San Juan 3, 16 - 18
"En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
- La Cruz: es el reconocimiento del misterio creador más central del cristianismo. La cruz es el símbolo del Redentor y de la Redención. ¿A quién se lo debemos? Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a las tres personas, pero a cada una de modo diferente.
- El Padre: Es siempre lo primero, lo supremo, origen de todo. Creemos en Dios, nuestro Padre, nuestro Médico, nuestro Aliento, un solo Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, nuestros ojos no pueden sentirlo, pero en el mundo, en la vida de los humanos, se nota su presencia, como un viento que no se ve y está ahí, dobla los árboles y levanta las olas, e hincha las velas de los barcos.
- El Hijo: Procede del Padre y ha venido al mundo. En Jesús hemos visto que Dios nos quiere como las madres quieren a sus hijos, más cuanto más las necesitan. En Jesús hemos visto que Dios se siembra como semilla, que es Palabra constantemente proclamada. En Jesús hemos visto que Dios es un viento poderoso que es capaz de elevar nuestra materia hasta los cielos y hacer de nosotros nada menos que Hijos. Jesús nos ha mostrado cómo es Dios y qué es ser hombre. Y se nos llena el corazón de gratitud. Y damos gracias a Dios por Jesucristo, porque por Él sabemos cómo es Dios y quiénes somos.
- El Espíritu Santo: Procede del Padre y del Hijo. Él viene a nuestra alma en forma de lenguas de fuego o de un viento impetuoso o en la suave y silenciosa brisa, entra en nuestra alma para lanzar de ella toda mediocridad, para aclarar toda incomprensión y para que nuestra alma se eleve al Dios eterno, y encuentre allí un lugar de reposo absoluto.
- El Amor: El Amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es saber dar y comunicar el amante al amado, lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Seguramente todos conocen esa leyenda en donde se nos dice que S. Agustín paseaba por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad cuando se encontró con un niño que quería meter todo el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le respondió que más difícil aún era comprender el misterio de la Santísima Trinidad.
Pues bien, esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que comprender el misterio de la Trinidad y hablar de ella no es nada fácil. Y es que supone hablar del mayor misterio de nuestra fe. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, sí que se puede decir algo, no sólo desde la teoría, sino también desde la práctica, porque la Trinidad se presenta, aunque parezca paradójico, como un misterio y a la vez como un modelo de vida para todos nosotros.
Lo primero que llama la atención en la trinidad es la gran unidad que hay en ella. Esta misma unidad es la que Dios nos pide que vivamos entre nosotros. Es lo que pidió Jesús al Padre antes de ser entregado a los judíos: Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
La Trinidad no sólo se nos muestra como modelo de comunión, sino también como modelo de sociedad. El Padre, el hijo y el Espíritu Santo trabajan siempre, por así decirlo, en equipo. Cada uno tiene un papel. El Padre Creador de todo. El n cuanto al hijo, por él fueron creadas todas las cosas y se hizo hombre para revelarnos el verdadero rostro de Dios y su plan de salvación. El Espíritu santo interviene en la encarnación y nos enseña y mantiene en la verdad plena.
La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima trinidad, fuente de todos los dones y gracias; el misterio de la vida íntima de Dios. Toda la liturgia de la misa de este domingo nos invita a tratar con intimidad a cada una de las Tres Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad constituye el supremo misterio de nuestra fe. Y el misterio es una verdad de la que no podemos saberlo todo. Este misterio que no podemos comprender totalmente, si lo podemos vivir.
En el Evangelio de hoy, Jesús al despedirse de sus discípulos, los envía, les da la misión universal de hacer discípulos y bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
La misión fue cumplida por los discípulos y aún hoy lo está haciendo por nosotros. Todos nosotros hemos sido bautizados “en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”.
PARA LA VIDA
Un príncipe oriental, para dar una lección a sus súbditos sobre la búsqueda de Dios, hizo reunir un día a muchos ciegos. Después ordenó que se les mostrase el mayor de los elefantes sin decirles qué animal tenían delante. Cada ciego se acercó al elefante y le tocaron en diversas partes del cuerpo. Al final el príncipe preguntó qué había palpado cada uno.
El que había tocado las piernas dijo que era un tronco arrugado de un árbol. El que había tocado la trompa, una gruesa rama nudosa. El que había tocado la cola, una serpiente desconocida. Un muro, dijo el que había tocado el vientre. Una pequeña colina, el que había tocado el lomo. Como no se ponían de acuerdo entre ellos, comenzaron a discutir. El príncipe interrumpió la discusión: - Esta pequeña muestra os hace ver cómo de las grandes cosas conocemos muy poco, y de Dios casi nada, porque es un Misterio tan grande y tan profundo que nunca podremos abarcarlo todo.
Oración de Santa Catalina de Siena
¡Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta! El alma que se sacia en tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta de ti, Trinidad eterna; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz. Como el ciervo suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo, para verte de verdad... ¿Podrás darme algo más que darte a ti mismo? Tú eres el fuego que siempre arde, sin consumirse jamás.