San Marcos 6, 7 - 13
1. El Anuncio: todos los cristianos hemos nacido con la misión de predicar el evangelio. Tenemos que empezar por nosotros mismos, porque si nosotros no estamos convertidos, mal podremos convencer a los demás. Los cristianos de ahora y de siempre debemos, pues, ser personas humildes, sobrias y extremadamente generosas con todos los que nos necesiten. La sociedad en la que nosotros vivimos no soporta a los hipócritas, corruptos y explotadores. Jesús fue, por encima de todo, una persona que pasó por la vida haciendo el bien; intentemos nosotros hacer lo mismo.
2. La Elección: primero, que Dios nos ha llamado a todos los cristianos, en la persona de Cristo, a ser santos e irreprochables ante él por el amor y segundo: que hemos sido destinados a ser sus hijos. Que la santidad de los cristianos debe estar fundamentada en el mandamiento del amor, parece algo evidente, ya que el mandamiento del amor es el mandamiento nuevo de Jesús. Como dice san Pablo en más de una ocasión: si no tenemos amor no somos cristianos. Y, en segundo lugar, que Dios nos ha destinado a vivir como hijos de Dios.
3. Nuestro Compromiso: todos, desde el momento de nuestro Bautismo, insertados en el Cuerpo de Cristo que es su Iglesia estamos convocados y urgidos a desarrollar –con nuestros carismas, habilidades, dones, talentos e inteligencia– una misión personal que nada ni nadie en nombre de nosotros podrá realizar. ¿Por qué? Porque cada uno, allá donde está, debe dar su peculiar color a su vida cristiana y, con su vida cristiana, color a todo lo que le rodea. Hoy, además de sacerdotes, necesitamos cristianos convencidos. Hombres y mujeres que, siendo conscientes de que creen y esperan en Jesús, están llamados a participar de la encomienda de Jesús: “id por el mundo”. Nos quedamos con una frase del Papa Francisco pronunciada en Quito en su viaje reciente a Ecuador:” La sociedad necesita más nuestras obras que nuestras palabras.”
REFLEXIÓN
La liturgia del 15º Domingo Ordinario nos recuerda que Dios actúa en el mundo a través de los hombres, a los que él llama y envía como testigos de su proyecto de salvación. Esos “enviados” deben tener como prioridad la fidelidad al proyecto de Dios y no la defensa de sus propios intereses o privilegios.
La primera lectura nos presenta el ejemplo del profeta Amós. Escogido, llamado y enviado por Dios, el profeta vive para proponer a los hombres, con verdad y coherencia, los proyectos y los sueños que Dios tiene para el mundo. Actuando con total libertad, el profeta no se deja manipular por los poderosos ni amordazar por sus propios intereses personales.
La segunda lectura nos asegura que Dios tiene un proyecto de vida plena, verdadera y total para cada ser humano, un proyecto que desde siempre estuvo en la mente de Dios. Ese proyecto, presentado a los hombres a través de Jesucristo, exige de cada uno de nosotros una respuesta decidida, total y sin subterfugios.
En el Evangelio, Jesús envía a los discípulos en misión. Esa misión, que es prolongación de su misma misión, consiste en anunciar el Reino y en luchar objetivamente contra todo aquello que esclaviza al hombre y que le impide ser feliz. Antes de marcharse, Jesús da a los discípulos algunas instrucciones acerca de la forma de realizar la misión. Les invita especialmente a la pobreza, a la sencillez, al desprendimiento de los bienes materiales.
El predicador ha de tener tanta confianza en Dios que, aunque no se provea de lo necesario para la presente vida, esté sin embargo segurísimo de que nada le ha de faltar, no ocurra que por tener la atención centrada en las cosas temporales, descuide de proveer a los demás las realidades eternas.
PARA LA VIDA
Un padre muy enfermo reunió a sus tres hijos junto a su cama. Apenas podía hablar. Con gran dificultad, tomó una pequeña cajita que contenía semillas, y dio una a cada hijo diciéndoles: -“Todo lo que les pase a ellas, os pasará a vosotros”. Y diciendo esto, murió. Los tres hijos no entendieron estas últimas palabras de su padre. Pensaron que estaba delirando y no sabía lo que se decía. Cada uno guardó la semilla y se marchó a su casa. El hermano mayor puso su semilla en un frasco de cristal. Y lo colocó en el lugar más visible de la casa.
Cada vez que lo mirara, recordaría a su querido padre. Al hermano mediano se le perdió la semilla por el camino y no se preocupó mucho de buscarla.. Y el hermano menor tuvo curiosidad por saber qué tipo de semilla le había dado su padre antes de morir. Buscó un macetero, preparó la tierra y la plantó con todo cuidado. Después de muchos cuidado, al cabo del tiempo, creció una rosa roja. Fueron pasando los años y, sin saber cómo, a cada hermano le iba ocurriendo lo mismo que le pasó a su semilla.