San Juan 6, 1 - 58
"El que Coma de este Pan Vivirá para Siempre!"
- El Pan: de los granos de trigo molidos se hace un solo Pan. Es un milagro de amor. Tendríamos que temblar de amor y dolor cada vez que partimos el pan. Y tendríamos que asumir las mismas actitudes del que se dejó partir. Al mundo egoísta se le ofrece este signo de altruismo supremo. Un gesto que debe repetirse. Si cada vez que comemos de este pan recordamos su muerte por amor, también nos comprometemos a partirnos amando, a gastarnos dividiéndonos y a vivir muriendo. “El que coma de este pan vivirá para siempre”!.
- El Vino: se forma de muchos uvas, que hacen un solo vino". Y ésa es precisamente la estremecedora grandeza del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El mismo lo había anunciado: «Mi carne es verdaderamente comida; mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y yo en él». Es decir, quien come dignamente la eucaristía, entra también en este proceso de «elaboración a lo divino».
- El Amor: sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros. Comulgar con Cristo es entrar en comunión con el hermano. El otro debe ser nuestra hostia diaria. La Eucaristía debe crear en nosotros la decisión consciente de ir hacia los otros y entregarnos a ellos. Por encima de las oraciones litúrgicas de acción de gracias, por encima de las plegarias privadas, la verdadera acción de gracias es la caridad: Quien comulga, se hace pan partido para los demás.
- La Eucaristía: banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad” que cada domingo reúne a la comunidad cristiana, y que se convierte en “centro y culmen” de su identidad.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
¡Cuántas veces nosotros cristianos hemos tenido esta tentación! No nos compadecemos con las necesidades de los demás? Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: «Dadles vosotros de comer».
REFLEXIÓN
Maná, pan (carne) y vino (sangre) son los términos que abundan en este domingo en que se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Según el Deuteronomio, Moisés dice al pueblo: "El Señor tu Dios te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados". Jesús en el evangelio afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo". Por su parte, Pablo pregunta: "El pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?"
Hoy es un día de acción de gracias y de alegría porque el Señor se ha querido quedar con nosotros para alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos solos. La Sagrada Eucaristía es el viático, el alimento para el largo caminar de la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos acompaña y fortalece aquí en la tierra, que es como una sombra comparada con la realidad que nos espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del alimento que recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro corazón a una realidad totalmente nueva.
En cada misa, en el momento de la consagración, Cristo se hace presente en el pan y en el vino consagrado. Cristo se hace presente, con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad. Este es el gran Misterio de Nuestra Fe, como decimos en cada misa. En cada partícula de la hostia consagrada, en cada gota de vino consagrado, está Cristo, está todo Cristo... presente.
Pensemos en el amor y en la humildad de Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros. Cristo ha querido que pudiésemos comerlo sin que nos produzca repugnancia. Fue tan delicado para con nosotros, que se quedó como pan y vino, como cosas. Cosas que son comunes para nosotros. Pero qué riesgo corrió Jesús! Se arriesgó a que lo mirásemos con indiferencia, como se mira un pedazo de pan.
PARA LA VIDA
Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo. Cuando llevaba horas cavando, encontró un cofre enterrado. Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que nunca había visto en su vida: un fabuloso tesoro, lleno de diamantes, monedas de oro y joyas bellísimas. Pasado el primer momento, el campesino se quedó mirando y al cofre y pensó que todo aquello era un regalo de Dios que él no merecía. Él era un simple campesino que vivía feliz trabajando la tierra. Seguramente habría habido alguna equivocación, por lo que tomó el camino que conducía a la casa donde vivía Dios para devolvérselo.
Mientras caminaba, encontró a una mujer llorando al borde del camino. Sus hijos no tenían nada para comer. El campesino tuvo compasión de ella y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre y le dio un puñado de diamantes y monedas de oro. Más adelante vio un carro parado en el camino. El caballo que tiraba de él había muerto. El dueño estaba desesperado, porque su caballo era lo único que tenía para trabajar y vivir. El campesino abrió su cofre de nuevo y le dio lo suficiente para comprar un nuevo caballo. Al anochecer llegó a una aldea donde un incendio había arrasado todas las casas.
Los habitantes de la aldea dormían en la calle. El campesino pasó la noche con ellos y al día siguiente les dio lo suficiente para que reconstruyeran la aldea. Y así iba recorriendo el camino aquel campesino. Siempre se cruzaba con alguien que tenía algún problema. Fueron tantos que, cuando le faltaba poco para llegar a la casa de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le había quedado para devolverle a Dios.
Aunque poco le duró, porque cayó enfermo de unas fiebres, y una familia lo recogió para cuidarlo. En agradecimiento, les dio el diamante que le quedaba. Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a recibirle. Y antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido, Dios le dijo: - Menos mal que has venido amigo. Fui a tu casa para decirte una cosa, pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado un tesoro. Por favor, encuéntralo y repártelo entre todos los que lo necesiten.
ORACIÓN POR LOS PAPÁS
Padre nuestro, que estás en los cielos, escucha a tus hijos. Te pedimos por nuestros padres. Por medio de ellos nos lo diste todo, devuélveles todo el bien que nos han hecho. Nos han dado la vida: consérvales la salud. Nos han dado el alimento: dales el pan de cada día. También nos han dado el vestido: que sus almas se hallen vestidas siempre de tus gracias. Concédeles sobre la tierra la felicidad que se encuentra en servirte y amarte.
Y haz que podamos estar un día reunidos en el cielo. Amén.