25° Domingo del tiempo Ordinario, 19 Septiembre 2021, Ciclo B

 San Marcos 8, 27 - 35

"El Que Quiera ser el Primero Debe Hacerse el Servidor de todos

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- El Discípulo de Jesús: debe tener clara su vocación de servidorQuien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Es evidente que en la vida ordinaria la persona adulta debe comportarse ante los demás como persona adulta, no como un niño, pero ante Dios y ante Jesús todos nosotros debemos comportarnos como niños y confiar no en nuestras propias fuerzas, sino en el poder y la misericordia de Dios. 

2.- Servir:  así rezaba una frase lapidaria a la que acudían frecuentemente los predicadores para marcar el camino del cristiano. ¿Cómo podemos servir a Dios? He aquí la repuesta que nos da hoy el evangelio: sirviendo al hermano. Solo el que hace esto puede decir que en verdad reina, pues se realiza auténticamente como persona y está en disposición de sentarse a la derecha del Padre.

3.- La Generosidad: es donde se hace visible el Reino de Dios. En aquella persona que, sin ruido, hace bien (como afirmaba San Vicente de Paul), es donde se hace manifiesta la mano de Jesús. En aquella persona que, sintiéndose pequeña por lo que hace, es donde emerge con verdad y evidencia el evangelio en vivo. Y es que, aunque nos parezca difícil de entender, la grandeza de la vida cristiana está precisamente en eso: en multiplicarnos en pequeños detalles allá donde se nos requiera.

4.- Jesús: observa nuestra entrega interesada y nos invita a convertirnos hacia un servicio más nítido. Sin llevar cuentas de lo que se hace o de lo que se da. Así es Jesús; alguien que desea que su Iglesia sea un espacio, no con escaleras para trepar, sino con manos e ideas prácticas para ayudar al necesitado. Alguien que, siendo el más importante de los nacidos de mujer, se hace poco y nada en su intento de acercarse –hasta la extenuación– a la humanidad. 

REFLEXIÓN

La liturgia del Domingo 25 del tiempo ordinario invita a los creyentes a prescindir de la “sabiduría del mundo” y a escoger la “sabiduría de Dios”. Sólo la “sabiduría de Dios”, dicen los textos bíblicos de este Domingo, posibilitará al hombre el acceso a la vida plena y a la felicidad sin fin.

   La primera lectura avisa a los creyentes de que escoger la “sabiduría de Dios”, provocará como reacción el odio de mundo. Con todo, el sufrimiento no puede desanimar a los que eligen la “sabiduría de Dios”: la persecución es la consecuencia natural de su coherencia de vida.

   La segunda lectura exhorta a los creyentes a vivir de acuerdo con la “sabiduría de Dios”, pues sólo ella puede conducir al hombre al encuentro de la vida plena. Al contrario, una vida conducida según los criterios de la “sabiduría del mundo”, generará violencia, divisiones, conflictos, infidelidad, muerte.

   El Evangelio nos presenta a los apóstoles -y nosotros, tantas veces- se dejan guiar aquí según la mentalidad humana. Este es el criterio del mundo: ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y despreocuparnos de los demás. Y eso puede pasar en la política y en la vida social y en la familia y en la comunidad eclesial. Mientras que Jesús nos enseña que debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de los demás que de nosotros mismos, servidores y no dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -de entonces y de ahora- no entiendan y les "dé miedo" oír estas cosas. 

   A todos nos sirve la lección plástica de Jesús, cuando llamó a un niño y lo puso en medio de ellos y dijo que el que acoge a un niño -que en la sociedad de entonces era tenido en nada y que no podrá devolver los favores- acoge al mismo Jesús. Se nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a hacer favores sin pasar factura. No cabe duda de que seguir a Cristo es difícil, pero —como él dice— sólo quien pierde la vida por causa suya y del Evangelio, la salvará (cf. Mc 8, 35), dando pleno sentido a su existencia. No existe otro camino para ser discípulos suyos; no hay otro camino para testimoniar su amor y tender a la perfección evangélica.

PARA LA VIDA

   Cada día tenemos mil oportunidades de demostrarlo. He aquí una hermosa reflexión de la escritora chilena Gabriela Mistral:“Toda la naturaleza es un anhelo de servicio; sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú. Sé el que aparte la estorbosa piedra del camino, sé el que aparte el odio entre los corazones y las dificultades del problema. 

   Existe la alegría de ser sano y de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir .¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera rosal que plantar, una empresa que acometer!    Que no te atraigan solamente los trabajos fáciles: ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan! Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos; hay pequeños servicios que son buenos servicios: Adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña. 

   Aquél es el que critica, éste es el que destruye, sé tú el que sirve. El servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿Al árbol? ¿A tu amigo? ¿A tu madre?”.

   Ser grande, ser importante, tener rango: indómita aspiración humana. Desde Jerusalén, desde el Cristo muerto y resucitado, esta aspiración recibe un tratamiento radical. Es grande el que es pequeño; tiene rango el que hace algo por los demás. Cristianamente hablando no hay importantes, sólo hay iguales. No es una cuestión de humildad, sino sencillamente de equiparación. El fallo puede provenir tanto de la importancia como del paternalismo.

24° Domingo del tiempo Ordinario, 12 Septiembre 2021, Ciclo B

San Marcos 8, 27 - 35

"Tú eres el Mesías…

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-Quién es Jesús?: seguramente daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: “¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, ¡Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!”. Para conocer a Jesús no es necesario solo un estudio de teología, sino una vida de discípulo. De este modo, caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús como discípulos. Lo conocemos en el encuentro cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades. Por lo tanto, la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para vosotros, para ti? — se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo camino. Una senda de gracia y de pecado. Es el camino del discípulo. 

2.-Cargar la Cruz: la cruz no hay que buscarla fuera. Está junto a ti, cuando reconoces tus debilidades, cuando las cosas no te salen bien, cuando llega el dolor o la enfermedad. No se trata de mera resignación, sino de ver en la cruz un sentido de liberación. La cruz salvó y convirtió a la tierra entera, desterró el error, hizo volver la verdad, hizo de la tierra cielo y de los hombres ángeles. Por ella los demonios no son ya temibles, sino despreciables; ni la muerte es muerte sino sueño. Por ella yace por tierra y es pisoteado cuanto primero nos hacía la guerra. Si alguien, pues, te dijere: «¿Al crucificado adoras?», contéstale con voz clara y alegre rostro: «No sólo le adoro, sino que jamás cesaré de adorarle». Y si él se te ríe, llórale tú a él, pues está loco. Demos gracias al Señor de que nos ha hecho tales beneficios, que ni comprendidos pueden ser sin una revelación de lo alto.

3.- La Fe: Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. “La fe cristiana cuando es auténtica, pone a todo el hombre en movimiento. Con el simple tener por verdaderos algunos dogmas propuestos por la Iglesia no se hace todavía nada cristiano; es la vida entera la que debe responder a la llamada de Dios” La fe si no tiene obras, está muerta por dentro”. Y la principal obra de la fe, la primera prueba de nuestra fe en Jesucristo, es la que él mismo nos indicó: el amor a los hermanos como expresión de nuestra fe y de nuestro amor a Dios.  

REFLEXIÓN

   La liturgia del Domingo 24 nos habla de que el camino de la realización plena del hombre pasa por la obediencia a los proyectos de Dios y por la donación total de la vida a los hermanos. Al contrario de lo que el mundo piensa, ese camino no conduce al fracaso sino a la vida verdadera, a la realización plena del hombre.

   La primera lectura nos presenta a un profeta anónimo, llamado por Dios a testimoniar la Palabra de salvación y que, para cumplir esa misión, se enfrenta a la persecución, a la tortura, a la muerte. Con todo, el profeta es consciente de que su vida no es un fracaso: quien confía en el Señor y busca vivir en fidelidad a su proyecto, triunfará sobre la persecución y la muerte. Los primeros cristianos verán en este “siervo de Yahvé” la figura de Jesús.

   La segunda lectura recuerda a los creyentes que el seguimiento de Jesús no se realiza con bellas palabras o con teorías muy bien elaboradas, sino con gestos concretos de amor, de compartir, de servicio, de solidaridad para con los hermanos.

  En el Evangelio, Jesús es presentado como el Mesías libertador, enviado al mundo por el Padre para ofrecer a los hombres el camino de la salvación y de la vida plena. Cumpliendo el plan del Padre, Jesús enseña a los discípulos que el camino de la vida verdadera no pasa por los triunfos y éxitos humanos, sino por el amor y por la donación de la vida (hasta la muerte, si fuera necesario). 

   Al pensar en la cruz como signo de dolor, de sufrimiento y de muerte, podemos preguntarnos: ¿quién de nosotros, de una o de otra forma, no experimenta diariamente la lacerante realidad de la cruz? La cruz no es algo extraño a la vida del hombre o mujer, de cualquier edad, época, pueblo o condición social. Toda persona, de diferentes modos, encuentra la cruz en su camino, es tocada y, hasta en cierto modo, es marcada profundamente por ella.

PARA LA VIDA

   Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una larga comitiva que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas. A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por el ardiente reverbero de la arena, se desplomó agonizante y no volvió a levantarse. El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y derramó todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena. El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros cofres de repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar. 

   Con un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas. Mientras los jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico botín y escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el desierto. Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se volvió y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante. - ¿Y tú – le preguntó el sultán- no te has parado a recoger nada?. El joven respondió con dignidad y orgullo - ¡Yo sigo a mi rey!. 

¿Quién es Cristo para mí: alguien que ha transformado mi vida y me hace verla desde la óptica del amor o un personaje abstracto del que me han hablado o del que la gente dice que es un profeta?. Más que nunca Cristo necesita discípulos convencidos, dispuestos a dar la vida por la causa del Evangelio, que no es otra que la causa del amor, la justicia, la paz, el perdón, la solidaridad y la igualdad entre los hombres. Porque quien da la vida en el surco diario de la cotidianidad la recupera llena y plena de alegría y de felicidad. 

23° Domingo del tiempo Ordinario, 5 Septiembre 2021, Ciclo B

 San Marcos 7, 31-37

"Hace Oír a los Sordos y Hablar a los Mudos"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-Los Enfermos: socorrer y curar a los cojos, ciegos, mudos, pobres, marginados, en la sociedad en la que viven. Pues bien, esto es lo que tenemos que hacer nosotros en nuestra sociedad, en la medida de nuestras posibilidades. Es evidente que no podremos salvar la vida de todos los enfermos, ni acabar con todos los pobres y marginados del mundo en el que nosotros vivimos. Pero todos nosotros tenemos alguna posibilidad de ayudar para que el orden y la situación de nuestro mundo sea un poco más justo y menos desigual. Ayuda social, o ayuda económica, o religiosa, Con nuestro dinero, con nuestra oración, con nuestra ayuda personal, cuando esto sea posible.

2.-Estar Sordos: no sólo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, o incluso la sordera, con respecto a Dios, naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con él o a él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general. El horizonte de nuestra vida se reduce de modo preocupante.

3.-La Buena Noticia: exige empeño, atención, perseverancia. Y, porque no decirlo, son tantos los inconvenientes, los “inhibidores” que nos impiden escuchar con nitidez a Dios que, en el campo de la fe, hay mucho sordo. Sobre todo, y lo más grave, la sordera espiritual que nos hace caer en el olvido sistemático de Dios. Yo diría que estamos padeciendo la “gripe E”. La gripe espiritual. Donde nos dejamos contagiar por lo malo. Y damos por bueno lo que es pernicioso para nuestra salud espiritual.

REFLEXIÓN

   La liturgia del Domingo 23 del Tiempo Ordinario nos habla de un Dios comprometido con la vida y la felicidad del hombre, continuamente empeñado en renovar, en transformar, en recrear a la persona, para hacerle alcanzar la vida plena del Hombre Nuevo.

   En la primera lectura un profeta de la época del exilio en Babilonia asegura a los exiliados, hundidos en el dolor y la desesperanza, que Yahvé está preparado para venir al encuentro de su Pueblo, para liberarlo y para conducirlo a su tierra. En las imágenes de los ciegos que vuelven a contemplar la luz, de lo sordos que vuelven a oír, de los cojos que saltan como venados y de los mudos que cantan con alegría, el profeta presenta esa vida nueva, excesiva, abundante, transformadora, que Dios va a ofrecer a Judá.

   La segunda lectura se dirige a aquellos que acogen la propuesta de Jesús y se comprometen a seguirle por el camino del amor, del compartir, de la donación. Les invita a no discriminar ni marginar a ningún hermano y a acoger con especial bondad a los pequeños y a los pobres.

   En el Evangelio Jesús, cumpliendo el mandato que el Padre le confió, abre los oídos y suelta la lengua de un sordomudo. En el gesto de Jesús, se revela ese Dios que no se conforma cuando el hombre se cierra en el egoísmo y en la autosuficiencia, rechazando el amor, el compartir, la comunión. El encuentro con Cristo lleva al hombre a salir de su aislamiento y a establecer lazos familiares con Dios y con todos los hermanos, sin excepción.

   Sí, Cristo abre al hombre al conocimiento de Dios y de sí mismo. Lo abre a la verdad, porque él es la verdad (cf. Jn 14, 6), tocándolo interiormente y curando así «desde dentro» todas sus facultades. El amor al prójimo, que es en primer lugar preocupación por la justicia, es el metro para medir la fe y el amor a Dios.

PARA LA VIDA

   Un día apareció un hombre que tocaba la flauta de manera tan exquisita que encantaba a todo ser animado que escuchaba el dulce acento de sus melodías.  A escucharlo acudían todo tipo de personas y animales, y se agolpaban en la plaza para escuchar el divino y sonoro, pero oculto mensaje de la música del flautista. Un día, un joven, que conocía a un anciano del pueblo que era sordo y que pedía limosna en las afueras del pueblo, quedó sorprendido de que día a día, aquel anciano acudiera a la plaza para ‘oír’ al flautista.

No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas al pordiosero: - ¿Qué vienes a hacer aquí si tú no puedes escuchar? ¿Qué te extasía tanto si tú no puedes apreciar lo que él toca? Aquel pordiosero, con dificultad en el hablar, contestó: - Mira el centro de la plaza, alza la vista, ¿qué ves? - Una cruz, respondió el joven. Y el pordiosero le contestó: - Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja Iglesia.

Me extasía no escuchar nada y soñar que algún día, la música de la verdad crucificada, fascine y cautive a los hombres. Cuando se reúnen en la plaza, sueño que venzan su sordera espiritual y su ceguera, y que la música del mundo no los encante como serpientes y sean capaces de dejarse conquistar por la música del cielo.  Sordo no es el que no percibe sonidos, sino el que no es capaz de percibir y soportar la música del amor y la verdad. Vosotros oís, los que oyen utilizan el tímpano; yo escucho, los que escuchamos utilizamos el corazón».

Es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. No son momentos fáciles para su Iglesia. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia,  no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. La fuerza sanadora de Jesús nos puede curar.

22° Domingo del tiempo Ordinario, 29 Agosto 2021, Ciclo B

  San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

"Dejan de Lado el Mandamiento de Dios, por Seguir la Tradición de los Hombres"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-Cambiar el Corazón: el corazón del hombre es, simbólicamente, el centro de donde salen los deseos más nobles: bondad, lucha por la justicia, nobleza de alma, amor generoso; pero también el corazón es, simbólicamente, el centro de donde salen los malos propósitos, fornicaciones, robos, homicidios, codicias, injusticias, fraudes, egoísmo, envidia, orgullo. Si cambiamos el corazón, cambiarán nuestras costumbres. Esta es nuestra gran tarea a lo largo de nuestra vida: cambiar nuestro corazón.

2.-Ser Cristiano: no consiste en «hacer» cosas distintas o mejores, sino en «ser» distinto y mejor, es decir, de otra calidad: la divina. El amor y el poder de Cristo se manifiestan en que no se conforma con un barniz superficial. Somos una «nueva creación» (2Cor 5,17), hemos sido hechos «hombres nuevos» (Ef 4,24) y por eso estamos llamados a vivir una «vida nueva» (Rom 6,4). La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura.

3.-La Pureza: no basta la limpieza exterior, que puede ir unida a la suciedad interior. Cristo ha venido a cambiar el interior del hombre, a darnos un corazón nuevo. Cuando el corazón ha sido transformado por Cristo, también lo exterior es limpio y bueno. De lo contrario, todo esfuerzo por alcanzar obras buenas será inútil. 

4.-Lo que Sale del Corazón: todo aquello que nos estropea por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás, sea por acción o por omisión. La lista que hace Jesús es muy significativa, y afecta las relaciones personales, a la vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que hacemos. Lo que importa es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino que sale del interior.

REFLEXIÓN

   La liturgia del Domingo 22 del Tiempo Ordinario nos propone una reflexión sobre la “Ley”. Dios quiere la realización y la vida plena para el hombre y, en ese sentido, propone su “Ley”. La “Ley” de Dios indica al hombre el camino a seguir. Con todo, ese camino no se agota en un mero cumplimiento de ritos o de prácticas vacías de significado, sino en un proceso de conversión que lleva al hombre a comprometerse cada vez más en el amor a Dios y a los hermanos.

   La primera lectura nos asegura que las “leyes” y preceptos de Dios son un camino seguro para la felicidad y para la vida en plenitud. Por eso, el autor de esa catequesis recomienda insistentemente a su Pueblo que acoja la Palabra de Dios y se deje guiar por ella.

   La segunda lectura invita a los creyentes a escuchar y a acoger la Palabra de Dios; pero avisa que esa Palabra escuchada y acogida en el corazón, tiene que convertirse en un compromiso de amor, de compartir, de solidaridad con el mundo y con los hombres.

   En el Evangelio, Jesús denuncia la actitud de aquellos que hicieron del cumplimiento externo y superficial de la “ley” un valor absoluto, olvidando que la “ley” es solamente un camino para llegar a un compromiso efectivo con el proyecto de Dios.

   Ley de Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo libera de la esclavitud del egoísmo y lo introduce en la «tierra» de la verdadera libertad y de la vida. Por eso en la Biblia la Ley no se ve como un peso, como una limitación que oprime, sino como el don más precioso del Señor, el testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su Aliado y escribir con él una historia de amor.

   Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero ya no es lo más importante, ya no es la regla de la vida; se convierte más bien en un revestimiento, en una cobertura, mientras que la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses a menudo egoístas, individuales y de grupo.

PARA LA VIDA

   Una noche un Viejo Cacique Indio le contó a su nieto la historia de una batalla que se libra dentro de nosotros. Le dijo: “Mi querido nieto, hay una batalla entre dos lobos dentro de cada uno de nosotros. Uno es Malvado. Es ira, envidia, odio, celos, codicia, egoísmo, orgullo, agresividad, superioridad. El otro es Bueno. Es alegría, paz, amor, esperanza, solidaridad, simpatía, generosidad, verdad y fe, compasión y fe”. El nieto pensó acerca de eso durante un minuto y le preguntó a su abuelo: “¿Y cuál lobo gana?”. El Viejo Indio simplemente le respondió: “El que tú alimentas”.

   El mal no le viene al hombre de fuera. Le viene de dentro. Es el hombre el que contamina a la sociedad, o al menos se contaminan mutuamente. Todos somos responsables en alguna medida del mal del mundo. Los males: las guerras, los asesinatos, la violencia, la ambición consumista, el materialismo, las desigualdades, los rencores y odios entre personas y pueblos, la envidia…no son males externos al ser humano. Esto nos lo dice claramente Jesús en el Evangelio de hoy y nos lo recuerda el cuento de hoy. Dentro de nosotros hay una lucha entre el bien y el mal. Depende de nosotros el que ese bien prevalezca sobre el mal. Ahí está el desafío de nuestra libertad y nuestra voluntad. Dejémonos hoy interpelar por la palabra de Dios y pongámonos en actitud de humildad y de conversión para cambiarnos por dentro y cambiar así el mundo de fuera.

   Alimentemos el lobo bueno que llevamos dentro, fomentemos actitudes positivas de amor, solidaridad, perdón, tolerancia, paz, generosidad, responsabilidad…. y sin duda que el mundo cambiará a nuestro alrededor.

21° Domingo del tiempo Ordinario, 22 Agosto 2021, Ciclo B

 San Juan 6, 60 - 69

"¿A quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida Eterna"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-Las Palabras de Vida: en la sociedad moderna vivimos inundados de palabras: anuncios, publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo. Esta “inflación de la palabra” ha penetrado también en algunos sectores de la Iglesia. Es la hora de la “papelorum progressio”, dicen algunos en broma. Se oyen muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Nos dicen que no nos entienden, que es una predicación muy fría, descarnada, que no transmitimos entusiasmo. La palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días.

2.- Seguir a Jesús: el hombre es incapaz de darse la vida a sí mismo, él se comprende sólo a partir de Dios: es la relación con él lo que da consistencia a nuestra humanidad y lo que hace buena y justa nuestra vida. En el Padrenuestro pedimos que sea santificado su nombre, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Es ante todo el primado de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque es este primado lo que nos permite reencontrar la verdad de lo que somos; y en el conocimiento y seguimiento de la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia.

3.-La Eucaristía: este inmenso don es accesible a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía: Dios se dona a nosotros, para abrir nuestra existencia a él, para involucrarla en el misterio de amor de la cruz, para hacerla partícipe del misterio eterno del cual provenimos y para anticipar la nueva condición de la vida plena en Dios, en cuya espera vivimos. La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él; nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 17)

 REFLEXIÓN

La liturgia del Domingo 21 nos habla de opciones. Nos recuerda que nuestra existencia puede ser gastada persiguiendo valores efímeros y estériles o apostando por valores eternos que nos conduzcan a la vida definitiva, a la realización plena. Cada hombre y cada mujer tiene, día a día, que hacer su elección.

En la primera lectura, Josué invita a las tribus de Israel reunidas en Siquén a escoger entre “servir al Señor” o el servir a otros dioses. El Pueblo elige claramente “servir al Señor”, pues ha visto, en la historia reciente de la liberación de Egipto y del camino por el desierto, como sólo Yahvé puede proporciona a su Pueblo la vida, la libertad, el bienestar y la paz.

En la segunda lectura, Pablo dice a los cristianos de Éfeso que la opción por Cristo tiene consecuencias también en las relaciones familiares. Para el seguidor de Jesús, el espacio de las relaciones familiares tiene que ser el lugar donde se manifiestan los valores de Jesús, los valores del Reino. Con su compartir el amor, con su unión, con su comunión de vida, el hogar cristiano está llamado a ser signo y reflejo de la unión de Cristo con su Iglesia

El Evangelio pone delante de nuestros ojos a dos grupos de discípulos, con opciones diversas ante la propuesta de Jesús. Uno de los grupos, prisionero de la lógica del mundo, tiene como prioridad los bienes materiales, el poder, la ambición y la gloria; por eso, rechaza la propuesta de Jesús. Otro grupo, abierto a la acción de Dios y del Espíritu, está disponible para seguir a Jesús en su camino de amor y de entrega de la vida; los miembros de este grupo saben que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Es este último grupo el que es propuesto como modelo a los creyentes de todos los tiempos.

«en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros», por lo cual «una Eucaristía que no comporte un ejercicio concreto del amor es fragmentaria en sí misma» (Deus caritas est, 14). desde la comunión con el Señor, desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria; nace, por lo tanto, un desarrollo social positivo, que sitúa en el centro a la persona, especialmente a la persona pobre, enferma o necesitada. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de donación del sacrificio de la cruz.

PARA LA VIDA

   Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. 

   Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.

   El cuento de esta semana nos recuerda que Cristo nos invita a una felicidad que pasa por la cruz, que no huye del sufrimiento, que se abaja para amar y servir más y mejor. Una felicidad que no nace del poder ni de la fama ni del dinero, sino de la humilde entrega diaria en ser Buena Noticia para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad. Una felicidad que no es fácil, que es exigente, que nace de una vida esculpida en valores como el amor, la generosidad, la entrega hasta la muerte si es necesario.