San Marcos 10, 35-45
“El que Quiera ser Grande, sea Vuestro Servidor”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Primer Lugar: en la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». El que quiera ser el primero, que se ponga a servir a todos. En el servicio vemos más claramente el rostro del Señor.
- El que Sirve: necesitamos en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por otros intereses. Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea; hombres y mujeres que pongan su vida al servicio de los más necesitados como sirviendo al mismo Señor.
- Los “Grandes” Del Señor: son aquellos hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana. Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas. Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en tantos pequeños roces de la vida. Creando su historia de salvación.
- Los Que Dan La Vida: lo más grande que podemos dar es nuestra propia vida; lo que está vivo en nosotros, lo que nos da vida. Nuestra alegría, nuestra fe, nuestra ternura, nuestra confianza, la esperanza que nos sostiene y nos anima desde dentro. Dar así la vida es siempre un gesto que enriquece, que ayuda a vivir, que crea vida en los demás, que rescata, libera y salva a las personas.
REFLEXIÓN
“El que no Vive para Servir, no Sirve para Vivir”
Jesús nos invita a no dejarnos fascinar por el brillo del poder, por el aparente éxito de los ambiciosos.
La situación de los apóstoles “no” es diferente de la nuestra. Nosotros muchas veces nos Indignamos ante los avances de los demás, simplemente porque no fuimos nosotros los que dimos ese paso. Como ellos también, nosotros mantenemos la secreta ilusión de que conseguiremos más fácilmente de Jesús lo que le pidamos, precisamente porque somos de los pocos que le hemos seguido de cerca durante tanto tiempo.
Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles que en su Reino el que quiere ser el primero debe ser el servidor de todos. En una comunidad que proclama el Reino de Dios, existe un modo especial de conducción, tan original como para ser visto en oposición con los criterios del mundo. Ese modo de conducción es el servicio a la comunidad, un servicio que supone una vocación y un carisma del Espíritu.
En la Iglesia hay algunos que por vocación eligen servir a la comunidad desde una entrega total, y otros, reciben ese servicio y sirven, a su vez a otros más necesitados que ellos. En la persona de Jesús encontramos el modelo para aprender a gobernar. No gobierna bien el que manda solamente, aunque es propio del gobernante el mandar, sino fundamentalmente el que sirve y da la vida como Jesús. Un jefe que sirve, no sólo es jefe sino que es padre de los que gobierna. Jesús en el Evangelio da muchos ejemplos de la autoridad como servicio, pero la referencia mayor de su modo y estilo de gobernar la tenemos en la misma cruz.
PARA LA VIDA
Durante la guerra de independencia americana una compañía de soldados, con su capitán al frente, estaba construyendo un fuerte con pesados maderos. Mientras los soldados sudaban por levantar el madero que haría de dintel, el capitán manos en las caderas, les gritaba y gritaba que levantaran el maldito madero. De repente en la distancia apareció un extraño que cabalgaba hacia el fuerte.
Cuando llegó y vio la escena se dirigió al capitán y le dijo: ¿por qué no les echa una mano? “Soy un oficial” fue su respuesta. El extraño se sumó al grupo de soldados y entre todos colocaron el madero. Al despedirse le dijo al capitán: la próxima vez que necesite ayuda, llámeme. Mi nombre es George Washington y soy el comandante en jefe del ejército de los Estados Unidos.
El sacrificio personal, “no el triunfo”, el servicio desinteresados, y no el privilegio, es lo que nos hace auténticos discípulos de Cristo.