San Juan 20, 1 - 9
1.-La Tumba Vacía: la vida ha vencido a la muerte. Cristo ya no está entre los muertos, ha resucitado y está vivo y presente en medio de nosotros. La tumba vacía es signo de la Resurrección. Sólo el que ha vivido en la intimidad de Jesús, el amado, el que ha permanecido junto a la cruz de Jesús y ha contemplado el amor de Dios manifestado en el Crucificado, es el que es capaz de ver y creer. La resurrección es un hecho cierto, verdadero, pero que sólo se puede creer desde el amor.
2.-Una Vida Nueva: la Resurrección nos trae una vida nueva. Ya no vivimos bajo la antigua ley, sino que Cristo nos ha dado una ley nueva, la ley del amor. La vida nueva que nace de la resurrección es la vida del amor verdadero. Nosotros participamos de esta vida nueva por medio del Bautismo. La fuente que anoche bendecíamos en la solemne Vigilia Pascual es el surtidor de un agua viva que renueva la tierra.
3.-El Testimonio de la Resurrección: el mundo necesita la luz de Cristo, necesita la alegría de la Resurrección, necesita una vida nueva. Sólo Cristo nos puede dar esta nueva vida de la que el mundo está sediento. Por ello, al celebrar hoy la fiesta de la Pascua, nos convertimos cada uno de nosotros en apóstoles, en testigos de la Resurrección de Cristo.
4,-La Fe en la Resurrección: es un dogma cristiano, un dogma fundamental porque es el dogma en el que se fundamentan, según pensaban san Pablo, San Agustín y todos los teólogos cristianos, todas las enseñanzas cristianas. Pero lo más importante para nosotros no es el cómo de la Resurrección de Jesucristo, y de nuestra propia resurrección; lo realmente importante es que nosotros hagamos de nuestra fe en la resurrección una experiencia vital que nos impulse a vivir como personas resucitadas, en comunión espiritual con el Resucitado. La fe en la resurrección ha sido, de hecho, para muchas personas, una fuerza interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y hasta el propio martirio.
REFLEXIÓN
En la Vigilia Pascual hemos vivido el gran acontecimiento de nuestra Pascua: Cristo Resucitado. Celebramos el Misterio de Cristo-Luz que ha vencido el poder de las tinieblas y de la muerte. A todos se nos proclamó el Misterio de Vida nueva y renovamos gozosos nuestras esperanzas bautismales y la alegría de ser de Cristo. Esta gran realidad no se agota en una celebración. La Iglesia le dedica el cincuentenario pascual, para saturarnos de Cristo, muerto y resucitado con un Aleluya perenne.
La primera lectura presenta el ejemplo de Cristo que “ pasó por el mundo haciendo el bien” y que, por amor, se entregó hasta la muerte; por eso, Dios lo resucitó. Los discípulos, testigos de esto, deben anunciar este “camino” a todos los hombres.
La segunda lectura invita a los cristianos, revestidos de Cristo por el bautismo, a continuar su recorrido de vida nueva, hasta la transformación plena (que sucederá cuando, por la muerte, hayan atravesado la última barrera de su finitud).
El Evangelio nos sitúa ante dos actitudes frente a la resurrección: la del discípulo obstinado, que no quiere aceptarla porque, en su lógica, el amor total y la donación de la vida no pueden nunca ser generadoras de vida nueva; y la del discípulo ideal, que ama a Jesús y que por eso entiende su camino y su propuesta (a ese no le escandaliza ni le espanta que de la cruz surja la vida plena, la vida verdadera).
El Misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal. Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno en la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la Vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su Resurrección de entre los muertos. La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia es eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como Cordero, resucitó como Dios...
PARA LA VIDA
Había una vez un gusano que iba por el campo. Era de color blanco con puntitos verdes en la espalda. Nadie lo quería porque decían que era muy feo y repugnante. El pobre gusano se arrastraba muy triste por el suelo. Cuando llegaba a una planta, todos los insectos que había en ella se burlaban de él. No encontraba a nadie que le hiciera compañía, o quisiera jugar con él. La única distracción que tenía era subirse a lo alto de un árbol y ver volar a las mariposas.
Daría cualquier cosa por volar como ellas. Se pasaba allí horas y horas observándolas. Pero cuando bajaba al suelo, volvía a encontrarse con las mismas burlas e insultos de siempre. Cansado de todo esto, decidió subirse a lo más alto de un árbol para que nadie pudiera encontrarlo. Nunca más volvería a bajar al suelo. Un día, una mariposa se puso a descansar en la rama donde estaba él. Éste se acercó hacia ella y comenzaron a hablar. Al final, se hicieron muy amigos.
Y desde entonces, pasaban largos ratos hablando y estando juntos. Después de un tiempo, el gusano le hizo esta pregunta: - ¿Por qué has querido ser mi amiga si nadie me quiere por lo feo y repugnante que soy? Y la mariposa le respondió: - Lo que importa para ser amigos, no es cómo eres por fuera, sino lo buena persona que eres por dentro. El gusano estaba muy contento porque había encontrado un amigo de verdad. Estaba tan feliz que, una noche, mientras estaba durmiendo en lo alto de su árbol, su cuerpo comenzó a transformarse.
A la mañana siguiente, se había convertido en una mariposa bellísima, como nunca se había visto. Cuando su amiga mariposa vino a verle, y vio lo que le había ocurrido, se alegró mucho y le dijo: - Ahora has sacado hacia fuera la belleza y lo buena persona que antes eras por dentro. Y las dos mariposas se pusieron a volar juntas. Desde ese momento, cada vez que veían a un gusano triste en lo alto de alguna rama, bajaban y se ponían junto a él. Y se volvía a repetir la misma historia.
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