San Lucas 17, 3b - 10
“ El Justo, Vivirá por su Fe "
- La Fe: la fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. En ese sentido debemos recordar que la fe es un don, el principal de los dones. Es gracia y viene de Dios. Al igual que los discípulos debemos pedirla; rogar siempre con insistencia para que el Señor nos aumente la fe, y poder vivir en armonía con Dios, enfrentando las crisis que se puedan presentar. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez, muchas posibilidades pueden encerrarse, si uno se fía verdaderamente de Dios, el que todo lo puede, a partir de lo pequeño.
- El Servicio: es la actitud que caracteriza al creyente. Un servicio humilde, constante, sin desfallecer. Un servicio atento, minucioso. Y, una vez cumplido con esmero, la conciencia de haber hecho sólo aquello que era obligación, y sin esperar ni, mucho menos, exigir, recompensa. Porque no se ha hecho nada especial. Porque sólo se ha cumplido con el propio deber. Tanto en el servicio a Dios como en el servicio al hermano, en que aquél se manifiesta y culmina.
- El Esfuerzo: "¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!". Defender los valores éticos en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello, como servidores...
- La Confianza: es tener la certeza, aún en medio de las dificultades, que Dios quiere siempre lo mejor para sus hijos. Sus proyectos son mejores que los nuestros; lo que él quiere para cada uno de nosotros supera con creces lo que nosotros mismos estamos aspirando. En esa Realidad que llamamos «Dios» lo cambia todo. Hay muchas cosas que siguen sin entenderse, pero la persona «sabe» que la palabra «Dios» encierra un misterio en el que está lo que de verdad desea el corazón humano. Lo importante es, entonces, «dejarse amar».
REFLEXIÓN
La fe nos lleva al compromiso de vida. Una fe que no es comprometida no es auténtica. Ya es de ser consecuentes con las exigencias de nuestra fe. Quizá las situaciones difíciles y duras que vivimos sean un llamado para despertar nuestra fe adormecida. Cuando todo va bien decae el compromiso y la autenticidad. No vale lamentarse, tampoco sirve emprender una cruzada para recristianizar nuestra sociedad. Lo que hay que hacer es ser coherentes con nuestra fe. Entonces seremos fermentos en medio de la masa. Más claro no lo puede decir San Pablo a Timoteo: "no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor", "toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios", "vive con fe y amor en Cristo Jesús". "guarda este precioso depósito". Lo que nunca nos va a faltar es la ayuda del Espíritu Santo, "que habita en nosotros". Y todo ello realizado con humildad, pues podremos decir "que hemos hecho lo que teníamos que hacer". Es preciso que el discípulo que es pequeño, pobre y siempre insuficiente ante la gran tarea que Dios le confía.
El Señor Jesús quiere que no nos creamos indispensables en el Reino. No cuentan las obras que nosotros podamos hacer, que acaban por volvernos, poco o mucho, orgullosos. No es ésta la lógica para la que el Señor nos quiere educar. Sólo él es quien obra todo, y nada le es imposible (Lc 1,37). Cuando hayamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, será una gracia que crezca en nosotros la conciencia de que“si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1), y seremos bienaventurados porque confiaremos en el Señor. Después de afirmar esto debemos añadir algo muy importante.
Dios no está obligado a darnos ningún premio, ni tiene por qué agradecernos ningún servicio. Sin embargo, desde el momento en que es amigo nos suscita la confianza; sabemos que se preocupa de nosotros y podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Una vez que hemos hecho lo nuestro y hemos dicho "somos unos pobres siervos", podemos añadir..., "y sin embargo, tenemos un amigo que nos quiere más que todo lo que nosotros podemos imaginar". Por eso estamos seguros en sus manos.
PARA LA VIDA
Alejandro Solzhenitsyn, enviado a un campo de concentración, fue obligado a trabajar hasta el agotamiento. Sin descanso y mal alimentado. Siempre vigilado e incomunicado creyó que todos le habían olvidado incluso Dios. Pensó en suicidarse, pero recordaba las enseñanzas de la Biblia y no se atrevía. Decidió escaparse y así serían otros los que lo matarían.
El día de la fuga cuando echó a correr un prisionero que nunca había visto antes se plantó delante de él. Le miró a los ojos y vio más amor en esos ojos del que jamás había visto en los ojos de otro ser humano. El extraño prisionero se agachó y con una ramita trazó la señal de la cruz en el suelo de la Rusia comunista. Cuando vio la cruz supo que Dios no le había olvidado. Supo que Dios estaba con él en el pozo de la desesperación.
Pocos días después Solzhenitsyn estaba en Suiza. Era un hombre libre. Vio la cruz dibujada en la tierra y supo que Dios no le había olvidado. Vio la cruz y ésta encendió la fe en su corazón. Vio la cruz y recordó la fidelidad de Dios y que su amor es eterno.