San Lucas 18, 9-14
La Oración: exige sinceridad y pureza interior; exige andar en la verdad; por eso el humilde, ante el peso de sus pecados, siente la necesidad del perdón y de ser tratado con misericordia. Dios vino a salvar a los pecadores, a los débiles, a los humildes, a los que lloran, a los nobles y sencillos. Está con ellos porque son los que más necesitan la misericordia divina. Dios busca al pecador como el pastor busca a la oveja perdida.
La Reconciliación: es la paz de las almas que se gozan en el don del perdón que Dios les ofrece, como regalo a su humildad. Por la oración cada día podemos vivir este misterio y expresarlo con gozo. La perfecta oración se alimenta de humildad, de dolor por los pecados y el fruto será el cambio de vida, la vida en paz.
La Humildad: tendemos los ojos al suelo pero con el alma hacia el cielo. El alma humilde se encuentra con la mirada compasiva de Dios que nos regala el perdón y se deleita viviendo en el corazón de los humildes.
REFLEXIÓN
La actitud adecuada del hombre en su relación con Dios sólo puede ser la de reconocer que Dios «ES el que ES» y «el que hace ser» mientras que el hombre es el que no es nada por sí mismo, el que lo recibe todo de Dios. La auténtica relación del hombre con Dios sólo puede basarse en la verdad de lo que es Dios y en la verdad de lo que es el hombre. Por eso, enorgullecerse delante de Dios no es sólo algo que esté moralmente mal, sino que es vivir en la mentira radical: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido, da gracias a Dios por haberte dado todo lo que tienes.
PARA REFLEXIONAR EN LA VIDA
Cada año, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años, él mismo quiso ir a la prisión para decidir cuál prisionero iba a liberar.
"Majestad", dijo el primero, "yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel".
"A mí", añadió otro, "me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie".
"El juez me condenó injustamente", dijo un tercero.
Y así, todos.
Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que por el contrario permanecía callado. Entonces, el rey le preguntó: "Tu, ¿porque estás aquí? El hombre contestó: "Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino". "¿Y por qué lo mataste?" preguntó el rey: "Porque estaba muy violento en esos momentos", contestó el recluso. "¿Y por qué lo hiciste?", continuó el rey. "Porque no pude controlar mi enojo".
Pasó un momento de silencio. El rey tomó el cetro y dijo al asesino que acababa de interrogar: "Tú sales de la cárcel".
"Pero majestad", replicó el Ministro, que lo acompañaba "¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?" - "Precisamente por eso", respondió el rey,
"saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos."