Solemnidad de Corpus Christi, 18 Junio 2017, Ciclo A


San Juan 6, 1 - 58

"El que Coma de este Pan Vivirá para Siempre!" 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Pan: de los granos de trigo molidos se hace un solo Pan. Es un milagro de amor. Tendríamos que temblar de amor y dolor cada vez que partimos el pan. Y tendríamos que asumir las mismas actitudes del que se dejó partir. Al mundo egoísta se le ofrece este signo de altruismo supremo. Un gesto que debe repetirse. Si cada vez que comemos de este pan recordamos su muerte por amor, también nos comprometemos a partirnos amando, a gastarnos dividiéndonos y a vivir muriendo. “El que coma de este pan vivirá para siempre”!.
  2. El Vino: se forma de muchos uvas, que hacen un solo vino". Y ésa es precisamente la estremecedora grandeza del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El mismo lo había anunciado: «Mi carne es verdaderamente comida; mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y yo en él». Es decir, quien come dignamente la eucaristía, entra también en este proceso de «elaboración a lo divino».
  3. El Amor: sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros. Comulgar con Cristo es entrar en comunión con el hermano. El otro debe ser nuestra hostia diaria. La Eucaristía debe crear en nosotros la decisión consciente de ir hacia los otros y entregarnos a ellos. Por encima de las oraciones litúrgicas de acción de gracias, por encima de las plegarias privadas, la verdadera acción de gracias es la caridad: Quien comulga, se hace pan partido para los demás.
  4. La Eucaristía: banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad” que cada domingo reúne a la comunidad cristiana, y que se convierte en “centro y culmen” de su identidad.
   ¡Cuántas veces nosotros cristianos hemos tenido esta tentación! No nos compadecemos con las necesidades de los demás? Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». 

REFLEXIÓN 

   Maná, pan (carne) y vino (sangre) son los términos que abundan en este domingo en que se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Según el Deuteronomio, Moisés dice al pueblo: "El Señor tu Dios te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados". Jesús en el evangelio afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo". Por su parte, Pablo pregunta: "El pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?"  

   Hoy es un día de acción de gracias y de alegría porque el Señor se ha querido quedar con nosotros para alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos solos. La Sagrada Eucaristía es el viático, el alimento para el largo caminar de la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos acompaña y fortalece aquí en la tierra, que es como una sombra comparada con la realidad que nos espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del alimento que recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro corazón a una realidad totalmente nueva. 

   En cada misa, en el momento de la consagración, Cristo se hace presente en el pan y en el vino consagrado. Cristo se hace presente, con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad. Este es el gran Misterio de Nuestra Fe, como decimos en cada misa. En cada partícula de la hostia consagrada, en cada gota de vino consagrado, está Cristo, está todo Cristo... presente. 

   Pensemos en el amor y en la humildad de Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros. Cristo ha querido que pudiésemos comerlo sin que nos produzca repugnancia. Fue tan delicado para con nosotros, que se quedó como pan y vino, como cosas. Cosas que son comunes para nosotros. Pero qué riesgo corrió Jesús! Se arriesgó a que lo mirásemos con indiferencia, como se mira un pedazo de pan. 

PARA LA VIDA 

   Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo. Cuando llevaba horas cavando, encontró un cofre enterrado. Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que nunca había visto en su vida: un fabuloso tesoro, lleno de diamantes, monedas de oro y joyas bellísimas. Pasado el primer momento, el campesino se quedó mirando y al cofre y pensó que todo aquello era un regalo de Dios que él no merecía. Él era un simple campesino que vivía feliz trabajando la tierra. Seguramente habría habido alguna equivocación, por lo que tomó el camino que conducía a la casa donde vivía Dios para devolvérselo. 

   Mientras caminaba, encontró a una mujer llorando al borde del camino. Sus hijos no tenían nada para comer. El campesino tuvo compasión de ella y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre y le dio un puñado de diamantes y monedas de oro. Más adelante vio un carro parado en el camino. El caballo que tiraba de él había muerto. El dueño estaba desesperado, porque su caballo era lo único que tenía para trabajar y vivir. El campesino abrió su cofre de nuevo y le dio lo suficiente para comprar un nuevo caballo. Al anochecer llegó a una aldea donde un incendio había arrasado todas las casas. 

   Los habitantes de la aldea dormían en la calle. El campesino pasó la noche con ellos y al día siguiente les dio lo suficiente para que reconstruyeran la aldea. Y así iba recorriendo el camino aquel campesino. Siempre se cruzaba con alguien que tenía algún problema. Fueron tantos que, cuando le faltaba poco para llegar a la casa de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le había quedado para devolverle a Dios. 

   Aunque poco le duró, porque cayó enfermo de unas fiebres, y una familia lo recogió para cuidarlo. En agradecimiento, les dio el diamante que le quedaba. Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a recibirle. Y antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido, Dios le dijo: - Menos mal que has venido amigo. Fui a tu casa para decirte una cosa, pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado un tesoro. Por favor, encuéntralo y repártelo entre todos los que lo necesiten. 

ORACIÓN POR LOS PAPÁS 

   Padre nuestro, que estás en los cielos, escucha a tus hijos. Te pedimos por nuestros padres. Por medio de ellos nos lo diste todo, devuélveles todo el bien que nos han hecho. Nos han dado la vida: consérvales la salud. Nos han dado el alimento: dales el pan de cada día. También nos han dado el vestido: que sus almas se hallen vestidas siempre de tus gracias. Concédeles sobre la tierra la felicidad que se encuentra en servirte y amarte. 

   Y haz que podamos estar un día reunidos en el cielo. Amén.

Solemnidad de La Santísima Trinidad, 11 Junio 2017, Ciclo A


San Juan 3, 16 - 18

"En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Cruz: es el reconocimiento del misterio creador más central del cristianismo. La cruz es el símbolo del Redentor y de la Redención. ¿A quién se lo debemos? Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a las tres personas, pero a cada una de modo diferente.
  2. El Padre: Es siempre lo primero, lo supremo, origen de todo. Creemos en Dios, nuestro Padre, nuestro Médico, nuestro Aliento, un solo Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, nuestros ojos no pueden sentirlo, pero en el mundo, en la vida de los humanos, se nota su presencia, como un viento que no se ve y está ahí, dobla los árboles y levanta las olas, e hincha las velas de los barcos. 
  3. El Hijo:  Procede del Padre y ha venido al mundo. En Jesús hemos visto que Dios nos quiere como las madres quieren a sus hijos, más cuanto más las necesitan. En Jesús hemos visto que Dios se siembra como semilla, que es Palabra constantemente proclamada. En Jesús hemos visto que Dios es un viento poderoso que es capaz de elevar nuestra materia hasta los cielos y hacer de nosotros nada menos que Hijos. Jesús nos ha mostrado cómo es Dios y qué es ser hombre. Y se nos llena el corazón de gratitud. Y damos gracias a Dios por Jesucristo, porque por Él sabemos cómo es Dios y quiénes somos.
  4. El Espíritu Santo: Procede del Padre y del Hijo. Él viene a nuestra alma en forma de lenguas de fuego o de un viento impetuoso o en la suave y silenciosa brisa, entra en nuestra alma para lanzar de ella toda mediocridad, para aclarar toda incomprensión y para que nuestra alma se eleve al Dios eterno, y encuentre allí un lugar de reposo absoluto.
  5. El Amor: El Amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es saber dar y comunicar el amante al amado, lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” 

REFLEXIÓN
   Seguramente todos conocen esa leyenda en donde se nos dice que S. Agustín paseaba por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad cuando se encontró con un niño que quería meter todo el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le respondió que más difícil aún era comprender el misterio de la Santísima Trinidad. 
   Pues bien, esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que comprender el misterio de la Trinidad y hablar de ella no es nada fácil. Y es que supone hablar del mayor misterio de nuestra fe. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, sí que se puede decir algo, no sólo desde la teoría, sino también desde la práctica, porque la Trinidad se presenta, aunque parezca paradójico, como un misterio y a la vez como un modelo de vida para todos nosotros. 
   Lo primero que llama la atención en la trinidad es la gran unidad que hay en ella. Esta misma unidad es la que Dios nos pide que vivamos entre nosotros. Es lo que pidió Jesús al Padre antes de ser entregado a los judíos: Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. 
   La Trinidad no sólo se nos muestra como modelo de comunión, sino también como modelo de sociedad. El Padre, el hijo y el Espíritu  Santo trabajan siempre, por así decirlo, en equipo. Cada uno tiene un papel. El Padre Creador de todo. El n cuanto al hijo, por él fueron creadas todas las cosas y se hizo hombre para revelarnos el verdadero rostro de Dios y su plan de salvación. El Espíritu santo interviene en la encarnación y nos enseña y mantiene en la verdad plena. 
   La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima trinidad, fuente de todos los dones y gracias; el misterio de la vida íntima de Dios. Toda la liturgia de la misa de este domingo nos invita a tratar con intimidad a cada una de las Tres Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. 
   La Santísima Trinidad constituye el supremo misterio de nuestra fe. Y el misterio es una verdad de la que no podemos saberlo todo. Este misterio que no podemos comprender totalmente, si lo podemos vivir.
   En el Evangelio de hoy, Jesús al despedirse de sus discípulos, los envía, les da la misión universal de hacer discípulos y bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” 
   La misión fue cumplida por los discípulos y aún hoy lo está haciendo por nosotros. Todos nosotros hemos sido bautizados  “en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”. 

PARA LA VIDA
   Un príncipe oriental, para dar una lección a sus súbditos sobre la búsqueda de Dios, hizo reunir un día a muchos ciegos. Después ordenó que se les mostrase el mayor de los elefantes sin decirles qué animal tenían delante. Cada ciego se acercó al elefante y le tocaron en diversas partes del cuerpo. Al final el príncipe preguntó qué había palpado cada uno. 
   El que había tocado las piernas dijo que era un tronco arrugado de un árbol. El que había tocado la trompa, una gruesa rama nudosa. El que había tocado la cola, una serpiente desconocida. Un muro, dijo el que había tocado el vientre. Una pequeña colina, el que había tocado el lomo. Como no se ponían de acuerdo entre ellos, comenzaron a discutir. El príncipe interrumpió la discusión: - Esta pequeña muestra os hace ver cómo de las grandes cosas conocemos muy poco, y de Dios casi nada, porque es un Misterio tan grande y tan profundo que nunca podremos abarcarlo todo. 

Oración de Santa Catalina de Siena 

   ¡Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de ti, Trinidad eterna; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz. Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo, para verte de verdad... ¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás. 
   

Solemnidad de Pentecostés, 4 Junio 2017, Ciclo A


San Juan 20, 19 - 23

"Como el Padre me Envió, Así los Envío Yo..." 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Pentecostés: nos convierte en apóstoles aguerridos, nos hace sentir las necesidades de la Iglesia, de las almas. Si somos sacerdotes, nos da un santo celo para gastarnos y desgastarnos por los fieles; si somos religiosos nos ayuda a comprender más a fondo las exigencias de la “sagrada eucaristía”; si somos padres nos ayuda a perseverar en la misión de educar en la fe, en la moral y en todo aquello que es propiamente humano a nuestros hijos.
  2. El Espíritu Santo: es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
  3. El Perdón: se hace presente en el amor perdonador de Dios. Podemos pedir la gracia de creer que estamos perdonados de nuestros pecados y que podemos extender la paz que experimentamos después de haber celebrado el sacramento de la confesión.
  4. La Paz: es la plenitud de los dones de Dios. La paz conseguida con la superación del obstáculo del pecado. Es una paz que sólo puede venir de Dios, con el perdón de los pecados mediante el sacrificio de Cristo. El Espíritu Santo, que realiza este perdón en los individuos, es para los hombres principio operativo de la paz fundamental que reconcilia con Dios.
  5. La Oración: es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abbá (cf. Rm 8, 15; Gal 4, 6); y esto no es sólo un «modo de decir», sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8, 14).  
  6.  

REFLEXIÓN 

   De seguro que a muchos de nosotros nos fascina el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar. Dice que en el día de Pentecostés, de repente se escuchó un gran ruido como de un viento fuerte; que apreciaron lenguas como de fuego; y con la llegada del Espíritu Santo, los discípulos empezaron a hablar en otros idiomas, según la inspiración del Espíritu. Lo importante era que cuando salieron del lugar donde se encontraban a predicar la Buena Nueva, la gente que había llegado de muchas partes les podía entender en su propio idioma.  
   Los visitantes de Jerusalén podían entender las palabras de Jesús, de sus grandes obras, de su amor misericordioso, de su muerte y de su Resurrección. Todos ellos quedaron atónitos y llenos de admiración.     
El poder del Espíritu Santo es un regalo dado no solamente a los discípulos, sino que también a toda la gente que escuchaba a los discípulos.  Por lo tanto, el énfasis de la lectura está en el milagro que ocurre cuando los discípulos salen a predicar la Buena Nueva de Jesús.
    A partir de este impulso del Espíritu es que nace la Iglesia que tenemos hoy- el poder del Espíritu llena a miles de cristianos que salen de la seguridad de su hogar para compartir las maravillas del amor de Dios con los demás.  
   ¿Cuál es el idioma que habla Ud.?  ¿Cuál es el idioma que expresa la Buena Nueva en nuestros días?  ¿Cuál es el idioma que el Espíritu nos facilita hoy en el compartir del mensaje de Jesús?  El idioma que debemos pedir hoy se encuentra en esta gran fiesta de Pentecostés. Creo que debemos pedir el idioma del amor y la comprensión dentro de la familia, especialmente con los que nos causan dificultad.  
   Comprensión entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, primos y cuñados.  Existe tanto sufrimiento dentro de las familias- los que sufren de abuso y de negligencia; los que sufren por falta de compresión. Necesitamos conocer el idioma de comprensión para hablar la verdad y escuchar lo que dice nuestro corazón y el corazón del otro.  
   Pidamos también al Espíritu, el idioma de la paciencia con los hijos, en tantas escenas de incertidumbre que viven. Paciencia con los ancianos que nos piden tiempo y cuidado.  Paciencia con la pareja que de repente tiene otros intereses y compañeros que no nos incluyen.  Paciencia con nosotros mismos, cuando vemos que las posibilidades de la juventud se nos están escapando.

PARA LA VIDA 

   Cuentan que un domingo la madre de Pedro entró en su habitación y le gritó: "Pedro, es domingo. Es hora de levantarse. Es hora de ir a la iglesia". Pedro, medio dormido y de mal humor, le contestó: "No tengo ganas de ir. Hoy me quedo en la cama". "¿Qué es eso de que no quieres ir? Vamos, date prisa", le volvió a gritar su mamá. "No quiero ir. No me gusta la gente que viene a la iglesia y, además, yo no les caigo nada bien". "No digas tonterías, hijo. Déjame que te dé dos razones por las que tienes que ir. La primera es que ya tienes 40 años y la segunda, no lo olvides, es que tú eres el párroco". 

Oración al Espíritu Santo 

   Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra. Oh Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

ANÉCDOTA 

   Contaba un sacerdote cuya canonización está en marcha, que un día un amigo suyo que no tenía fe le dijo frente a un mapamundi: mire esto, de norte a sur, y de este a oeste. Mire el fracaso de Cristo. Tantos siglos procurando meter en la vida de los hombres su doctrina y vea los resultados. 
   Y este sacerdote cuenta que al principio se llenó de tristeza al considerar que son muchos los que aún no conocen al Señor, y que entre los que lo conocen, son muchos también los que viven como si no lo conocieran. Pero que esa sensación le duró solo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente en el mundo. La redención, por él realizada, por la fuerza del Espíritu Santo, es suficiente y sobre abundante.

Solemnidad de La Ascensión, 28 de Mayo 2017, Ciclo A


San Mateo 28, 16 - 20

"Yo estaré con vosotros…!" 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Ascensión: En la Ascensión no se da una partida, que da lugar a una despedida; es una desaparición momentánea que da lugar a una nueva presencia. Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión, Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia: «Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos».
  2. Los Cristianos: debe tener los ojos puestos en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas presentes. Podemos tener confianza pues ante el trono de Dios. La consecuencia lógica de la exaltación de Cristo es la de ocupar nuestro tiempo sin tardanza, sabiendo que la gloria futura nos espera. Podemos pues decir que la misión del cristiano es “acelerar” la venida del Reino de Cristo para que Él sea todo en todos.
  3. La Esperanza: Los momentos presentes se convierten en etapas maravillosas de un itinerario que conducen al amor eterno de Dios. Significa despertar y avivar y dar cauce a todas las fuerzas espirituales y apostólicas que existen en nosotros. Es una invitación entusiasta a “predicar” a salir en busca de los hombres para anunciarles la buena nueva.
  4. Nuestra Misión: No quedarnos «ahí plantados mirando al cielo». Volver a la ciudad, al trabajo... pero siendo sus testigos aquí y allá. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.
  5. El Camino: La Cruz es el camino a la verdadera gloria. La Gloria que el Padre recibe del Hijo encarnado; de esa gloria que llena el universo, y que la Iglesia expresa todos los días con la bien conocida doxología: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos.” El que comprende esto comprende lo que dice Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” 

REFLEXIÓN 

   En esta fiesta de la Ascensión, cuarenta días después de la Pascua, recordemos las palabras de San Agustín:

̈Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que dice el Apóstol: si habéis sido resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. 

   San Agustín nos muestra en este texto el sentido general de la fiesta de la Ascensión del Señor. El Señor se fue, pero sigue estando. Nosotros estamos, pero de alguna manera estamos también en él. Por eso, nuestra vida está en la tierra pero nuestro corazón está en el cielo y desde que el Señor subió al cielo hay una sana tensión por procurar ver las cosas de la tierra desde la perspectiva de Dios, desde el cielo. 

   Teniendo nuestro corazón en el cielo, buscando las cosas de arriba, las cosas de la tierra se relativizan y adquieren su verdadera dimensión. Dice San Agustín, que Él, Jesús, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. 

   Por eso la fiesta de hoy es la fiesta de la esperanza, que vence toda tristeza del corazón. Nuestra naturaleza caída, nos lleva a veces a la tristeza. El remedio contra la tristeza es la esperanza de estar junto al Señor, no sólo al final de los tiempos sino ya, hoy, con la elevación de nuestro corazón. 

   Para fomentar nuestra esperanza, hoy se lee el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles donde se contempla la escena de la Ascensión. A pesar de haber estado con Jesús durante tres años, de haberlo escuchado, no habían aprendido nada, y quieren de alguna manera, adelantar los tiempos que son absolutamente de Dios. 

   Pero el Señor les hace ver que no les corresponde a ellos saber el tiempo y el momento de la restauración de Israel y sí les confirma la promesa del Espíritu Santo y el testimonio que tendrá que dar hasta los confines de la tierra. 

   Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Podemos contemplar los ojos de Cristo,... llenos de misericordia, que se despiden, y los ojos de sus discípulos..., llenos de asombro. 

PARA LA VIDA 

   Érase una vez un tren lleno de viajeros que corría veloz sin detenerse jamás. Dentro del tren, todo era movimiento, ruido y agitación. Los viajeros se instalaban cada uno a su manera y procuraban organizarse su viaje lo mejor posible. Lo sorprendente era que ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía. Eran frecuentes dentro del tren las disputas y enfrentamientos pues casi todos luchaban por viajar en los coches de primera y se disputaban los asientos más cómodos y seguros.
   Aunque nadie conocía exactamente hacia dónde corría el tren. Mientras tanto, eran bastantes los que aprovechaban el viaje para montarse su propio negocio. En el tren se vendían y compraban toda clase de objetos, ingenios y juguetes para hacer más cómodo y agradable el trayecto. A veces, todo el tren parecía una gran feria o mercado ambulante. Nadie conocía, sin embargo, el destino último del tren.
   Algunos, los menos, se interesaron por estudiar la estructura y el funcionamiento del tren. Con esfuerzo y constancia admirables llega ron a desentrañar muchos secretos de su maquinaria y aprendieron a aprovechar mucho mejor sus resortes. Sin embargo, no podían adivinar hacia dónde se dirigía aquella máquina tan poderosa y bella. La mayoría buscaba algún pasatiempo para hacer más soportable el viaje. Bastantes se entretenían ante la pantalla de un “video”.
   Algunos ojeaban aburridos las revistas de siempre con las noticias y reportajes de siempre. Otros dormitaban en sus asientos. A nadie parecía preocuparle el final del viaje. Con el tiempo, se fue imponiendo dentro del tren una consigna extraña. Los viajeros se dijeron unos a otros: “Puesto que no sabemos a dónde se dirige el tren, no pensemos más en ello.
   No nos preguntemos cuál es nuestro destino final. Sin duda, viajaremos más tranquilos”. Y la consigna se fue extendiendo y, dentro del tren, ya nadie preguntaba por el destino último del viaje y, cuando alguno lo hacía, los demás lo miraban con extrañeza y algunos, tal vez, con sonrisa burlona: Acaso, ¿no es lo más normal viajar sin preguntarse hacia dónde nos dirigimos?