que se convierte. El que cree en Él recibe la salvación. ‘Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal’ (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ‘¡Venga tu Reino, Señor’ 
   Hoy celebramos la solemnidad de Cristo Rey, cuando concluye el Año de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco. La invitación que el Papa nos ha hecho es a descubrir que el nombre de Dios es misericordia. Esta afirmación, tan sencilla y tan profunda, ha estado ausente en los procesos de formación religiosa de muchos bautizados, que se han formado una imagen distorsionada de Dios, marcada por el temor y castigo, olvidando que Dios es como el padre amoroso de la parábola del hijo pródigo, que espera ansioso a que el hijo regrese para celebrar una fiesta de bienvenida.


   Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo Rey, es necesario contemplarlo en la cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser, pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios. Cuando la fachada de este  mundo se derrumba, acudamos a Cristo; cuando los otros soberanos nos invitan a postrarnos ante ellos quitándonos la dignidad, acudamos a la fuente del verdadero amor. 
   Ese Rey que nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y que hoy es exaltado en la cruz, sin demasiado ruido (como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior), es quien nos llama a la fidelidad.  
   Que habiendo vivido este Año de la Misericordia nos ayude a colocar a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra familia y de nuestra sociedad. Sería bueno desterrar a tan nefastos reyes, aquellos que quieren usurpar la inocencia de los niños, los valores en los jóvenes, la fidelidad en los matrimonios. Y no olvidemos que no podemos decir que cristo sea nuestro Rey, mientras no le permitamos que sea él, quien tome el timón de nuestras vidas, las fibras de nuestro corazón y las riendas de la humanidad. 

PARA LA VIDA
   Érase una vez un terrateniente que deseaba convertirse en caballero. Quería servir a su rey y ser el más noble y más leal caballero que jamás hubiera existido. El día de su investidura, abrumado por el honor, hizo un voto solemne. Prometió no arrodillarse ni levantar sus brazos en homenaje para nadie más que su rey. Y se le encomendó la guardia de una ciudad en la frontera del reino. Cada día vigilaba la entrada enfundado en su armadura. 
   Pasaron los años. Un día, desde su puesto de guardia vio pasar por delante una campesina con su carro lleno de verduras y frutas. Éste volcó y todo rodó por el suelo. Nuestro caballero, para no romper su voto, no se movió. Otro día pasaba un señor que tenía sólo una pierna y su muleta se rompió!. "Buen caballero, ayúdeme a levantarme". Pero el caballero no dobló las rodillas ni levantó las manos para ayudarle. Pasaron los años y nuestro caballero ya anciano recibió la visita de su nieto que le dijo: "Abuelo cógeme en tus brazos y llévame a la feria". Pero no se agachó para no quebrantar su voto. 
   Finalmente, el rey vino a inspeccionar la ciudad y visitó al caballero que estaba rígido guardando la entrada. El rey lo inspeccionó y observó que estaba llorando. Eres uno de mis más nobles caballeros, ¿por qué lloras?. Majestad, hice voto de no inclinarme ni levantar mis brazos en homenaje más que para usted, pero ahora soy incapaz de cumplir mi voto. 
   El paso de los años ha producido su efecto y hasta las cicatrices de la armadura se han oxidado. Ya no puedo levantar los brazos ni doblar las rodillas. El rey, como un buen padre, le dijo: "Si te hubieras arrodillado para ayudar a todos los que pasaban y hubieras levantado tus brazos para abrazar a todos que acudían a ti, hoy, podrías haber cumplido tu voto dándome el homenaje que juraste no rendir más que a tu rey.

33° Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de Noviembre 2016, Ciclo C


San Lucas  21, 5 - 19

“  El que Persevere Hasta el Final, se Salvará..."   


  1. El Llamado: en ningún momento augura Jesús a sus discípulos un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde: Como por la cruz, se llega a la Gloria. 
  2. La Ingenuidad: en momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Estas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe. 
  3. Lo Esencial: cada generación, en la historia, tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana. Las dificultades prueban la calidad de la fe. 
  4. El Testimonio: los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es la hora del testimonio, precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto. 
  5. La Paciencia:  esta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como «paciencia» o «perseverancia». Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.

REFLEXIÓN 

   El Evangelio de hoy nos muestra los elogios que las gentes de Jerusalén hacían del Templo, que estaba siendo restaurado y embellecido por entonces. Jesús anuncia que un día no quedará piedra sobre piedra de aquel monumento (Lc 21,5-19). La pregunta siguiente era de esperar: “Y, ¿cuándo va a ser eso?” 
   Sin embargo, para Jesús no es importante saber el tiempo. Por eso lleva la atención a dos cuestiones fundamentales, como ha subrayado el papa Francisco: “Primero: no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia”.  

   No hay por qué asustarse. Este es un tiempo de conversión, de modo que, sea pronto o tarde, todos tendremos que presentarnos ante el Señor a la hora de nuestra muerte. Este será el fin para cada uno de nosotros. Y esa será la hora de la verdad. Allí no habrá más tiempo para arrepentirse, pues se nos ha dado toda esta vida para que mantengamos el buen rumbo. Lo cierto es que el Señor nos está dando siempre la oportunidad de arrepentirnos y cambiar. Y hasta el más grande pecador que pueda haber existido, tiene la posibilidad de salvación con tal de que se arrepienta. Mientras tengamos vida en la tierra estamos a tiempo. Después Dios dará a cada uno lo que le corresponda. 

   Jesús nos trae esperanza y edifica nuestros corazones para seguir luchando, para no desfallecer aun cuando parezca que nada cambia, para solidarizarnos con los más vulnerables, y aun cuando tengamos que enfrentar la propia muerte. Muchos profetas no colectaron en sus vidas los frutos de sus cosechas, pero los frutos de sus palabras y testimonio profético son verdaderamente inmensurables. Estamos seguros que cada uno de nosotros somos fruto de esos esfuerzos, de esos extraordinarios ejemplos de perseverancia y fortaleza. 

PARA LA VIDA 
   Una hermosa niña de quince años se enfermó repentinamente, quedando casi ciega y paralizada. Un día escuchó al médico de cabecera, mientras le decía a sus padres: - Pobre niña; por cierto que ha vivido ya sus mejores días. - No, doctor - exclamó la enferma-, mis mejores días están todavía en el futuro. Son aquellos en los cuales he de contemplar al Rey en su hermosura. 
   Esa es nuestra esperanza. No seremos aniquilados. Cristo resucitó de entre los muertos como garantía de que nosotros también resucitaremos. La resurrección es el gran antídoto contra el temor de la muerte. Nada puede reemplazarla. Las riquezas, el genio, los placeres mundanales, no nos pueden traer consuelo en la hora de nuestra muerte. El Cardenal Borgia exclamó al morir: - ¡En mi vida he preparado para todo menos para la muerte y ahora, ¡Ay de mí!, no me encuentro listo!


32° Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de Noviembre 2016, Ciclo C


San Lucas  20, 27 - 38

“  En Él Vivimos, Nos Movemos y Existimos "   

  1. La Vida: es en medio de la vida donde los creyentes debemos descubrir a nuestro Dios como Alguien que la sostiene, la impulsa, y nos llama a vivir y a hacer vivir. Esta vida pequeña de cada uno de nosotros, llena de trabajos, sufrimientos, lágrimas y algunas pequeñas alegrías, se convertirá por fin en Vida, Amor, Felicidad. «Desde entonces, la actitud fundamental del cristianismo, por encima de todas las cosas, es la alegría, como orientación de todo su ser. Con esta actitud deberían recibirse todas las experiencias de la vida, incluso las del sufrimiento y la muerte». 
  2. La Muerte: los hombres nos matamos unos a otros en las guerras, por el odio y en la lucha por nuestros propios intereses. Nos estamos acostumbrando a buscar una solución eficaz a nuestros problemas acudiendo rápidamente a la supresión del adversario. El creyente siente que, ya desde ahora y aquí mismo, se nos llama a la resurrección y la vida. Por eso, toma partido por la vida allí donde la vida es lesionada, ultrajada y destruida. El que cree en la resurrección ama la vida, la defiende, la hace crecer, lucha siempre para que sea más humana, hermosa, sana y feliz. «La resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere por evitar la muerte que está a nuestro alcance». 
  3. La Resurrección: "Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos causas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la Eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección". "Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos". La certeza de nuestra resurrección radica en que Cristo ha resucitado. Si él murió para hacernos hijos de Dios y darnos vida nueva por su Espíritu, esta vida no puede ser perecedera, sino definitiva y eterna. Como creyentes debemos ser personas optimistas y plenas de alegre esperanza, amantes de la vida divina que, que palpita en los hermanos. 
REFLEXIÓN 

   En este Domingo, la palabra de Dios, nos habla de la resurrección de todos los hijos de Dios. Cada uno de nosotros, estamos llamados a vivir para siempre. Los cristianos creemos en la resurrección de los muertos. Jesús ya abrió el camino y dio testimonio de esa resurrección. El Reino de Dios es el reino de la vida donde la persona perdura, en la gloria, para siempre. Esa es nuestra fe y por eso vivimos de manera que la esperanza en la eternidad empapa cada minuto de nuestra existencia.
   No se habla hoy de eternidad. Todo es contingente, limitado, de “usar y desechar”. Vivimos un mundo de estímulos y respuestas inmediatas, donde todo se convierte en frágil y las palabras pierden su sentido más eterno. Hablar de algo “para siempre” es casi impensable. Lo eterno aburre, cansa y nos da pereza. Y sin embargo, será lo que nunca se acaba, lo que queda para siempre.
   El problema que el ser humano tiene quizás no sea su muerte, sino su vida, el modo de afrontarla. La propia y la ajena. El reto está en vivir, en hacerlo cada día con esperanza e ilusión, desde la entrega y el amor, gozando de este regalo único que se nos ha dado. Compartiéndola con otros, cuidando vidas que también nos pertenecen, haciéndonos responsables, maduros, solidarios. En Jesús de Nazaret tenemos no sólo el modelo del hombre que experimentó la resurrección final, sino de aquel que hizo de su existencia una vida con seno y plenitud.
   No seremos, de verdad, lo que debemos de ser hasta que no sepamos pasar por la muerte como el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección, negamos a nuestro Dios, al Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la vida verdadera en la verdadera muerte. Somos su cuerpo sobre el mundo y tenemos que participar de su misma suerte. Afirma San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe y nuestra esperanza” 

PARA LA VIDA

   Érase una vez un monje que se acercó a Buda y le preguntó: ¿las almas de los justos viven después de la muerte? Buda no le contestó. El monje siguió insistiendo día tras día y Buda callaba. El monje amenazó con dejar el monasterio, pues de que servía sacrificarlo todo si las almas morían igual que los cuerpos. Entonces Buda sintió compasión y habló. 

   Eres como un hombre que está muriendo de una flecha envenenada. Su familia lo llevó al hospital pero el moribundo se negó a que le sacaran la flecha si no le contestaban antes a tres preguntas. El hombre que le disparó ¿era blanco o negro?, ¿era alto o bajo?, ¿era de una casta alta o era de una clase social baja? Muchos somos como ese monje. 

   Hacemos preguntas imposibles. Y muchos dejan la iglesia y la fe e incluso reniegan de Dios porque no reciben respuesta o no reciben la respuesta que esperaban. Los hombres de todos los tiempos, ante el silencio y el muro de la muerte, se han preguntado y seguimos preguntando: ¿hay algo después?

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 30 de Octubre 2016, Ciclo C


San Lucas  19, 1 - 10

“  Hoy ha Llegado la Salvación a esta Casa "   


  1. La Riqueza: vivimos en una sociedad del placer sin frenos, de los derechos sin obligaciones, del dinero sin trabajar, del divorcio sin firmas, del amor sin rostro…una sociedad alejada cada día más de Dios. Y en medio de ella tenemos que vivir como cristianos creyentes. E ahí están los obstáculos que tenemos que superar, y esto no es nada fácil. Como Zaqueo, habrá que buscar los medios de ir a Jesús. 
  2. El Llamado: Dios llama a los hombres a entrar en comunión con él. Ahora bien, se trata de hombres pecadores. La respuesta al llamamiento de Dios les exigirá por tanto en el punto de partida una conversión, y luego, a todo lo largo de la vida, una actitud penitente. El enfermo que recibe al médico es un enfermo con esperanza. 
  3. La Misericordia: así es Dios con nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas (Salmo 144). Dios reprende con amor, poco a poco, dando a cada uno su tiempo para que se corrija y vuelva al buen camino. El Señor nunca quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y así debe ser nuestra conducta hacia todas aquellas personas a las que consideramos más pecadoras que nosotros. 
  4. La Conversión: o el cambio de vida, es fruto de un encuentro real con Jesucristo: «la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los po­bres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro ve­ces más». Es la conversión que se expresa en la acción decidida por cambiar todo aquello que en nosotros se aparta de las enseñanzas del Señor, todo aquello que lleva a defraudar al prójimo y atenta contra la caridad. 
  5. La Acogidael Señor sale a nuestro encuentro cuando lo buscamos con sincero corazón, y nos pide llevarlo a nuestra casa, acogerlo en nuestro interior. ¡Así es el encuentro con el Señor cuando le abrimos de par en par las puertas, cuando lo dejamos entrar a lo más íntimo de nosotros mismos! ¡Qué diferencia con nuestra actitud muchas veces egoísta y desconfiada! ¡Cuántas veces tenemos miedo de abrirle al Señor la puerta de nuestro corazón y dejarlo entrar! ¡Cuántas veces, aunque nuestro corazón nos reclama un encuentro mayor, respondemos ante la invitación del Señor: “no Señor, de lejos nomás, porque dejarte entrar a mi casa ya es mucha intimidad y demasiado compromiso”!

REFLEXIÓN

   Acogida, esta podría ser la palabra clave de la Liturgia de este Domingo. Zaqueo es el protagonista. Acoger a Jesús significa para él recibir la salvación de Dios, su amistad y su perdón. Junto con Zaqueo también son artífices de la acogida los tesalonicenses, que han dejado espacio y tiempo al anuncio del Evangelio y que están llamados a preparar el momento de su encuentro con Jesús a través de la fidelidad y la disponibilidad a realizar lo que está bien a los ojos de Dios en un tiempo difícil, donde sería más conveniente no exponerse con el nombre de cristiano. 
   Acogida significa, buscar los caminos para abrirse al diálogo con hombres de diferente origen y cultura, que forman parte de la creación y se encuentran bajo la mirada compasiva de Dios. Su existencia bajo el mismo cielo, querida por el Creador del universo, cancela la distinción entre puro e impuro, entre seres de primera y de segunda categoría, y trae consigo el reconocimiento de una fraternidad universal. 
   Acogida significa, para nosotros, anular las distancias que nos separan todavía de Jesús. Es demasiado fácil ser espectadores, sentados y sin ser molestados, ante el paso de Jesús. Es mejor bajar y permitir que Jesús nos conozca mejor, entre las paredes de nuestra casa, en las estancias del corazón. Es allí donde nace una relación de amistad y de amor con él, es allí donde nos encontraremos en condiciones de hablarle de nuestra vida. La acogida no es un adorno ni una cuestión de formalidad: es esencial para que nazca una relación cualitativamente diferente con Jesús y con las personas que encontremos. La familiaridad con Jesús nos permite, además, desprendernos de la sed del beneficio, del deseo de riquezas y de las preocupaciones que éstas suscitan (cf. Lc 8,14; 10,38-42): «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» 

PARA LA VIDA 

   Érase una vez un rey que mandó colocar una gran piedra en medio del camino. El rey observaba a sus súbditos para ver si alguno la quitaba. Los ricos comerciantes y los cortesanos, al verla, simplemente daban un gran rodeo y seguían su camino. Algunos criticaban al rey por no tener limpios los caminos. Un día un campesino llegó con su carga al hombro, la dejó en el suelo y después de muchos intentos logró echar la piedra fuera del camino. 
   Cuando volvió a coger su carga vio una bolsa donde había estado la piedra. La bolsa contenía muchas monedas de oro y una carta del rey que decía que las monedas de oro eran para el que quitara la gran piedra. Y aprendió, aquel día, que cada obstáculo en el camino de la vida es una oportunidad para mejorar nuestra situación. La vida es una larga carrera de obstáculos. Hay personas que los evitan y hay otros que se enfrentan a ellos y encuentran su recompensa.
   Hay cristianos que piensan que es Dios quien tiene que quitar los obstáculos de su camino y hay otros cristianos que simplemente piden a Dios el valor y la fuerza para enfrentarse y vencer los obstáculos de la vida.