19° Domingo del Tiempo Ordinario, 12 de Agosto 2018, Ciclo B


San Juan 6, 41-51 

“El Pan de Vida”

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.



  1. El Pan: Jesús es el «pan bajado del cielo». No ha de ser confundido con cualquier tipo de alimento. En Jesucristo podemos alimentarnos de su fuerza, de su luz, de su esperanza y aliento vida... que vienen del misterio mismo de Dios, el Creador de la vida. Jesús es «el PAN de la vida ».
  2. El Camino:  sin Dios en el corazón, quedamos como perdidos. No sabríamos de dónde venimos y hacia dónde iríamos. «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Jesús camino, no conduce a actitudes excluyentes de desprecio, intolerancia o rechazo, sino que atrae hacia una vida de acogida, fraternidad, amor, respeto y perdón.
  3. La Fe: no es algo natural y espontáneo. Es un don de Dios, y una tarea extraordinaria a conquistar. Un modo de «estar en la vida», que nace y se alimenta de la gracia de Dios. Para creer es importante enfrentarse a la vida con sinceridad total, pero es decisivo dejarse guiar por la mano amorosa de ese Dios que conduce nuestra vida y aumenta nuestra fe.
  4. La Esperanza: de estar con Jesús, la nutre el pan de vida que comulgamos, recibimos la vida de Cristo, y por eso creemos que este PAN nos da la vida eterna. No debemos separar nunca la comunión física de la comunión espiritual, porque comulgar con Cristo es comulgar con el cuerpo místico de Cristo, del que todos nosotros somos miembros vivos.           

REFLEXIÓN

   El episodio de Elías nos ayuda a entender el mensaje del evangelio, que hemos proclamado y escuchado. Jesús es el pan que baja del cielo, es el maná del éxodo, el pan elemental de Elías, pero es mucho más. Porque el maná y el pan de Elías eran símbolos. Así como el hombre recobra las fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto.

  Y así podemos vencer el desaliento los creyentes. Dios permanece oculto. En realidad, a Dios nadie lo ha visto. Pero sí se ha dejado ver en Jesús. Los apóstoles son testigos de excepción. Y Jesús es Palabra de Dios, o sea, la revelación de Dios hecha de un modo definitivo en la historia para los hombres.

   Quien me ve a mí, decía Jesús a Felipe, ve al Padre. Quien me escucha a mí, repetía, escucha al que me envió. Jesús es la palabra de Dios a los hombres. Por eso es el pan vivo que ha bajado del cielo a la tierra, se ha acercado a los hombres. Es el pan vivo, porque es pan de vida y para la vida. Por eso añade Jesús que quien come de ese pan vivirá eternamente y no sólo unos años, como ocurrió con el maná y el propio Elías.

   El Pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo. Todo este discurso que desarrolla Juan a partir de la multiplicación de los panes tiene aquí su conclusión: en el anuncio de la eucaristía. Pan y agua, poca cosa, fue el alimento de Elías para caminar por el desierto. Pan y vino, poca cosa también, es el alimento de los cristianos para recorrer todo el camino de la fe. Pan y vino, símbolos para expresar el cuerpo y la sangre de Jesús, alimento definitivo. 

 PARA LA VIDA

   Como era su costumbre, iba Dios dando un paseo por la tierra de los hombres. Y, como siempre, eran pocos los que le reconocían. Aquel día pasó por una muy humilde casa donde estaba llorando un niño. Dios se detuvo y llamó a la puerta. Una mujer enferma salió fuera: - ¿Qué es lo que quiere, señor?. –Vengo a ayudarte, contestó Dios. - ¿Ayudarme a mí?. Nadie ha querido hacerlo hasta ahora.

   Sólo Dios podría ayudarme. Mi niño llora porque tiene hambre. Sólo me queda un pedazo de pan en el armario. Después no tendremos nada para comer. Al escuchar esto, Dios empezó a sentirse mal. Unas lágrimas como las del niño recorrían sus mejillas y su rostro se volvió igual de enfermo que el de la mujer. -¿Y nadie te ha querido ayudar, mujer?. –Nadie, señor. Todos me han dado la espalda.

   La mujer quedó impresionada por la reacción de aquella persona. Por su aspecto parecía tan pobre como ella. Ella, entonces, fue al armario donde guardaba su último pedazo de pan, cortó un poco y se lo ofreció. Cuando Dios vio este gesto, se emocionó mucho y mirándola a los ojos le dijo: -No, no, gracias. Tú lo necesitas más que yo. Quédatelo y dáselo a tu hijo. Mañana te llegará mi ayuda. No dejes de hacer con nadie lo que hoy has hecho conmigo. 

   Y dicho esto, se marchó. La mujer no entendió nada, pero se le quedó grabada aquella mirada. Esa noche, ella y su hijo se comieron el último pedazo de pan que les quedaba. Al día siguiente, la mujer se llevó una gran sorpresa. El armario estaba lleno de pan, un pan que nunca se acababa. En aquella casa nunca más faltó el pan. Pronto comprendió la mujer quién era aquél que había llamado a su puerta. Y desde entonces, no dejó de hacer con nadie lo que había hecho por él: compartir su pan con el necesitado.