San Marcos 6, 1 – 6a
1.- El Profeta: cada cristiano debe ser un eco de la voz de Dios. Pero no es fácil ser profeta, en ningún tiempo lo ha sido. Es mejor que sea así, para que la vivencia de nuestra fe sea más pura.
2.- La Palabra: necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios. Si nos alimentáramos nosotros de la palabra de Dios no nos harían tragar los "maestros" tan fácilmente sus "rollos", no seríamos víctimas de la indoctrinación y de la propaganda, de las ideologías... y tendríamos algo nuevo que decir, aunque no quisieran escucharnos. En cualquier caso, el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún hay profetas.
3.- La Cruz en la Debilidad: para muchos es signo de persecuciones u obstáculos graves de sus adversarios, otros lo refirieren a alguna enfermedad. Como cristiano, el apóstol entiende toda su vida como participación en el Misterio Pascual de Cristo y es así que en la debilidad de la existencia humana se manifiesta la fuerza de la cruz y de la resurrección de Cristo. En nuestra debilidad debemos dejar que actúe la fuerza de Dios.
4.- Nuestra Fe: en el inicio de nuestra vida cristiana también se nos dio un carné por el Bautismo. Y como cristianos también corremos el riesgo de pensar que, por el hecho de estar bautizados, y de que Dios sea bueno y grande, tengamos derecho a todo, muy pocas obligaciones y que, incluso, nos podamos dar la satisfacción de infringir –una y otra vez– las normas mínimas de cara a una cierta calidad de vida cristiana. Pero lo cierto es que sería bueno pensar que, en la gran carretera que son los años que vivimos, hay momentos en los que vamos restando puntos a nuestra vida ética, a nuestra conducta moral, a nuestro ser hijos de Dios, a nuestro compromiso con el mundo. Lo realizamos, unas veces, conscientemente y otras sin darle demasiada importancia. El mundo, entre otras cosas, nos ha habituado a alejar de nosotros el concepto de “culpa” o de “pecado”. Como si el “todo cuela” y el “todo vale” se constituyese en un factor-cloroformo para no desarrollar los valores evangélicos o justificar nuestras infracciones a Dios y a los demás.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo revela que Dios llama, continuamente, a personas para ser testigos en el mundo de su proyecto de salvación. No importa si esas personas son frágiles y limitadas; la fuerza de Dios se revela a través de la flaqueza y de la debilidad de esos instrumentos humanos que Dios escoge y envía.
La primera lectura nos presenta un extracto del relato de la vocación de Ezequiel. La vocación profética es ahí presentada como una iniciativa de Yahvé, que llama a un “hijo del hombre” (esto es, a un hombre “normal”, con sus limitaciones y flaquezas) para ser, en medio de su pueblo, la voz de Dios.
En la segunda lectura Pablo asegura a los cristianos de Corinto (recogiendo su ejemplo personal), que Dios actúa y manifiesta su poder en el mundo a través de instrumentos débiles, finitos y limitados. Con la acción del apóstol, ser humano, viviendo en la condición de finitud, de vulnerabilidad, de debilidad, se manifiesta al mundo y a los hombres la fuerza y la vida de Dios.
El Evangelio, al mostrar cómo Jesús fue recibido por sus conciudadanos, en Nazaret, reafirma una idea que aparece también en las otras dos lecturas de este Domingo: Dios se manifiesta a los hombres en la flaqueza y en la debilidad. Cuando los hombres se niegan a entender esta realidad, fácilmente pierden la oportunidad de descubrir al Dios, que viene a su encuentro, y de acoger los desafíos que Dios les presenta.
Hoy como entonces, frecuentemente lo que acompaña al encuentro con Cristo es una cierta curiosidad superficial, no la fascinación que la persona de Cristo ejerce en la existencia de quien lo encuentra. Como para los habitantes de Nazareth, también el hombre contemporáneo, capturado por la novedad de Cristo, puede quedarse dramáticamente indiferente y hasta desconfiado.
PARA LA VIDA
Hace unos años estalló una persecución contra los cristianos en Sudán, África. Un joven huyó y se refugió en Uganda. Allí entró en el seminario y terminados sus estudios, fue ordenado sacerdote. Se llama Parida Taban. Sus feligreses no podían creer que fuera de verdad un sacerdote. ¿Nos quieres hacer creer que tú, hombre negro, eres un sacerdote? Nunca habían visto un sacerdote negro. Todos los anteriores habían sido misioneros blancos y les daban ropas, comida, medicinas… El joven P. Taban era pobre como ellos y no podía darles nada. Y empezó a decirles la misa en su propia lengua.
La gente seguía diciendo: este hombre no puede ser sacerdote porque nunca hemos celebrado la misa en nuestra propia lengua. Era negro y pobre como ellos y hablaba su misma lengua. Tuvo que pasar mucho tiempo y muchas pruebas hasta que fue aceptado por sus feligreses, por la gente de su raza y de su lengua. ¿Te has fijado cómo reciben a los triunfadores en su lugar de residencia? ¿Has visto la fiesta que organizan cuando alguien gana algún importante trofeo deportivo y vuelve a su lugar de origen…?
Ser rechazado no es nunca agradable, pero cuando el rechazo viene de los que son más cercanos y más queridos la herida es mucho más profunda. Jesús fue el primer rechazado. "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron". Visitó su pueblo, Nazaret, y sus paisanos quedaron deslumbrados, no salían de su asombro, pero no creyeron en Él.