San Mateo 16, 13 -20
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
- ¿Quién es Jesús?: el Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación. Hemos de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, el Amigo que da la vida por sus amigos. Debemos responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como el primero y único Señor de nuestra vida!
- La Fe: si algo necesitamos los cristianos modernos es la vivacidad de la fe. Una fe llena de amor. Como la fe que alaba Jesús, y que Mateo nos muestra en gente aparentemente alejada de la religión: el centurión romano, la mujer que sufre hemorragias, la mujer cananea. Para garantizar la vivacidad de la fe en Cristo el Hijo de Dios, Jesús instituye la Iglesia, y la edifica sobre un hombre débil que le creyó de corazón: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
- La Iglesia: Jesús edifica su nuevo pueblo. "Ekklesía", que en griego significa convocación, y asamblea reunida. Nosotros pertenecemos a esos convocados. También hoy la comunidad aquí reunida para la Eucaristía, que participamos de ella sincera y activamente, expresamos nuestro acto de fe en Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y, como Pedro y la primera comunidad, somos proclamados dichosos. ¿Sentimos realmente esta dicha, esta felicidad de la fe como iglesia?
- La Palabra: provoca nuestra admiración. Siempre que repasamos sus palabras y sus gestos aparece la inmensidad de su misterio. Nos damos cuenta de su manera clara y amorosa de proceder. No lo comprendemos todo, evidentemente, pero le tenemos una confianza absoluta, porque sabemos que todo sucede para nuestro bien.
- La Salvación: consiste en que Dios se nos comunica en Cristo Jesús, que nos incorpora a sí y nos introduce en su vida divina. Por eso Jesús s lo central de nuestra fe. No podemos colocar la fe en cualquier hombre: por más importante que sea, sólo sería creer en un ídolo. Tan sólo puedo creer en Dios que es el absoluto. Creemos y colocamos toda la confianza en Jesús, es porque Él es Dios.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Jesús les pregunta a los discípulos qué opinión tienen de Él. Entonces Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16). Una vez que Pedro confiesa la fe, Jesús, alaba a Pedro y se dirige a él con nombre propio y con su patronímico (nombre del papá) para indicar: Su plena realidad humana: “Simón”. Su origen y su historia: “Hijo de Jonás”. Jesús le pone un nuevo nombre.
Al “Tú eres” dicho por Simón a Jesús, Jesús le responde con otro “Tú eres” y le declara su nueva identidad: “Tú eres Pedro”, es decir “Roca”. Este término no aparecía antes en ninguna parte como nombre de persona, es una nueva creación de Jesús. Para Simón comienza una nueva vida.
Jesús le da una nueva tarea. Con la nueva existencia, Jesús le da una nueva responsabilidad. Con tres imágenes Jesús describe la nueva tarea del apóstol:
- La Roca: una roca sobre la que Jesús edificará su Iglesia. La Iglesia presentada como la comunidad de los que expresan la misma confesión de fe de Pedro. Pedro debe darle consistencia y firmeza a esta comunidad de fe, la cuida y la apacienta.
- Las Llaves: no significan que Pedro sea nombrado portero del cielo, sino el administrador que representa al dueño de la casa ante los demás y que actúa como delegado por la autoridad misma de Dios.
- El Atar y Desatar: es una imagen que indica la autoridad de su enseñanza. Pedro debe decir qué se permite y qué no en la comunidad; él tiene la tarea de acoger o excluir de ella. El punto de referencia de su enseñanza es la misma doctrina de Jesús.
Con las palabras a Pedro, Jesús se declara una vez más como el Señor de la Iglesia. Jesús es su Pastor y nunca la abandona sino que le da una guía con autoridad. En la Iglesia todo proviene de Jesús y apunta a Él. Es cierto que quien edifica la Iglesia es Jesús, Él es el fundamento, la piedra angular. Pedro debe hacer visible este fundamento y esta piedra siendo signo de unidad y de comunión entre todos los discípulos que confiesan la misma fe. Con razón decía San Ambrosio: “Ubi Petrus, Ibi Ecclesia”, es decir, “donde está Pedro, allí está la Iglesia”.
PARA LA VIDA
En un midrash, una historia judía, del Talmud se dice que Israel es el centro del mundo. El centro de Israel es Jerusalén. El centro de Jerusalén es el Templo. El centro del Templo es el Arca de la Alianza, presencia y gloria de Dios, y debajo del Arca está la roca sobre la que descansa todo.
Todo necesita un centro, una roca, un cimiento sobre el cual levantar el edificio de la vida con sus creencias, sus aspiraciones y sus sueños presentes y futuros.
Todo necesita un centro, una roca, un cimiento sobre el cual levantar el edificio de la vida con sus creencias, sus aspiraciones y sus sueños presentes y futuros.
Israel, el pueblo concebido por Yahvé, tuvo su centro en el Templo. Hoy, la Torah, proclamada en las sinagogas es la roca y el centro sobre lo que descansa todo, la que recuerda que Yahvé es uno.
Jesús, como un judío que era, vino a engendrar un nuevo pueblo, a proclamar el Reino de Dios, a acercarnos tanto a Dios que lo podamos experimentar como centro de la vida.
Jesús, como un judío que era, vino a engendrar un nuevo pueblo, a proclamar el Reino de Dios, a acercarnos tanto a Dios que lo podamos experimentar como centro de la vida.
Este Jesús, en palabras del evangelio, ha sido constituido como único centro del cristiano. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Hoy, Domingo, a los que nos hemos reunido en la casa de Dios, Jesús nos hace dos preguntas. No se trata de un examen, no se trata de un saber teológico, porque nosotros nos hemos reunido no como teólogos, sino como creyentes, como hombres de fe. Jesús quiere saber lo que nuestro corazón siente, quiere saber sobre qué roca se afirma nuestro vivir, y quiere saber si estamos centrados en El o en el imperio de lo efímero.
Hoy, Domingo, a los que nos hemos reunido en la casa de Dios, Jesús nos hace dos preguntas. No se trata de un examen, no se trata de un saber teológico, porque nosotros nos hemos reunido no como teólogos, sino como creyentes, como hombres de fe. Jesús quiere saber lo que nuestro corazón siente, quiere saber sobre qué roca se afirma nuestro vivir, y quiere saber si estamos centrados en El o en el imperio de lo efímero.