San Marcos 6, 30 – 34
1.- El Pastor: El Señor es mi pastor”. Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Jesús es Dios con nosotros y delante de nosotros, el único Pastor, el Buen Pastor que reúne a las ovejas descarriadas. El buen pastor da la vida por las ovejas. Por este medio procura granjearse la amistad de las ovejas. Y a Cristo lo ama el que escucha solícito su voz.
2.- Las Ovejas: todos los cristianos debemos sentirnos, interior y exteriormente, buenos discípulos, buenas ovejas, de nuestro único pastor, que es Cristo. Cristo debe ser para nosotros nuestro único camino, nuestra única verdad y nuestra única vida. Es evidente que, a lo largo de nuestra vida, tenemos otros guías y maestros, como son nuestros padres y educadores, pero cuando ya somos personas cristianas adultas y responsables debemos considerar a Cristo como nuestro único pastor, el que nos marca, en cada caso concreto, el camino que hemos de seguir, la verdad en la que debemos creer y la única vida que debe vivir plenamente dentro de nosotros.
3.- Los Falsos Pastores: los malos pastores. Sabemos bien quiénes son los malos pastores: los que no cuidan de las ovejas, sino que se buscan a sí mismos; los que en vez de unir y guiar, dispersan; los que no las defienden contra los peligros. Apoyarnos en el Señor es caer en la cuenta de que, muchas de nuestras infelicidades, es porque seguimos a líderes que nos llevan por donde quieren, pero no por dónde nos conviene.
4.- El Retiro: la actividad misionera causa fatiga, necesita reposo para refrescar el cuerpo y el espíritu. De lo contrario, viene el agotamiento, el hastío, el abandono. Son muchos y diversos los cansancios del apostolado y del testimonio de la fe. La tranquilidad permite el análisis de los hechos con serenidad interior, a la vez que reconforta con nuevas esperanzas para el compromiso de la acción. Descansar con Dios es saber que su Palabra siempre tiene una respuesta para cada momento.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 16 del tiempo Ordinario nos da cuenta del amor y de la solicitud de Dios por las “ovejas sin pastor”. Ese amor y esa solicitud se traducen, naturalmente, en una oferta de vida nueva y plena que Dios hace a todos los hombres.
En la primera lectura, por la voz del profeta Jeremías, Yahvé condena a los pastores indignos que utilizan al “rebaño” para satisfacer sus propios proyectos personales; y, paralelamente, Dios anuncia que, él mismo, va a tomar por su cuenta a su “rebaño”, asegurándole la fecundidad y la vida en abundancia, la paz, la tranquilidad y la salvación.
En la segunda lectura, Pablo habla a los cristianos de la ciudad de Éfeso de la solicitud de Dios por su Pueblo. Esa solicitud se manifestó en la entrega de Cristo, que dio a todos los hombres, sin excepción, la posibilidad de formar parte de la familia de Dios. Reunidos en la familia de Dios, los discípulos de Jesús son ahora hermanos, unidos por el amor. Todo lo que signifique barrera, división, enemistad, ha quedado definitivamente superado.
El Evangelio nos recuerda que la propuesta salvadora y liberadora de Dios para los hombres, ofrecida en Jesús, es ahora continuada por los discípulos. Los discípulos de Jesús son, como Jesús lo fue, los testigos del amor, de la bondad y de la solicitud de Dios por esos seres humanos que caminan por el mundo perdidos y sin rumbo, “como ovejas sin pastor”. La misión que los discípulos tienen, además, es la de tener siempre a Jesús como referencia. Los discípulos, enviados al mundo en misión, deben buscar con frecuencia el encuentro con Jesús, dialogar con él, escuchar sus propuestas, elaborar con él los proyectos para la misión, confrontar el anuncio que presentan con la Palabra de Dios.
PARA LA VIDA
Éranse una vez unos pastores, unas ovejas despistadillas y un rey. Había ovejas blancas, negritas, gorditas, con manchas, esquiladas, flacas, preñadas, viejas, cojas, Él las conocía por su nombre. Sabía la que caminaba lentamente, la que se perdía todos los días o se «trastornaba». También había alguna cabra. Ajustó unos cuantos pastores con buena formación ovejera.
Unos las llevaban a buenos pastos y las contaban cada hora, hacían cursillos y redactaban un diario. Otros buscaban la sombra para dormir y otros hicieron un máster de absentismo.
Había uno muy raro: a veces se dormía, a veces las miraba, a veces las hacía correr hasta el arroyo y les daba de beber en sus propias manos. Resoplaba con las parturientas y abrazaba a los corderillos. Algunas veces se quedaba con ellas al raso y contaba las estrellas (camino de Santiago). También canturreaba.
Cuando el rey preguntó a las ovejas sobre aquel pastor, todas respondieron: «Él es nuestra paz». Nos da seguridad. Ése fue el último día que trabajaron los otros contratados.
Ojalá Jesús sea el pastor de cada uno de nosotros, que tengamos la capacidad suficiente como para saber discernir la voluntad de Dios, y eso requerirá por nuestra parte mucha formación, formación para conocer lo que pasa a nuestro alrededor sin que nadie tenga que contárnoslo, formación para saber el por qué pasan las cosas y necesitaremos también mucha humildad para saber escuchar la voz del Señor y no la nuestra.