San Juan 12, 20 - 33
“Ha Llegado la Hora de que sea Glorificado el Hijo del Hombre”
- Jesús: en Jesús se dan la mano dos realidades fuertemente antagónicas: la muerte y la fecundidad. Nosotros preferimos ser servidos a servir; Cristo prefirió servir a ser servido; y en ese incondicional servir le fue ‘servida’ por el Padre la salvación de la humanidad.
- La Cruz: en la cruz se manifestará la gloria del Señor: en el Calvario el Crucificado se revelará, desde la profundidad del sufrimiento y del rechazo, como el Hijo de Dios elevado sobre el trono de la cruz que atraerá a todos hacia sí. Por la alianza de la cruz, que renovamos en cada eucaristía, Dios se acerca a nosotros, se adentra en nuestro corazón, pues aquel día "pondré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo".
- La Obediencia: Jesús obedeció al Padre cuando llegó su "hora" hasta la cruz. Haciendo suyo el castigo por nuestro pecado, "se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna”.
- La Hora: la "hora de Jesús" es la hora de glorificar al Padre. En ella se manifiesta que Dios es Amor, pero también queda al descubierto el pecado del mundo. Es la hora de la exaltación de Jesús, de su muerte y de su gloria. Es la hora del juicio contra satanás y sus secuaces, pero también la hora del perdón para cuantos creen en él. Es la hora en la que Dios convoca a todos los elegidos en torno al que es "exaltado". Pues todo lo que podemos esperar y temer es fruto y consecuencia de la victoria y del juicio que acontece en la cruz de Cristo.
- Ver a Jesús: debería ser ésta la confesión sincera y humilde de una comunidad que se sabe llamada al encuentro con su Señor y, sin embargo, nos quedamos enredados en mil asuntos que nos dificultan ir hacia Él.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
En este Quinto Domingo de Cuaresma, la liturgia nos lleva a contemplar a Cristo en la Cruz. Es la suprema prueba de amor de Jesús al hombre. De ese amor, tenemos que vivir siempre los cristianos.
En el Evangelio, San Juan relata cómo unos griegos querían ver a Jesús y se lo dicen a Felipe. Este episodio da ocasión a Jesús para anunciar su glorificación por su propia muerte. Por medio de la comparación con el grano de trigo, Jesús nos hace ver que la muerte es un fracaso sólo en apariencia. El grano muere, se pudre, pero de él surge una nueva planta que crece y luego puede dar muchos granos más. El fracaso real, sería que el grano de trigo no muriera. El grano de trigo que no se pudre en la tierra, queda solo, no se convierte en planta ni puede dar fruto. No sirve un grano de trigo sin germinar, pero la germinación de vida supone entrar él mismo en la muerte.
La muerte de Cristo y de los que estamos unidos a Él por la fe y el Bautismo, es como la muerte del grano de trigo: de esa muerte nace vida nueva. Muchas veces queremos seguir a Cristo evitando la muerte, escapando a la cruz y entonces quedamos como el grano de trigo que ni germina, ni muere, y tampoco da fruto. La condición del discípulo de Cristo es compartir con Él la pena, para gozar con Él de la Gloria del Padre.
Y esto, ... con sufrimiento, porque ni al mismo Jesús le fue ahorrado el sufrimiento. El Señor en este evangelio anticipa la agonía del huerto cuando dice: “Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "¿Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!» La turbación, la desolación y la agonía son condición del cristiano como lo fueron también de Cristo. Muchas veces nos quejamos de la desolación y del sufrimiento y nos olvidamos que una forma de acompañar al Señor que sigue sufriendo hoy, en su Cuerpo Místico que es la Iglesia, es ofrecer a Dios nuestra desolación y sufrimiento como lo hizo el Señor.
PARA LA VIDA
Un día fue un discípulo en busca de su maestro y le dijo: "Maestro, yo quiero encontrar a Dios". El maestro miró al muchacho sonriéndole. El muchacho volvía cada día, repitiendo que quería dedicarse a la religión. Pero el maestro sabía muy bien a qué atenerse. Un día que hacía mucho calor, le dijo al muchacho que lo acompañara hasta el río para bañarse. El muchacho se zambulló en el agua El maestro lo siguió, y, agarrándolo por la cabeza, se la metió en el agua un buen rato, hasta que el muchacho comenzó a forcejear por sacarla a flote.
El maestro lo soltó y le preguntó qué era lo que más deseaba cuando se encontraba sin respiración dentro del agua. Aire respondió el discípulo., ¿Deseas a Dios de la misma manera? le preguntó el maestro. Si lo deseas así, lo encontrarás inmediatamente. Pero ni no tienes ese deseo, esa sed, por más que luches con tu inteligencia, con tus labios o con tu fuerza, no podrás encontrar a Dios. Mientras no se despierte esa sed en ti, no vales más que un ateo. Incluso a veces el ateo es sincero. Y tú no lo eres.
Algo parecido debió ocurrir aquel día cuando unos hombres se acercaron a Felipe y le dijeron que querían ver a Jesús. Entonces Felipe y Andrés fueron a decírselo a Jesús y éste les dijo: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto".