San Juan 6, 60 - 69
1.-Las Palabras de Vida: en la sociedad moderna vivimos inundados de palabras: anuncios, publicidad, noticiarios, discursos y declaraciones invaden nuestro mundo. Esta “inflación de la palabra” ha penetrado también en algunos sectores de la Iglesia. Es la hora de la “papelorum progressio”, dicen algunos en broma. Se oyen muchas críticas a la predicación de la Iglesia. Nos dicen que no nos entienden, que es una predicación muy fría, descarnada, que no transmitimos entusiasmo. La palabra de Jesús era diferente. Nacía de su propio ser, brotaba de su amor apasionado al Padre y a los hombres. Era una palabra creíble, llena de vida y de verdad. Se entiende la reacción espontánea de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días.
2.- Seguir a Jesús: el hombre es incapaz de darse la vida a sí mismo, él se comprende sólo a partir de Dios: es la relación con él lo que da consistencia a nuestra humanidad y lo que hace buena y justa nuestra vida. En el Padrenuestro pedimos que sea santificado su nombre, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Es ante todo el primado de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque es este primado lo que nos permite reencontrar la verdad de lo que somos; y en el conocimiento y seguimiento de la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia.
3.-La Eucaristía: este inmenso don es accesible a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía: Dios se dona a nosotros, para abrir nuestra existencia a él, para involucrarla en el misterio de amor de la cruz, para hacerla partícipe del misterio eterno del cual provenimos y para anticipar la nueva condición de la vida plena en Dios, en cuya espera vivimos. La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él; nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 17)
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 21 nos habla de opciones. Nos recuerda que nuestra existencia puede ser gastada persiguiendo valores efímeros y estériles o apostando por valores eternos que nos conduzcan a la vida definitiva, a la realización plena. Cada hombre y cada mujer tiene, día a día, que hacer su elección.
En la primera lectura, Josué invita a las tribus de Israel reunidas en Siquén a escoger entre “servir al Señor” o el servir a otros dioses. El Pueblo elige claramente “servir al Señor”, pues ha visto, en la historia reciente de la liberación de Egipto y del camino por el desierto, como sólo Yahvé puede proporciona a su Pueblo la vida, la libertad, el bienestar y la paz.
En la segunda lectura, Pablo dice a los cristianos de Éfeso que la opción por Cristo tiene consecuencias también en las relaciones familiares. Para el seguidor de Jesús, el espacio de las relaciones familiares tiene que ser el lugar donde se manifiestan los valores de Jesús, los valores del Reino. Con su compartir el amor, con su unión, con su comunión de vida, el hogar cristiano está llamado a ser signo y reflejo de la unión de Cristo con su Iglesia
El Evangelio pone delante de nuestros ojos a dos grupos de discípulos, con opciones diversas ante la propuesta de Jesús. Uno de los grupos, prisionero de la lógica del mundo, tiene como prioridad los bienes materiales, el poder, la ambición y la gloria; por eso, rechaza la propuesta de Jesús. Otro grupo, abierto a la acción de Dios y del Espíritu, está disponible para seguir a Jesús en su camino de amor y de entrega de la vida; los miembros de este grupo saben que sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Es este último grupo el que es propuesto como modelo a los creyentes de todos los tiempos.
«en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros», por lo cual «una Eucaristía que no comporte un ejercicio concreto del amor es fragmentaria en sí misma» (Deus caritas est, 14). desde la comunión con el Señor, desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria; nace, por lo tanto, un desarrollo social positivo, que sitúa en el centro a la persona, especialmente a la persona pobre, enferma o necesitada. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de donación del sacrificio de la cruz.
PARA LA VIDA
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz.
Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.
El cuento de esta semana nos recuerda que Cristo nos invita a una felicidad que pasa por la cruz, que no huye del sufrimiento, que se abaja para amar y servir más y mejor. Una felicidad que no nace del poder ni de la fama ni del dinero, sino de la humilde entrega diaria en ser Buena Noticia para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad. Una felicidad que no es fácil, que es exigente, que nace de una vida esculpida en valores como el amor, la generosidad, la entrega hasta la muerte si es necesario.