Solemnidad de La Ascensión, 28 de Mayo 2017, Ciclo A


San Mateo 28, 16 - 20

"Yo estaré con vosotros…!" 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Ascensión: En la Ascensión no se da una partida, que da lugar a una despedida; es una desaparición momentánea que da lugar a una nueva presencia. Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión, Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia: «Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos».
  2. Los Cristianos: debe tener los ojos puestos en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas presentes. Podemos tener confianza pues ante el trono de Dios. La consecuencia lógica de la exaltación de Cristo es la de ocupar nuestro tiempo sin tardanza, sabiendo que la gloria futura nos espera. Podemos pues decir que la misión del cristiano es “acelerar” la venida del Reino de Cristo para que Él sea todo en todos.
  3. La Esperanza: Los momentos presentes se convierten en etapas maravillosas de un itinerario que conducen al amor eterno de Dios. Significa despertar y avivar y dar cauce a todas las fuerzas espirituales y apostólicas que existen en nosotros. Es una invitación entusiasta a “predicar” a salir en busca de los hombres para anunciarles la buena nueva.
  4. Nuestra Misión: No quedarnos «ahí plantados mirando al cielo». Volver a la ciudad, al trabajo... pero siendo sus testigos aquí y allá. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.
  5. El Camino: La Cruz es el camino a la verdadera gloria. La Gloria que el Padre recibe del Hijo encarnado; de esa gloria que llena el universo, y que la Iglesia expresa todos los días con la bien conocida doxología: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos.” El que comprende esto comprende lo que dice Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” 

REFLEXIÓN 

   En esta fiesta de la Ascensión, cuarenta días después de la Pascua, recordemos las palabras de San Agustín:

̈Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que dice el Apóstol: si habéis sido resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. 

   San Agustín nos muestra en este texto el sentido general de la fiesta de la Ascensión del Señor. El Señor se fue, pero sigue estando. Nosotros estamos, pero de alguna manera estamos también en él. Por eso, nuestra vida está en la tierra pero nuestro corazón está en el cielo y desde que el Señor subió al cielo hay una sana tensión por procurar ver las cosas de la tierra desde la perspectiva de Dios, desde el cielo. 

   Teniendo nuestro corazón en el cielo, buscando las cosas de arriba, las cosas de la tierra se relativizan y adquieren su verdadera dimensión. Dice San Agustín, que Él, Jesús, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. 

   Por eso la fiesta de hoy es la fiesta de la esperanza, que vence toda tristeza del corazón. Nuestra naturaleza caída, nos lleva a veces a la tristeza. El remedio contra la tristeza es la esperanza de estar junto al Señor, no sólo al final de los tiempos sino ya, hoy, con la elevación de nuestro corazón. 

   Para fomentar nuestra esperanza, hoy se lee el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles donde se contempla la escena de la Ascensión. A pesar de haber estado con Jesús durante tres años, de haberlo escuchado, no habían aprendido nada, y quieren de alguna manera, adelantar los tiempos que son absolutamente de Dios. 

   Pero el Señor les hace ver que no les corresponde a ellos saber el tiempo y el momento de la restauración de Israel y sí les confirma la promesa del Espíritu Santo y el testimonio que tendrá que dar hasta los confines de la tierra. 

   Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Podemos contemplar los ojos de Cristo,... llenos de misericordia, que se despiden, y los ojos de sus discípulos..., llenos de asombro. 

PARA LA VIDA 

   Érase una vez un tren lleno de viajeros que corría veloz sin detenerse jamás. Dentro del tren, todo era movimiento, ruido y agitación. Los viajeros se instalaban cada uno a su manera y procuraban organizarse su viaje lo mejor posible. Lo sorprendente era que ninguno de ellos sabía a dónde se dirigía. Eran frecuentes dentro del tren las disputas y enfrentamientos pues casi todos luchaban por viajar en los coches de primera y se disputaban los asientos más cómodos y seguros.
   Aunque nadie conocía exactamente hacia dónde corría el tren. Mientras tanto, eran bastantes los que aprovechaban el viaje para montarse su propio negocio. En el tren se vendían y compraban toda clase de objetos, ingenios y juguetes para hacer más cómodo y agradable el trayecto. A veces, todo el tren parecía una gran feria o mercado ambulante. Nadie conocía, sin embargo, el destino último del tren.
   Algunos, los menos, se interesaron por estudiar la estructura y el funcionamiento del tren. Con esfuerzo y constancia admirables llega ron a desentrañar muchos secretos de su maquinaria y aprendieron a aprovechar mucho mejor sus resortes. Sin embargo, no podían adivinar hacia dónde se dirigía aquella máquina tan poderosa y bella. La mayoría buscaba algún pasatiempo para hacer más soportable el viaje. Bastantes se entretenían ante la pantalla de un “video”.
   Algunos ojeaban aburridos las revistas de siempre con las noticias y reportajes de siempre. Otros dormitaban en sus asientos. A nadie parecía preocuparle el final del viaje. Con el tiempo, se fue imponiendo dentro del tren una consigna extraña. Los viajeros se dijeron unos a otros: “Puesto que no sabemos a dónde se dirige el tren, no pensemos más en ello.
   No nos preguntemos cuál es nuestro destino final. Sin duda, viajaremos más tranquilos”. Y la consigna se fue extendiendo y, dentro del tren, ya nadie preguntaba por el destino último del viaje y, cuando alguno lo hacía, los demás lo miraban con extrañeza y algunos, tal vez, con sonrisa burlona: Acaso, ¿no es lo más normal viajar sin preguntarse hacia dónde nos dirigimos?

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