20° Domingo del Tiempo Ordinario, 14 de Agosto 2022, Ciclo C

 70 años Diócesis de Zipaquirá

San Lucas 1, 39 - 56

De Pie a tu Derecha está la Reina, Enjoyada con Oro de Ofir

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Asunción: la presencia de María ilumina el mundo entero tal como el cielo resplandece por la irradiación esplendorosa de la santísima Virgen. Es, pues, con todo derecho, que en los cielos resuena la acción de gracias y la alabanza.

2.-La Madre de Dios: «Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. 

3.-Virgen y Madre: el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta.»

4.-María en la Salvación: María, desde lo profundo de su silencio, brota ese cántico que expresa toda la verdad del gran Misterio. Es el cántico que anuncia la historia de la salvación y manifiesta el corazón de la Madre: «Mi alma engrandece al Señor…» (Lc 1, 46). Era necesario que Ella, en la que habitó el Hijo de Dios como autor de la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, también la primera habitase en Dios, libre del pecado y de la corrupción del sepulcro: del pecado, mediante la Inmaculada Concepción;  de la corrupción del sepulcro, mediante la Asunción.

 REFLEXIÓN 

«Dios te salve, María, llena de gracia…» (cf. Lc 1, 28).

   Cada vez que rezamos estas palabras venimos a ser, en cierto sentido, el arcángel que dio el anuncio. Toda la Iglesia, reunida en oración para el «Ángelus», renueva el misterio de la anunciación.

   El arcángel anuncia a María, ante todo que es «llena de gracia«. Antes de decirle que se convertirá en la Madre del Hijo de Dios, afirma: «llena eres de gracia».

   Toda la Iglesia, y en ella cada uno de nosotros, hace propio este saludo y este anuncio. Cuántas veces en la vida (y especialmente en el «Ángelus») nos dirigimos a la Madre de Dios y le decimos: «llena eres de gracia«.

   Estas palabras nos vuelven a unir directamente con el misterio de la Encarnación. Al pronunciarlas, pensamos en la Maternidad divina de la Virgen de Nazaret: es «llena de gracia» a causa de la Maternidad divina.

   Hoy pronunciamos las palabras «llena de gracia» pensando en la Asunción de María.

   La plenitud de gracia de que gozaba María desde el primer instante de su concepción, en consideración de los méritos de Cristo, se confirma en la asunción en alma y cuerpo.

   Asunción significa la unión definitiva con Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo. La gracia lleva a esta unión y la realiza gradualmente durante la existencia terrena del hombre. La realiza definitivamente en el cielo. El cielo es el estado de la conclusiva e irreversible unión con Dios en el misterio de la Santísima Trinidad. La gracia de Dios prepara al hombre para este estado: la gracia santificante con todas las gracias actuales y todos los dones del Espíritu Santo.

   Cuando, el día de la Asunción, decimos «llena de gracia», pensamos en la plenitud de estos dones sobrenaturales, que prepararon a la Madre de Dios para la glorificación en el seno de la Santísima Trinidad.

PARA LA VIDA 

   Un día un niño vio cómo un elefante del circo, después de la función, era amarrado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Se asombró de que tan corpulento animal no fuera capaz de liberarse de aquella pequeña estaca, y que de hecho no hiciera el más mínimo esfuerzo por conseguirlo. Decidió preguntarle al hombre del circo, el cual le respondió: "Es muy sencillo, desde pequeño ha estado amarrado a una estaca como ésa, y como entonces no era capaz de liberarse, ahora no sabe que esa estaca es muy poca cosa para él. Lo único que recuerda es que no podía escaparse y por eso ni siquiera lo intenta".
 

   María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.

   María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes» para que disfruten de una vida más humana.