32° Domingo del Tiempo Ordinario, 12 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 25, 1 - 13

“¡El Señor Siempre Llega a Tiempo…Esperémoslo!”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Sabiduría:  hay que ser previsores y estar preparados ante cualquier eventualidad. La sabiduría del cristiano está en un planteamiento prudente de la vida y no en teorías especulativas. La seriedad del momento presente exige preparación y compromiso personal. Vivimos en una sociedad, en muchos momentos, improvisada, instintiva, superficial, impulsiva e irreflexiva, de aquí que sea tan útil la llamada a ser sabios y a concentrarnos en lo esencial.
  2. La Necedad: no saben sino lamentarse  y confesar a Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad. El paso del tiempo lo desgasta todo. Al hombre de nuestros días sólo parece fascinarle lo nuevo, lo actual, el momento presente. No acertamos a vivir algo de manera viva y permanente sin dejarlo languidecer.
  3. El Aceite: tiene muchos usos prácticos en la vida, pero sobre todo, es símbolo de las realidades más profundas: luz, paz y suavidad (poner un poco de aceite en las relaciones de una comunidad), amor, alegría, salud. En el uso religioso, ya en el AT se empleaba la unción con aceite como signo de la elección y consagración de reyes, profetas o sacerdotes de parte de Dios.
  4. Vigilar: no es vivir con miedo ni dejarnos atenazar por la angustia. Un cristiano no deja de vivir el presente, de incorporarse seriamente a las tareas de la sociedad y de la Iglesia. Pero lo hace con responsabilidad, y con la atención puesta en los verdaderos valores, sin dejarse amodorrar por las drogas de este mundo o por la pereza.
  5. Esperar: esto significa que toda nuestra vida debe estar completamente dirigida a ese encuentro con el señor que ciertamente habrá de llegar. Un cristiano debe ser feliz, no sólo por lo que tiene, sino también por lo que "espera". Pero el Señor nos dice que no basta con que conservemos la fe en Dios sino que la mantengamos activa.
  6. La Eucaristía: tiene que multiplicar y renovar, cada domingo, el aceite de nuestras lámparas y la verdadera sabiduría, que es Jesucristo. Y al mismo tiempo tiene que ser una llamada a la responsabilidad en la vida cristiana.
REFLEXIÓN

   “El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo… Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.Jesús vuelve a usar una parábola para hablarnos del Reino de los cielos: esta vez lo compara con diez doncellas, cinco necias y cinco prudentes.
 
   Les dice a sus discípulos que el que espera el Reino de los cielos debe imitar a las cinco doncellas prudentes que esperaron al esposo con las lámparas encendidas. ¿Qué quiere decirnos esta parábola? Nos invita a vivir preparados para encontrarnos con Dios, cuando tengamos que comparecer ante él cuando nos llame. Y como no sabemos cuándo nos va a llamar, debemos vivir preparados, esperándole siempre, con el aceite de la fe y el amor.
 
   Hay que hacerlo con esperanza activa, como lo hicieron las cinco vírgenes prudentes; no imitar nunca a las cinco vírgenes necias. Las vírgenes prudentes esperaron al esposo con esperanza activa, es decir, velando, estando continuamente vigilantes. No podemos pensar que es suficiente dejar la preparación para cuando seamos viejos, o estemos gravemente enfermos. La esperanza activa supone una vigilancia continua sobre nuestra manera de pensar, de hablar, de comportarnos.
 
   La Iglesia, como novia del Señor, vive ansiosa y gozosa, sufriente y en medio de pruebas, alentando, animando las lámparas de tantas doncellas representadas por miles y miles de cristianos que pertenecen y alimentan su fe en Cristo dentro de ella.
 
   Si venimos a la Eucaristía, es porque entendemos que hemos de consagrar nuestras energías para formar parte del banquete celestial. Un estudiante no puede pasar los exámenes finales si no ha estudiado todo el año. El atleta no participará de los juegos olímpicos si no se ha ejercitado cientos de horas durante muchos meses.
 
   Como siempre, y ahí está también la grandeza de nuestra fe, lo de mucho valor implica mucho sacrificio. Una carrera a última hora, además de crear fatiga y riesgo de infarto, no es suficiente para llegar a tiempo a los sitios. Para conquistar el corazón de Dios, hay que hacerlo todos os días.

PARA LA VIDA

   Un grupo de turistas iba a emprender una excursión por las montañas. La carretera era estrecha y llena de curvas peligrosas.

El conductor estaba nervioso, era la primera vez que hacía ese recorrido. Antes de comenzar la excursión se plantó delante del autobús y dijo sus oraciones.

   Apenas recorridos unos kilómetros, el motor comenzó a calentarse. No había agua en el radiador. Eso tenía fácil arreglo. Pero faltando muchos kilómetros para la meta, el autobús se paró. No había gasolina en el tanque. Se quedó vacío. Los turistas tuvieron que esperar largas horas antes de ser auxiliados.
   El conductor había orado antes de salir, pero no había echado agua al radiador y no había llenado el tanque de gasolina.
   En nuestro mundo, y entre nosotros, hay personas que viven como turistas. El turista es el que disfruta de un lugar, lo usa unas horas o unos días y habitualmente lo deja peor de lo que lo encontró.
Los hay que viven como peregrinos. Hacen muchos sacrificios, pero sólo les interesa la meta. Y se desentienden de lo que pasa a su alrededor.