San Marcos 8, 27 - 35
1.- El Discípulo de Jesús: debe tener clara su vocación de servidor. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Es evidente que en la vida ordinaria la persona adulta debe comportarse ante los demás como persona adulta, no como un niño, pero ante Dios y ante Jesús todos nosotros debemos comportarnos como niños y confiar no en nuestras propias fuerzas, sino en el poder y la misericordia de Dios.
2.- Servir: así rezaba una frase lapidaria a la que acudían frecuentemente los predicadores para marcar el camino del cristiano. ¿Cómo podemos servir a Dios? He aquí la repuesta que nos da hoy el evangelio: sirviendo al hermano. Solo el que hace esto puede decir que en verdad reina, pues se realiza auténticamente como persona y está en disposición de sentarse a la derecha del Padre.
3.- La Generosidad: es donde se hace visible el Reino de Dios. En aquella persona que, sin ruido, hace bien (como afirmaba San Vicente de Paul), es donde se hace manifiesta la mano de Jesús. En aquella persona que, sintiéndose pequeña por lo que hace, es donde emerge con verdad y evidencia el evangelio en vivo. Y es que, aunque nos parezca difícil de entender, la grandeza de la vida cristiana está precisamente en eso: en multiplicarnos en pequeños detalles allá donde se nos requiera.
4.- Jesús: observa nuestra entrega interesada y nos invita a convertirnos hacia un servicio más nítido. Sin llevar cuentas de lo que se hace o de lo que se da. Así es Jesús; alguien que desea que su Iglesia sea un espacio, no con escaleras para trepar, sino con manos e ideas prácticas para ayudar al necesitado. Alguien que, siendo el más importante de los nacidos de mujer, se hace poco y nada en su intento de acercarse –hasta la extenuación– a la humanidad.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 25 del tiempo ordinario invita a los creyentes a prescindir de la “sabiduría del mundo” y a escoger la “sabiduría de Dios”. Sólo la “sabiduría de Dios”, dicen los textos bíblicos de este Domingo, posibilitará al hombre el acceso a la vida plena y a la felicidad sin fin.
La primera lectura avisa a los creyentes de que escoger la “sabiduría de Dios”, provocará como reacción el odio de mundo. Con todo, el sufrimiento no puede desanimar a los que eligen la “sabiduría de Dios”: la persecución es la consecuencia natural de su coherencia de vida.
La segunda lectura exhorta a los creyentes a vivir de acuerdo con la “sabiduría de Dios”, pues sólo ella puede conducir al hombre al encuentro de la vida plena. Al contrario, una vida conducida según los criterios de la “sabiduría del mundo”, generará violencia, divisiones, conflictos, infidelidad, muerte.
El Evangelio nos presenta a los apóstoles -y nosotros, tantas veces- se dejan guiar aquí según la mentalidad humana. Este es el criterio del mundo: ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y despreocuparnos de los demás. Y eso puede pasar en la política y en la vida social y en la familia y en la comunidad eclesial. Mientras que Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de nosotros mismos, servidores y no dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -de entonces y de ahora- no entiendan y les "dé miedo" oír estas cosas.
A todos nos sirve la lección plástica de Jesús, cuando llamó a un niño y lo puso en medio de ellos y dijo que el que acoge a un niño -que en la sociedad de entonces era tenido en nada y que no podrá devolver los favores- acoge al mismo Jesús. Se nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a hacer favores sin pasar factura. No cabe duda de que seguir a Cristo es difícil, pero —como él dice— sólo quien pierde la vida por causa suya y del Evangelio, la salvará (cf. Mc 8, 35), dando pleno sentido a su existencia. No existe otro camino para ser discípulos suyos; no hay otro camino para testimoniar su amor y tender a la perfección evangélica.
PARA LA VIDA
Cada día tenemos mil oportunidades de demostrarlo. He aquí una hermosa reflexión de la escritora chilena Gabriela Mistral:“Toda la naturaleza es un anhelo de servicio; sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú. Sé el que aparte la estorbosa piedra del camino, sé el que aparte el odio entre los corazones y las dificultades del problema.
Existe la alegría de ser sano y de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir .¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera rosal que plantar, una empresa que acometer! Que no te atraigan solamente los trabajos fáciles: ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan! Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: Adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquél es el que critica, éste es el que destruye, sé tú el que sirve. El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿Al árbol? ¿A tu amigo? ¿A tu madre?”.
Ser grande, ser importante, tener rango: indómita aspiración humana. Desde Jerusalén, desde el Cristo muerto y resucitado, esta aspiración recibe un tratamiento radical. Es grande el que es pequeño; tiene rango el que hace algo por los demás. Cristianamente hablando no hay importantes, sólo hay iguales. No es una cuestión de humildad, sino sencillamente de equiparación. El fallo puede provenir tanto de la importancia como del paternalismo.