San Juan 8, 1-11
"Anda, Ver en Paz, y no Peques Más”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- Pecado: Jesús ha pasado la noche orando en el Monte de los Olivos. De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?” La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?
2.- Misericordia: Jesús, que está sentado, se inclina al suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios. Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. El perdón a la mujer, es la peor pedrada al acusador. Ante Dios, todos hemos de reconocernos pecadores. Todos necesitamos su perdón.
3.- Perdón: como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: "Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios? Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo". Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más.
REFLEXIÓN
Todos esperan que se sume al rechazo general a aquella mujer sorprendida en adulterio, humillada públicamente, condenada por escribas respetables y sin defensa posible ante la sociedad y la religión. Jesús, sin embargo, desenmascara la hipocresía de aquella sociedad, defiende a la mujer del acoso injusto de los varones y le ayuda a iniciar una vida más digna. Jesús se dirige a aquella mujer humillada con ternura y respeto: Tampoco yo te condeno.
Vete, sigue caminando en tu vida y, en adelante, no peques más. Jesús confía en ella, le desea lo mejor y le anima a no pecar. De sus labios no saldrá condena alguna. Sin embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.
El creyente descubre en la actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios. Entonces: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien acudir, has de saber que Dios está de tu parte, Dios comprende tu debilidad y tu pecado, pero te pide que no vuelvas a pecar». Ésa es la mejor noticia que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Cristo nos espera al final del camino, para resucitarnos con La noche de la Pascua.
Pero antes tenemos que pasar por la cruz y la muerte de nuestros egoísmos y nuestro cristianismo fácil y cómodamente instalado en la vivencia de una fe que poco nos compromete con la causa de Jesús: la causa de los pobres, los marginados, los rechazados socialmente, los que más lo necesitan en esta sociedad de “aparente felicidad”. Afrontemos, pues, esta recta final de la Cuaresma con el corazón humilde ante Dios, para que Él nos llene de su mirada de misericordia, de perdón, de amor y de compasión hacia nosotros mismos y hacia los demás.
PARA LA VIDA
Cuentan que un día Buda estaba sentado en la ladera de una montaña, meditando y contemplando en serenidad el paisaje, cuando un primo suyo, Devadatta, que le envidiaba, subió hasta lo más alto de la montaña y lanzó desde allí una enorme roca con la intención de matarle. Sin embargo, Devadatta erró en su intento, y la pesada roca aterrizó con estrépito junto a Buda, interrumpiendo su meditación, pero sin hacerle daño. Instantes después, el maestro siguió como si nada, sereno y mirando al horizonte.
Días después, Buda se encontró con su primo. Este, Avergonzado, le preguntó:– Maestro, ¿no estás enfadado?– No, claro que no- contestó él.– ¿Por qué no lo estás, si yo Intenté matarte? – Porque ni tú eres ya el mismo que arrojó la roca, ni yo soy el mismo que estaba allí sentado: «Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable»
No hay pecado que esté por encima del perdón y de la misericordia de Dios.
“Vete en Paz, Pero no Vuelvas a Pecar”