San Mateo 11, 2 - 11
“Estén Siempre Alegres en el Señor”
- Jesús: es como el patrón que cuando llega del campo o de la ciudad tiene a su disposición un siervo que le desate la correa de las sandalias.
- Juan: Es el siervo que se alegra porque el Mesías, su patrono, está por llegar.Juan es la alegría de quien recoge el fruto de su trabajo, el fruto de tantos otros profetas que prepararon junto con él la venida del Mesías.
- La Alegría: no se trata de cualquier alegría, sino de la Alegría del mismo Dios; de una alegría perpetua. Se trata de la alegría del que se sabe hijo de Dios, querido y cuidado por Él. Que estén tristes los que no se consideran hijos de Dios. Darse a Dios y a los demás produce alegría, “ni el egoísta, ni el impuro, ni el rencoroso, ni el resentido, ni el acomplejado, ni el cobarde, ni el perezoso…, pueden ser alegres. La razón es que su vida no sabe de lucha y, cualquier esfuerzo es una enfermedad; por tanto, nada de afán, nada de cobardía, nada de triunfalismos vanos. Solo dios es la alegría colmada.
- La Paz: habita en el alma del creyente, inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas.
- El Amor: persiste, se hace más profundo, se afirma victorioso incluso donde el pecado del hombre hiere a Jesús de muerte. En su Pasión es, por tanto, donde se manifiesta plenamente la paciencia de Jesús. En el momento supremo en que el plan divino parece puesto en tela de juicio por la actitud de los hombres, el amor se hace totalmente misericordioso: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Jesús ha amado a los hombres hasta el final.
- La Paciencia: no hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra. Hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse. Porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. La paciencia de que todo cambiará un día, es sinónimo de entereza, de ánimo y plenitud divina.
REFLEXIÓN
En este fin de semana celebramos el tercer Domingo de Adviento, también llamado Domingo “Gaudete”, es decir domingo de regocijo ante la inminente venida del Salvador. El Evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el Mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida.
El Señor viene a salvarnos, nos ofrece su perdón, pero exige de nosotros una tarea previa: que preparemos el terreno. Y esta preparación se concentra en una sola palabra: conversión. La conversión es un cambio de mentalidad y de conducta, es tomar otro rumbo distinto del que se estaba siguiendo.
"Está cerca", en el pobre y en el que sufre. En los acontecimientos, cuando sabemos vivirlos como estímulos al crecimiento y al amor. En la naturaleza, huella y obra del Creador. En nuestro interior profundo que reclama acercarse a su origen divino por medio de experiencias positivas de paz, de crecimiento, de riesgo justificado, de amor, de gozo, de eficacia.
El Reino de Dios no llega a la fuerza, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece silenciosamente. Pero está ahí creciendo mente. El labrador lo sabe. Y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia.
Jesús es el hombre entregado totalmente a liberar a hombres y mujeres de todo lo que bloquea el crecimiento de la vida, e impide a la humanidad vivir con esperanza. Es el hombre que sabe liberar con su acogida, su cercanía, su palabra, su fe en el Padre, su búsqueda apasionada de fraternidad. Recibámoslo!!!
PARA LA VIDA
Juan, un joven universitario, entró descalzo, con Jeans y una camiseta sucia y llena de agujeros y despeinado, un domingo en una iglesia de gente distinguida. La iglesia estaba llena y como no encontraba asiento caminó hasta el púlpito y se sentó al frente en la alfombra. La gente contemplaba al joven con asombro e incomodidad. Se sentía una gran tensión en el ambiente. Un diácono de la iglesia, muy mayor y elegantemente vestido, encargado del orden y del protocolo, se dirigió lentamente hacia Juan.
Todos los fieles pensaban lo mismo, lo va a echar o lo va mandar sentarse atrás. Se hizo un gran silencio y el párroco interrumpió el sermón y también calló. El anciano diácono dejó caer su bastón al suelo, con mucho trabajo se agachó y se sentó junto a Juan para que no se sintiera solo durante la celebración. No hizo lo que la asamblea esperaba ni lo que su cargo exigía. El sacerdote continuó su prédica con estas palabras: “Lo que voy a predicar no lo recordarán. Lo que acaban de ver nunca lo olvidarán”.
Todos tenemos que hacer gestos y hechos de compasión que hagan creíble la fe ante los hombres y detecten la presencia misericordiosa de Dios. En esta navidad, Dios toma asiento en nuestro corazón…Pero lo reconocemos?