2° Domingo del Tiempo Ordinario, 15 Enero 2017, Ciclo A


San Juan  1, 29 - 34

Este es el Cordero de Dios, que Quita el Pecado del Mundo

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Cordero: es conveniente volver a repasar esta frase que recitamos en cada misa. La fe cristiana nos enseña que Dios se hizo hombre no sólo para vivir entre nosotros, sino también para dar su vida por nosotros.
  2. La ObedienciaAlgo muy importante es la actitud de escucha atenta a la voz de Dios. Debemos desechar la tendencia de reducir nuestro culto a Dios a la mera observancia de unos ritos. El espíritu cristiano nos arrastra a un amor genuino a Dios y al prójimo, un amor que se manifiesta en obras nuevas, y no sólo se queda en unas cuantas formas fijas. Al mismo tiempo, esta disposición de escucha obediente requiere que el cristiano posea un espíritu humilde. De esta manera él es capaz de escuchar la palabra de Dios. Esta apertura interior lo mantiene en una obediencia activa y real.
  3. El Testimonio: la única razón de ser de una comunidad cristiana es dar testimonio de Jesucristo, actualizar hoy en la sociedad el misterio del amor liberador de Dios manifestado en Cristo. Difícilmente seremos testigos de Dios si no manifestamos su amor salvador y liberador. La figura del Bautista, testigo verdadero de Jesucristo, nos obliga a hacernos la siguiente pregunta: ¿Ayuda mi vida a alguien a creer en Dios? Seguir a Jesús es comprometerse en la lucha y en el esfuerzo por hacer posible su Reino entre nosotros. 
  4. La Vocación: Es encaminarse así, no obstante, no puede hacerse más que en el diálogo con Dios y abriéndose a su influencia. Juan lo subraya en varias ocasiones, mostrando cómo la mirada de Cristo sobre sus discípulos transforma la mirada de estos. Es esa mirada que cambia a Simón en Pedro (1, 42), que cambia de doctor de la ley en creyente a Natanael (1, 47-48). Progresar en la fe y en la vocación no se puede hacer, pues, más que recibiendo las cosas y las personas como dones de Dios; la vocación no es cosa nuestra, surge del encuentro y de la acogida.
 

REFLEXIÓN
 
   El Evangelio hoy nos recuerda el testimonio del Bautista sobre Jesús; ya el mero hecho que los primeros cristianos, después de la resurrección, cuando ya no albergaban duda alguna sobre la identidad de su Señor, conservaran la opinión que Juan tenía de Cristo, nos identifica la importancia que concedían a cuanto el Bautista pensaba sobre la misión de Jesús, cuando aún era un perfecto desconocido entre sus contemporáneos. Fueron las palabras de Juan las que lograron que la gente que lo había ido a oír a él se fijara por primera vez en Jesús.


   Pero el Evangelio no quiere recordarnos hoy simplemente el mérito que asistió al Bautista. Pretende, más bien, llamarnos la atención sobre la necesidad del testimonio cristiano para que Jesús pueda ser reconocido. De entre todos los que a él acudieron, Juan identificó a quien Él estaba esperando: al Salvador del mundo. Y tuvo el coraje suficiente para decirlo en público.

   No es fácilmente comprensible, no es ni siquiera del todo lógico, pero es un hecho innegable: Jesús necesitó del Bautista para darse a conocer; la presencia de Dios en el mundo hubiera pasado desapercibida, nadie habría valorado su voluntad de cercanía con los hombres.

   Como en los días del Bautista, hoy sigue Dios necesitando de hombres que lo testimonien, sólo porque saben que Dios persiste en sernos cercanos. Sin duda uno de los males de nuestra sociedad, y de nuestro corazón, es la ausencia de Dios. Donde Dios está ausente, es fácil convertirnos en señores; allí donde no hay que respetar a Dios, es difícil que sea respetada la libertad.

   En un mundo donde Dios no es ya nuestro prójimo ni nos guarda, no se respeta al prójimo; para no tener que responder ante Él de lo que somos y de cuanto hacemos, nos hemos hecho la ilusión de andar solos por la vida y de ser dueños de nuestro mundo. Nos hemos olvidado que intentar echar a Dios fuera de nuestra existencia, no la convierte en un paraíso. Esconderse de Dios, negándose a responder ante Él, fue el pecado del primer hombre y sigue siendo, por desgracia, la actitud fundamental del hombre de hoy. Y así no logramos más que hacer penoso el trabajo de nuestras manos, más frágil la vida y menos feliz nuestra existencia en esta tierra.
 

PARA LA VIDA
 
   En una cacería, una manada de tigres fue abatida por los cazadores. Sólo se salvó un bebé tigre. Al día siguiente pasó por allí un rebaño de cabras y lo adoptaron. El bebé tigre se convirtió en una cabra, comía hierba y vivía como las cabras. Nuestro bebé tigre intuía que era algo diferente y cuando contemplaba su imagen en el agua se veía distinto de las cabras. Un día un tigre grande, maduro y macho se acercó donde las cabras pastaban y todas huyeron despavoridas. El bebé tigre se quedó quieto, mirando y esperando. 

   De repente el tigre rugió con toda su fuerza. Los ojos del pequeño se abrieron y supo quién era. No era una cabra. Era un tigre. Corrió hacia el gran tigre, le siguió y pasó el resto de sus días en su compañía. Algo en su interior le decía que no era una cabra. Algo en su interior le decía que no era una más del rebaño. Algo en su interior quería brotar y revelarse a su conciencia. Cuando oyó el rugido hermano, se despertó en él la imagen perdida y supo quién era, descubrió su identidad. Nosotros estamos aquí para escuchar también el rugido del Espíritu Santo y descubrir nuestra verdadera identidad.