San Lucas 1, 39 - 56
"El Todopoderoso Ha Hecho en mí Grandes Cosas; Elevó a los Humildes"
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-María:
en quien es glorificada la condición humana Esta mujer es María, la humilde
esclava, la silenciosa, aquella que guarda en su corazón la Palabra de Dios.
María, la fiel, aquella que creyó desde la Anunciación hasta el Nacimiento,
desde el Templo hasta la Cruz. Misterio del amor, poder de la fe, fuerza de
la esperanza. En María, toda la condición femenina –mejor dicho, toda la
condición humana– es glorificada por Cristo resucitado: él arranca a su
madre del pecado, la conduce por el camino estrecho de la fe hasta la Cruz,
la ensalza haciéndola superar la muerte. Ella vive para siempre en la gloria
de Dios.
2.-
María Virgen y Madre:
"María, siempre virgen", afirma nuestra fe. Se trata de una integridad
física, ciertamente, pero más todavía de una total y perpetua
disponibilidad, de capacidad infinita de donación. Tan sólo el amor exige y
da sentido a la virginidad. En el corazón absolutamente libre, en el corazón
enteramente disponible, Dios halla un lugar, y –en el caso de María– se
encarna. Quizá actualmente no está de moda hacer elogios de la virginidad.
Pero hoy no podemos dejar de recordar la fe viva de la Iglesia desde hace
2.000 años, una fe que suscita vírgenes consagradas a Dios para que él pueda
llenar más plenamente con su amor a los que son capaces de abrírsele
totalmente como María. Por la acción misteriosa de Dios, María, la virgen,
también es madre. Madre de Dios.
3.-
María
se Fía de Dios:
fiarse de Dios no es baldío. Fiarse de Dios, aun cuando las evidencias
empíricas parezcan invitar a lo contrario; esto es lo que el autor quiere
inculcar con esta joya del arte de narrar. Es la reacción entusiasmada de la
persona que ha experimentado cómo Dios cumple su palabra. Y desde su
experiencia concreta, María descubre alborozada que el cumplimiento de la
palabra por parte de Dios está a la base de la existencia misma del pueblo.
María: una persona para quien Dios es alguien con sentido, para quien el
ordenamiento de Dios es una realidad. Y rompe en gritos entusiasmados de
acción de gracias hacia quien hace posible la maravilla de un mundo
diferente.
REFLEXIÓN
La liturgia de hoy nos presenta la resplandeciente imagen de la Virgen elevada al cielo en la integridad del alma y del cuerpo. En el esplendor de la gloria celestial brilla la Mujer que, en virtud de su humildad, se hizo grande ante el Altísimo hasta el punto de que todas las generaciones la llaman bienaventurada (cf. Lc 1, 48). Ahora se halla como Reina, al lado de su Hijo, en la felicidad eterna del paraíso y desde las alturas contempla a sus hijos.
El texto del Apocalipsis, habla del enorme dragón rojo, que representa la perenne tentación que se plantea al hombre: preferir el mal al bien, la muerte a la vida, el placer fácil de la despreocupación al exigente pero gratificante camino de la santidad, para el que todo hombre ha sido creado. En la lucha contra «el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y satanás, el seductor del mundo entero» (Ap12,9), aparece el signo grandioso de la Virgen victoriosa, Reina de gloria, de pie a la derecha del Señor. Y en esta lucha espiritual su ayuda a la Iglesia es decisiva para lograr la victoria definitiva sobre el mal.
En el Evangelio, el cántico de María, mantiene ese mismo contraste de los humildes que reconocen la grandeza del Señor, y el de los poderosos del mundo. Por una parte, la grandeza y la obra de Dios, que es la gracia santificante, es realizada en María, en su Iglesia, en cada cristiano discípulo misionero del Jesús.
Las maravillas de la vida divina en nosotros actúan mediante la fe, la esperanza, la caridad; Nos hace comunidad que vive y testimonia la comunión con Dios y con los hermanos. Las ideologías de género, la promoción del aborto, los métodos anticonceptivos amenazan a la naturaleza humana. Las así llamadas nuevas corrientes antropológicas aprisionan la libertad del hombre y la reduce a mero consumo de compra y vende. Un mundo sin Dios representa cada vez más un descalabro moral en la pérdida del ser hombre y mujer, de la familia y del pluralismo cultural.
Hoy debemos mirar a María Santísima quien nos abre a la esperanza: Qué bueno es escuchar juntos el cántico de María, el Magnificat. Nos abre a la esperanza para quienes experimentamos conflictos, lucha cotidiana, frustraciones, tentaciones y atractivos del mal, porque como María creemos en la victoria del amor, en el poder de Dios que “derriba a los poderosos y enaltece a los humildes”. Son éstos quienes experimentan la cercanía y la misericordia de Dios.
PARA LA VIDA
Javier estaba un día platicando con su cuñado Rafael y de pronto le hizo una confesión sorprendente. Ambos estaban casados con dos hermanas gemelas y aunque la esposa de Rafael deseaba desesperadamente tener un hijo, ésta después de diez años de matrimonio no había concebido. Javier le dijo a su cuñado que su esposa se había ofrecido a tener un hijo para dárselo a su hermana. El hijo nació, la madre lo acarició y se lo entregó a su hermana. Y ésta agradecida comentó: "Ni en sueños podría imaginar que alguien se sacrificara así para hacerme feliz". Meses más tarde, un periódico publicaba la noticia con este titular: "Un regalo de amor que no tiene precio. Hermana da su baby a hermana sin hijos".
La Palabra de Dios nos recuerda a todos nosotros que hace dos mil años Dios nos hizo un regalo de amor que no tiene precio. Dios, a través de una mujer llamada María, entregó a su hijo Jesús al mundo entero. Un hijo que se sacrificó para hacerle feliz. Un hijo que hace posible la resurrección. Un hijo que vence a sus enemigos, incluida la muerte. Un hijo "nacido de mujer" y del Espíritu para que tú nazcas cada día a lo nuevo. Un hijo en el que puede contemplar la sonrisa de su Padre y ver el rostro glorioso de Dios. Y oír una voz del cielo que dice: "Ahora se ha hecho presente la salvación y el poder y el reino de Dios y la autoridad de su ungido". Regalo de Dios, sí, pero gracias a la fe de María que acogió la Palabra de Dios para entregarla al mundo hecha carne, hecha Jesús.