San Mateo 16, 21 -27
“El que no Toma su Cruz, y me Sigue, no es Digno de Mi”
- Dios nos Seduce: la seducción implica atracción y enamoramiento…Y eso es lo que siente el profeta respecto a su Dios que lo ha escogido “antes de formarse en el seno materno”… Esa seducción es la que, lejos de abandonar su misión, le hace entregarse a ella con más fuerza.
- Sed de Dios: desde la sed, realidad que expresa una necesidad imperiosa, así nuestra alma esté sedienta de Dios. Sin Dios, somos tierra reseca. Quien ha probado lo bueno que es el Señor no desea otro “agua viva” que no sea Él.
- El Sacrificio: cuerpo ofrecido, mente transformada, renovada, a punto siempre para discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada. Nuestro ser referido a Dios, no a la mentalidad de este mundo. No buscándonos a nosotros mismos sino a Dios y su querer que revierte sin duda en nuestro bien.
- Tentación: Satanás es "el que divide". El que intenta separar del camino señalado por el Padre y aceptado por amor. En el desierto Satanás sugiere atajos de facilidad, de éxito a golpes de milagros, de poder. Lo de Pedro también es una tentación, o sea, el intento de hacer replegar a Cristo a los caminos de los hombres, en el sentido de los deseos terrenos, de las ambiciones triunfalistas, apartándolo de "su" camino. Pedro es roca. Pero la piedra puede ser también tropiezo, escándalo, no nos olvidemos de esto.
- Seguir a Jesús: ser seguidores de Jesús implica ir detrás, nunca delante de Jesús, pues perdemos la ruta y el tiempo. Él es el Camino. Al increpar a Jesús Pedro es como “Satanás”, se convierte en “adversario” de Jesús y estorbo para sus planes. Nuestro éxito personal, el sentido de la vida y el camino a la plenitud no están en afincarnos en nosotros mismos, sino en abrir el horizonte limitado de nuestra vida a una entrega radical por amor. Perder la vida para “encontrarla de verdad”.
- La Cruz: es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. No basta con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de amor y de entrega a los demás.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
"Negarse a sí mismo"
La expresión no implica un simple negarse algo para uno mismo, o la negación que aquí se contempla no es la que nace del ejercicio que uno mismo voluntariamente se impone, sino del que le imponen los demás. Negarse a sí mismo significa aquí, colocarse último ante los demás, estar dispuesto a renunciar al propio tipo de vida en aras de los demás. Negarse a sí mismo es, en definitiva, olvidarse de sí mismo, porque el corazón está fijo en los ojos y el corazón de Dios.
Este modo de ser y de vivir comporta dureza y sufrimiento. Esta es la cruz de la que habla el texto y que el discípulo es invitado a cargar. Una Cruz que puede llegar a ser tan real y física como la de Jesús. De aquí se deduce que el comprometerse a seguir a Jesús significa arriesgarse a un estilo de vida que termina en la muerte por amor. El seguimiento de Cristo comprende para todos la disposición para recorrer el camino en solitario y soportar el odio del pueblo, de la comunidad, de la nación, de la propia familia. Palabras duras, cuyas aristas no podrán ser limadas por nuestra mediocridad.
Jesús asumió las realidades humanas y al asumirlas las transformó. Tomó nuestra carne mortal y la hizo inmortal. Tocó un día el barro del camino y con él devolvió la vista a un ciego.
Tocó el pan y el vino para transformarlo en su cuerpo y sangre, y así hizo con otras realidades humanas. También tocó el sufrimiento y lo transformó. La Cruz tocada por Él se convierte de fracaso en signo de victoria, de humillación en símbolo de triunfo, de muerte en fecundo signo de vida, de locura a los ojos del mundo en sabiduría de Dios, en triunfo del bien sobre el mal, en triunfo del amor sobre el odio, del poder santificador de la gracia sobre el poder destructor del pecado.
Por eso, cuando se nos propone la Cruz como una opción fundamental, en lugar de hablar de un sacrificio costoso debería hablarse de un gozoso amor preferencial. Y más que de amor a la cruz debe hablarse de amor al crucificado.
PARA LA VIDA
Un día apareció un hombre que tocaba la flauta tan maravillosamente que todo el pueblo acudía a la plaza a escucharle. Un día un joven que conocía a un anciano que era sordo y que pedía limosna quedó sorprendido al verle todos los días en la plaza. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas para el anciano. ¿Qué vienes a hacer aquí si eres sordo? ¿Qué te extasía tanto si no puedes apreciar la música?
El anciano le contestó: Mira al centro de la plaza, levanta la vista, ¿qué ves? Una Cruz, respondió el joven.
Es la Cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja iglesia. Cierto, no oigo nada, pero me extasía pensar que algún día la música de la verdad crucificada fascine y cautive a los hombres y pongan sus ojos en la cruz, la de Jesús.
Algo muy anunciado son las pastillas, esas píldoras maravillosas que curan toda enfermedad y toda impotencia. Pero todas producen efectos secundarios. El Evangelio de Jesús es también una pastilla maravillosa que nos da la salvación eterna. ¿Va acompañado este anuncio de algún efecto secundario? Sí; Jesús nos lo dice muchas veces y de muchas maneras. ¿Quieres salvación, felicidad y vida eterna? Carga con la cruz y sígueme. Hay una Cruz para Jesús y hay una Cruz para cada uno de nosotros.