San Juan 6, 24 - 35
1.- El Alimento: alimentar el cuerpo es fácil, pero llenar el alma, el espíritu…sólo Dios tiene poder para hacerlo. El trabajo de los hombres es comer y dar de comer a todos. El trabajo de Jesús es darnos de comer el pan de vida, en este aquí y ahora, para el mañana y para siempre. Recibimos a Jesús en la Eucaristía. Que nuestras eucaristías sean realmente comulgar en todo nuestro ser con Cristo encarnado en el hoy de nuestra historia para tener vida eterna.
2.- Nuestra Búsqueda: “todos queremos más y más y más; el que tiene un euro quiere tener dos; el que tiene cuatro quiere tener seis.” Y a Jesús, primero, le pedían pan. Luego le exigían más y, al final, solicitaban de Cristo, todo, menos lo esencial: su Palabra, su Reino, la razón de su llegada al mundo. Que sigamos viviendo nuestra fe con la seguridad de que, Jesús, sigue siendo el pan de la vida. Y, sobre todo, que amemos al Señor no por aquello que nos da, sino por lo que es: Hijo de Dios.
3.- El Verdadero Pan: cada uno encuentra en él un sabor distinto…Porque no tiene el mismo sabor para el que se convierte y comienza el camino como para el que avanza en él o está ya llegando a la meta. No tiene el mismo sabor en la vida activa que en la vida contemplativa, ni para el que usa de este mundo como el que vive apartado de él, para el célibe y el hombre casado, para el que ayuna y distingue los días como para el que considera todos iguales. (cf Rm 14,5)…
4:- Puesto que Cristo nos llevaba en sí a todos nosotros, ya que hasta llevaba nuestros pecados, vemos que el agua representa al pueblo, mientras que el vino representa la sangre de Cristo. Así pues, cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se une con Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta a Aquel en quien cree. Esta unión y conjunción de agua y vino en el cáliz del Señor hace una mezcla que ya no puede deshacerse. Por esto la Iglesia, es decir la multitud que está constituida en Iglesia y persevera fiel y firmemente en su fe no podrá por nada ser separada de Cristo, ni nada podrá hacer que no permanezca adherida a él e indivisa en el amor.
REFLEXIÓN
La liturgia del Domingo 18 del Tiempo Ordinario repite, en lo esencial, el mensaje de las lecturas del pasado Domingo. Nos asegura que Dios está empeñado en ofrecer a su Pueblo el alimento que da la vida eterna y definitiva.
La primera lectura nos habla de la preocupación de Dios por ofrecer a su Pueblo, con solicitud y amor, el alimento que da la vida. La acción de Dios no se dirige, únicamente, a satisfacer el hambre física de su Pueblo, sino que pretende también, y principalmente, ayudar al Pueblo a crecer, a madurar, a superar las mentalidades estrechas y egoístas, a salir de su cerrazón y a tomar conciencia de otros valores.
La segunda lectura nos dice que la adhesión a Jesús implica dejar de ser un hombre viejo y pasar a ser otra persona. El encuentro con Cristo debe significar, para cualquier hombre, un cambio radical, una manera completamente diferente de situarse frente a Dios, frente a los hermanos, frente a uno mismo y frente al mundo.
Evangelio, Jesús se presenta como el “pan” de vida que baja del cielo para dar vida al mundo. A los que le siguen, Jesús les pide que acepten ese “pan”, esto es, que escuchen las palabras que él les dice, que las acojan de corazón, que acepten sus valores, que se adhieran a su propuesta.
Además del hambre física, el hombre lleva en sí también otra hambre, un hambre más fundamental, que no puede saciarse con un alimento ordinario. Se trata aquí de un hambre de vida, un hambre de eternidad. La señal del maná era el anuncio del acontecimiento de Cristo, que saciaría el hambre de eternidad del hombre, convirtiéndose él mismo en el «pan vivo» que «da la vida al mundo».
¡Qué gran dignidad se nos ha dado! El Hijo de Dios se nos entrega en el santísimo Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. ¡Cuán infinitamente grande es la liberalidad de Dios! Responde a nuestros más profundos deseos, que no son únicamente deseos de pan terreno, sino que alcanzan los horizontes de la vida eterna. ¡Este es el gran misterio de la fe!
PARA LA VIDA
Se me acercó, un día, un mendigo y me dijo: Quiero pan. Qué listo eres, le dije. Lo que necesitas es pan y has encontrado la mejor panadería de la ciudad. Cogí de la estantería un libro de cocina y empecé a decirle todo lo que sabía sobre el pan. Le hablé de la harina y del trigo, de las medidas y cantidades y de las distintas recetas. Cuando le miré me sorprendió que no sonriera. Sólo quiero pan, me dijo. Qué listo eres, alabo tu gusto. Sígueme y te enseñaré la panadería. No encontrarás una como ésta.
Tenemos pan para todos los gustos. Pero déjame que te enseñe lo mejor: nuestro salón de la inspiración. Sabía que estaba conmovido cuando lo introduje en el auditorio con sus magníficas vidrieras. El mendigo no dijo nada. Subí al podio y adopté la pose de orador. La gente de la redonda viene a escucharme y una vez a la semana a mis trabajadores, aquí reunidos, les leo las recetas del libro de cocina de la vida. Le pregunté al mendigo, sentado en la primera fila si quería escucharme. No, dijo, pero quisiera un trozo de pan.
Lo que tengo que decirte ahora es muy importante" le dije cuando salimos afuera. A lo largo de la calle encontrarás muchas panaderías pero aunque lo que hacen lo llamen pan no es verdadero pan, no está hecho según el libro. El mendigo se giró y se marchó. ¿No quieres pan le pregunté? Me miró, se encogió de hombros y dijo: Creo que he perdido el apetito. Qué vergüenza, me dije. El mundo ya no está preparado para el pan verdadero.