Solemnidad de Pentecostés, 4 Junio 2017, Ciclo A


San Juan 20, 19 - 23

"Como el Padre me Envió, Así los Envío Yo..." 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Pentecostés: nos convierte en apóstoles aguerridos, nos hace sentir las necesidades de la Iglesia, de las almas. Si somos sacerdotes, nos da un santo celo para gastarnos y desgastarnos por los fieles; si somos religiosos nos ayuda a comprender más a fondo las exigencias de la “sagrada eucaristía”; si somos padres nos ayuda a perseverar en la misión de educar en la fe, en la moral y en todo aquello que es propiamente humano a nuestros hijos.
  2. El Espíritu Santo: es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
  3. El Perdón: se hace presente en el amor perdonador de Dios. Podemos pedir la gracia de creer que estamos perdonados de nuestros pecados y que podemos extender la paz que experimentamos después de haber celebrado el sacramento de la confesión.
  4. La Paz: es la plenitud de los dones de Dios. La paz conseguida con la superación del obstáculo del pecado. Es una paz que sólo puede venir de Dios, con el perdón de los pecados mediante el sacrificio de Cristo. El Espíritu Santo, que realiza este perdón en los individuos, es para los hombres principio operativo de la paz fundamental que reconcilia con Dios.
  5. La Oración: es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abbá (cf. Rm 8, 15; Gal 4, 6); y esto no es sólo un «modo de decir», sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8, 14).  
  6.  

REFLEXIÓN 

   De seguro que a muchos de nosotros nos fascina el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de escuchar. Dice que en el día de Pentecostés, de repente se escuchó un gran ruido como de un viento fuerte; que apreciaron lenguas como de fuego; y con la llegada del Espíritu Santo, los discípulos empezaron a hablar en otros idiomas, según la inspiración del Espíritu. Lo importante era que cuando salieron del lugar donde se encontraban a predicar la Buena Nueva, la gente que había llegado de muchas partes les podía entender en su propio idioma.  
   Los visitantes de Jerusalén podían entender las palabras de Jesús, de sus grandes obras, de su amor misericordioso, de su muerte y de su Resurrección. Todos ellos quedaron atónitos y llenos de admiración.     
El poder del Espíritu Santo es un regalo dado no solamente a los discípulos, sino que también a toda la gente que escuchaba a los discípulos.  Por lo tanto, el énfasis de la lectura está en el milagro que ocurre cuando los discípulos salen a predicar la Buena Nueva de Jesús.
    A partir de este impulso del Espíritu es que nace la Iglesia que tenemos hoy- el poder del Espíritu llena a miles de cristianos que salen de la seguridad de su hogar para compartir las maravillas del amor de Dios con los demás.  
   ¿Cuál es el idioma que habla Ud.?  ¿Cuál es el idioma que expresa la Buena Nueva en nuestros días?  ¿Cuál es el idioma que el Espíritu nos facilita hoy en el compartir del mensaje de Jesús?  El idioma que debemos pedir hoy se encuentra en esta gran fiesta de Pentecostés. Creo que debemos pedir el idioma del amor y la comprensión dentro de la familia, especialmente con los que nos causan dificultad.  
   Comprensión entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, primos y cuñados.  Existe tanto sufrimiento dentro de las familias- los que sufren de abuso y de negligencia; los que sufren por falta de compresión. Necesitamos conocer el idioma de comprensión para hablar la verdad y escuchar lo que dice nuestro corazón y el corazón del otro.  
   Pidamos también al Espíritu, el idioma de la paciencia con los hijos, en tantas escenas de incertidumbre que viven. Paciencia con los ancianos que nos piden tiempo y cuidado.  Paciencia con la pareja que de repente tiene otros intereses y compañeros que no nos incluyen.  Paciencia con nosotros mismos, cuando vemos que las posibilidades de la juventud se nos están escapando.

PARA LA VIDA 

   Cuentan que un domingo la madre de Pedro entró en su habitación y le gritó: "Pedro, es domingo. Es hora de levantarse. Es hora de ir a la iglesia". Pedro, medio dormido y de mal humor, le contestó: "No tengo ganas de ir. Hoy me quedo en la cama". "¿Qué es eso de que no quieres ir? Vamos, date prisa", le volvió a gritar su mamá. "No quiero ir. No me gusta la gente que viene a la iglesia y, además, yo no les caigo nada bien". "No digas tonterías, hijo. Déjame que te dé dos razones por las que tienes que ir. La primera es que ya tienes 40 años y la segunda, no lo olvides, es que tú eres el párroco". 

Oración al Espíritu Santo 

   Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra. Oh Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

ANÉCDOTA 

   Contaba un sacerdote cuya canonización está en marcha, que un día un amigo suyo que no tenía fe le dijo frente a un mapamundi: mire esto, de norte a sur, y de este a oeste. Mire el fracaso de Cristo. Tantos siglos procurando meter en la vida de los hombres su doctrina y vea los resultados. 
   Y este sacerdote cuenta que al principio se llenó de tristeza al considerar que son muchos los que aún no conocen al Señor, y que entre los que lo conocen, son muchos también los que viven como si no lo conocieran. Pero que esa sensación le duró solo un instante, para dejar paso al amor y al agradecimiento, porque Jesús ha querido hacer a cada hombre cooperador libre de su obra redentora. No ha fracasado: su doctrina y su vida están fecundando continuamente en el mundo. La redención, por él realizada, por la fuerza del Espíritu Santo, es suficiente y sobre abundante.