San Juan 2, 13-25
“El Celo por tu Casa me Consume”
- El Templo: el nuevo templo es el Cristo total, la cabeza y los miembros, Cristo resucitado y su cuerpo que es la Iglesia. La comunidad cristiana reunida en torno a su Señor por la fuerza del Espíritu es el verdadero templo de Dios. De esta comunidad se espera que viva de tal manera que pueda dar dignamente culto al Padre ‘en Espíritu y en Verdad’, se espera que vivamos lo que celebramos.
- La Cruz: tiene poca aceptación, y sin embargo, ella es ‘fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres’. El culto cristiano lo preside siempre la cruz, el Crucificado, porque lo que en él celebramos es precisamente el misterio de la muerte y la resurrección del Señor por nuestro amor.
- El Culto: el verdadero culto a Dios pasa necesariamente por el amor al otro. El culto a Dios es necesario, pues con Él le agradecemos todo lo que nos regala gratuitamente y, al mismo tiempo, fortalece nuestra fe y nuestra esperanza. La liturgia es la celebración comunitaria del encuentro con Dios.
- La Cuaresma: como camino que conduce hacia la Pascua, pretende con medios tan esenciales y sencillos como la oración, la austeridad o la caridad, revestirnos de un espíritu que nos lleve a celebrar intensamente y en verdad la Pascua del Señor.
- Los Mandamientos: dan sentido a nuestro camino cristiano. El amor al prójimo, que es consecuencia lógica de nuestra unión con Dios, es imperativo en el día a día. La oración personal (y no sólo comunitaria) es síntoma de una fe saludable que, además, la fortalece cuando –esa oración– (como decía Teresa de Jesús) nos lleva a caer en la cuenta de que es estar con Aquel que decimos nos ama.
REFLEXIÓN
En este tercer Domingo de Cuaresma, la Palabra de Dios nos trae el relato de la expulsión de los mercaderes del templo, que es quizá uno de los más “duros” del evangelio y nos invita también a purificarnos.
Nos encontramos ante una actitud muy dura de Jesús. El Señor actúa como dueño de casa, como “Hijo”. Por eso sus discípulos se acordarán del salmo que dice “El celo por la Casa me devorará”. El interior de Jesús está realmente devorado por la indignación que le provoca el exceso en la Casa de su Padre y por eso expulsa a los vendedores y a los cambistas.
Seguramente se encontraron ante una fuerza irresistible que les hizo obedecer. No comprenderían tal vez el sentido total de lo que pasaba, Jesús los tomó de sorpresa, pero la autoridad del “Dios – Hombre” que actuaba en su Casa con el látigo en la mano del mismo Dios.
Los judíos pretendieron destruir el cuerpo de Jesús, dándole muerte. Su muerte fue el máximo servicio a la humanidad y la máxima manifestación de la gloria de Dios. El templo del cuerpo de Jesús, pasó por la muerte, fue destruido y fue levantado por el mismo poder de Jesús, que al tercer día resucitó de entre los muertos. Dice el evangelio que: “Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado”.
Vivimos la Cuaresma como purificación y es bueno también ver venir al Señor con un látigo a purificar su Cuerpo Místico, a purificar a su pueblo fiel de todas sus infidelidades, de su comercio, de su profanación. Por una parte, tengamos una alegre y firme esperanza en el porvenir, pero por otra parte tengamos un santo temor a Dios, porque ese santo temor es fuente continua de conversión y así nuestra esperanza no será simplemente una ilusión y Cristo Resucitado podrá habitar en nosotros.
PARA LA VIDA
Helder Camara, obispo brasileño, que durante su vida “olió a oveja” más que nadie, cuenta la siguiente historia. Un día unos feligreses de mi diócesis vinieron a suplicarme que fuera a su pueblo a celebrar una misa de purificación de su templo, su iglesia parroquial. ¿Por qué?, les pregunté. Unos ladrones han saqueado nuestra iglesia, han destruido el sagrario, se han llevado los copones y, al largarse, han tirado por el barro de las calles las formas consagradas. Han profanado nuestro templo, le contaron consternados.
Por supuesto que fui y les dije a aquellos católicos indignados: Ustedes están horrorizados porque el cuerpo de Cristo ha sido arrojado al fango. Tienen razón y comprendo su ira, pero no olviden nunca que aquí y en otros muchos lugares de la tierra, el Cuerpo de Cristo es tirado a la basura cuando los más pobres, los más pequeños son machacados y humillados.
He leído muchas pintadas escritas con grandes letras en las fachadas de las iglesias y una me llama la atención: "La iglesia que más alumbra es una iglesia en llamas". Tienen razón, pero en llamas no de odio sino de amor, traducido en servicio a los machacados por la avaricia humana. Los templos vivos son más valiosos que los templos de piedra por más artísticos y turísticos que sean. Dios no es un turista que vaya visitando templos: mezquitas, sinagogas, o catedrales góticas, templos dedicados a la divinidad bajo miles de nombres.
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