17° Domingo del tiempo Ordinario, 25 Julio 2021, Ciclo B

 San Juan 6, 1 - 15

"Distribuyó a los que Estaban Sentados, Dándoles Todo lo que Quisieron"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Caridad: la misericordia de Dios es infinita, porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. El amor a los pobres, lo mismo que a los enemigos, es el test por excelencia de la calidad de la caridad. Reconocer a los pobres el derecho a recibir el pan de la vida es comprometerse hasta el final con las exigencias del amor y materializar en una nueva multiplicación de los panes a escala del planeta el gesto alimenticio iniciado por Cristo.

2.- El Pan: La Eucaristía distribuye el pan de vida en abundancia como revelación de la persona de Cristo, signo escatológico y sacramento de la Pascua. Pero no puede darse una verdadera recepción de ese pan de vida sino mediante una disponibilidad absoluta que hace de cada participante un hermano de los más pobres entre los hombres.

3.- El Dinero: la oposición a esta nueva liberación está en el dinero, con el cual no se puede alimentar a todos ni se puede comprar la alegría de la fraternidad, y que siempre termina por pensar la vida en términos de poder humano, cosa de la cual Jesús huye. El hombre piensa que no hay más forma de multiplicar los panes que a base de dinero, pero Jesús no piensa así. Es la fraternidad la que multiplica los panes y hace la fiesta.

4.-: EL HAMBRE: Más de la mitad del mundo tiene hambre, mientras la otra mitad está harta. Aquéllos tienen hambre de pan y de justicia, éstos están hartos de pan y de todo. Los primeros mueren de hambre y desesperación ante la insolidaridad de los otros. Los segundos también se mueren aburridos de su crecimiento económico, de drogas, de alcohol, de stress, de autocomplacencia, de indiferencia hacia los pobres.

5.- La Misión de la Iglesia: los pastores de la Iglesia han de dar ese pan y ayudarnos a compartirlo. Deben ayudar a que llegue a todo el pan material que acaba con el hambre del cuerpo, y el pan de la palabra y la Eucaristía, que saciar el hambre más existencial del hombre.

REFLEXIÓN

   La liturgia del Domingo 17 del tiempo Ordinario, nos da cuenta de la preocupación de Dios por saciar el “hambre” de vida de los hombres. De forma especial, las lecturas de este Domingo nos dicen que Dios cuenta con nosotros para repartir su “pan” con todos aquellos que tienen “hambre” de pan, de amor, de libertad, de justicia, de paz, de esperanza.

    En la primera lectura el profeta Eliseo, al compartir el pan que le fue ofrecido con las personas que le rodean, testimonia la voluntad de Dios de saciar el “hambre” del mundo, y sugiere que Dios viene al encuentro de los necesitados a través de los gestos de compartir y de generosidad para con los hermanos que los “profetas” están invitados a realizar.

   En la segunda lectura, Pablo recuerda a los creyentes algunas de las exigencias de la vida cristiana. Les recuerda, especialmente, la humildad, la mansedumbre y la paciencia: son actitudes que no se casan con esquemas de egoísmo, de orgullo, de autosuficiencia, de prejuicios en relación con los hermanos.

   El Evangelio repite el mismo tema. Jesús, el Dios que ha venido al encuentro de los hombres, da cuenta del “hambre” de la multitud que le sigue y se propone liberarla de su situación de miseria y de necesidad que padece. A los discípulos (aquellos que van a continuar, hasta el fin de los tiempos, la misión que el Padre le confió), Jesús les invita a rechazar la lógica del egoísmo y a asumir otra del compartir, haciéndola realidad en el servicio sencillo y humilde en favor de los hermanos. 

    Todos, cada día, debiéramos de mirar nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si –en esas horas– hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos desplegado las alas de nuestra caridad; si hemos construido o por el contrario derrumbado; si nos hemos centuplicado o restado en bien de la justicia o de la fraternidad. Si, amigos. Cada día que pasa, cada día que vivimos es una oportunidad que Dios nos da para multiplicarnos, desgastarnos y brindarnos generosamente por los demás.

PARA LA VIDA

  Un día, un niño se compró un helado de chocolate. Cuando iba a destaparlo, se acordó de que a su hermano mayor le encantaba el chocolate. Fue a casa, lo guardó en el frigorífico y le dijo a su hermano que había comprado su helado preferido. Éste se puso muy contento y le dijo que ya se lo comería más tarde. Pasó un rato y el hermano mayor fue a tomar su helado. Pero cuando iba a destaparlo, su hermana pequeña lo agarró de las piernas y se lo pidió. Al final, acabó dándoselo. 

   La hermana pequeña se fue muy contenta con su helado. Se sentó en una silla del comedor y se puso a mirar el helado. Estuvo pensando un momento y después fue rápidamente a buscar a su madre. La encontró en la terraza tendiendo la ropa. Había pensado regalarle su helado, porque sabía que le gustaba mucho el chocolote. La madre la tomó en brazos y le dio un beso. Le dijo que ahora no se lo podía comer, que se lo guardara en el frigorífico. Al mediodía llegó el padre a casa cansado del trabajo. 

   Hacía mucho calor y la madre, al oírle llegar, le dijo que se comiera el helado de chocolate que había en la nevera. El padre fue y lo tomó. Lo destapó y empezó a comérselo. Entonces recordó que a sus hijos les encantaba el chocolate. Mientras se comía el helado, fue a la tienda de al lado de su casa y compró una tarta helada de chocolate. Cuando llegó la hora de comer, todos se llevaron una gran sorpresa al ver aquella tarta tan rica de chocolate. Al pensar los unos en los otros, habían salido todos ganando.