22° Domingo del tiempo Ordinario, 29 Agosto 2021, Ciclo B

  San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

"Dejan de Lado el Mandamiento de Dios, por Seguir la Tradición de los Hombres"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-Cambiar el Corazón: el corazón del hombre es, simbólicamente, el centro de donde salen los deseos más nobles: bondad, lucha por la justicia, nobleza de alma, amor generoso; pero también el corazón es, simbólicamente, el centro de donde salen los malos propósitos, fornicaciones, robos, homicidios, codicias, injusticias, fraudes, egoísmo, envidia, orgullo. Si cambiamos el corazón, cambiarán nuestras costumbres. Esta es nuestra gran tarea a lo largo de nuestra vida: cambiar nuestro corazón.

2.-Ser Cristiano: no consiste en «hacer» cosas distintas o mejores, sino en «ser» distinto y mejor, es decir, de otra calidad: la divina. El amor y el poder de Cristo se manifiestan en que no se conforma con un barniz superficial. Somos una «nueva creación» (2Cor 5,17), hemos sido hechos «hombres nuevos» (Ef 4,24) y por eso estamos llamados a vivir una «vida nueva» (Rom 6,4). La única postura coherente por parte del hombre elegido e iluminado es la de convertirse, de hecho y por sus obras, en una nueva criatura.

3.-La Pureza: no basta la limpieza exterior, que puede ir unida a la suciedad interior. Cristo ha venido a cambiar el interior del hombre, a darnos un corazón nuevo. Cuando el corazón ha sido transformado por Cristo, también lo exterior es limpio y bueno. De lo contrario, todo esfuerzo por alcanzar obras buenas será inútil. 

4.-Lo que Sale del Corazón: todo aquello que nos estropea por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás, sea por acción o por omisión. La lista que hace Jesús es muy significativa, y afecta las relaciones personales, a la vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que hacemos. Lo que importa es la pureza del corazón, la buena voluntad. Pues lo que mancha al hombre no viene de fuera, sino que sale del interior.

REFLEXIÓN

   La liturgia del Domingo 22 del Tiempo Ordinario nos propone una reflexión sobre la “Ley”. Dios quiere la realización y la vida plena para el hombre y, en ese sentido, propone su “Ley”. La “Ley” de Dios indica al hombre el camino a seguir. Con todo, ese camino no se agota en un mero cumplimiento de ritos o de prácticas vacías de significado, sino en un proceso de conversión que lleva al hombre a comprometerse cada vez más en el amor a Dios y a los hermanos.

   La primera lectura nos asegura que las “leyes” y preceptos de Dios son un camino seguro para la felicidad y para la vida en plenitud. Por eso, el autor de esa catequesis recomienda insistentemente a su Pueblo que acoja la Palabra de Dios y se deje guiar por ella.

   La segunda lectura invita a los creyentes a escuchar y a acoger la Palabra de Dios; pero avisa que esa Palabra escuchada y acogida en el corazón, tiene que convertirse en un compromiso de amor, de compartir, de solidaridad con el mundo y con los hombres.

   En el Evangelio, Jesús denuncia la actitud de aquellos que hicieron del cumplimiento externo y superficial de la “ley” un valor absoluto, olvidando que la “ley” es solamente un camino para llegar a un compromiso efectivo con el proyecto de Dios.

   Ley de Dios es su Palabra que guía al hombre en el camino de la vida, lo libera de la esclavitud del egoísmo y lo introduce en la «tierra» de la verdadera libertad y de la vida. Por eso en la Biblia la Ley no se ve como un peso, como una limitación que oprime, sino como el don más precioso del Señor, el testimonio de su amor paterno, de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su Aliado y escribir con él una historia de amor.

   Ciertamente, la Ley de Dios permanece, pero ya no es lo más importante, ya no es la regla de la vida; se convierte más bien en un revestimiento, en una cobertura, mientras que la vida sigue otros caminos, otras reglas, intereses a menudo egoístas, individuales y de grupo.

PARA LA VIDA

   Una noche un Viejo Cacique Indio le contó a su nieto la historia de una batalla que se libra dentro de nosotros. Le dijo: “Mi querido nieto, hay una batalla entre dos lobos dentro de cada uno de nosotros. Uno es Malvado. Es ira, envidia, odio, celos, codicia, egoísmo, orgullo, agresividad, superioridad. El otro es Bueno. Es alegría, paz, amor, esperanza, solidaridad, simpatía, generosidad, verdad y fe, compasión y fe”. El nieto pensó acerca de eso durante un minuto y le preguntó a su abuelo: “¿Y cuál lobo gana?”. El Viejo Indio simplemente le respondió: “El que tú alimentas”.

   El mal no le viene al hombre de fuera. Le viene de dentro. Es el hombre el que contamina a la sociedad, o al menos se contaminan mutuamente. Todos somos responsables en alguna medida del mal del mundo. Los males: las guerras, los asesinatos, la violencia, la ambición consumista, el materialismo, las desigualdades, los rencores y odios entre personas y pueblos, la envidia…no son males externos al ser humano. Esto nos lo dice claramente Jesús en el Evangelio de hoy y nos lo recuerda el cuento de hoy. Dentro de nosotros hay una lucha entre el bien y el mal. Depende de nosotros el que ese bien prevalezca sobre el mal. Ahí está el desafío de nuestra libertad y nuestra voluntad. Dejémonos hoy interpelar por la palabra de Dios y pongámonos en actitud de humildad y de conversión para cambiarnos por dentro y cambiar así el mundo de fuera.

   Alimentemos el lobo bueno que llevamos dentro, fomentemos actitudes positivas de amor, solidaridad, perdón, tolerancia, paz, generosidad, responsabilidad…. y sin duda que el mundo cambiará a nuestro alrededor.