San Lucas 16, 19 – 31
“ El Pobre Lázaro y el Rico Epulón”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- El Licencioso: es de hombres que han hecho de este siglo «su siglo». Hombres que han cifrado en el disfrute de los bienes de este mundo su ideal y su gloria. Las riquezas materiales, con mayor frecuencia, nos hacen despreocuparnos de lo que les pasa a los demás.
2.-El Necesitado: Dios es libertad para el cautivo, justicia para el oprimido, pan para el hambriento, luz para el ciego, firmeza para el débil, cobijo de la viuda, sustento del huérfano y defensa del peregrino. ¡Qué maravilla! Dios reina sirviendo al necesitado, salvando. Dios reina sembrando el consuelo y la vida. Ese es nuestro Dios.
3.-El Hombre de Dios: camina en Dios, vive en Dios, suspira y trabaja por Dios. Dios es todo en todo momento. El hombre de Dios no es hombre de este mundo. Su vida transcurre bajo otro signo. Es expresión viva de la más radical consagración a Dios. El hombre de Dios vive la fe de Abraham, la esperanza de Moisés, la dedicación del profeta. El hombre de Dios es misericordioso, sabe tratar con delicadeza y respeto.
4.-El Rico: es un hombre de este mundo y para este mundo. Come, bebe, banquetea, se entrega de todo corazón a los placeres que le depara esta vida. El rico no pude llevarse nada de sus riquezas. Todos sus goces y deleites quedaran atrás, aquí en la tierra.
5.-El Pobre: Es pobre bajo todo concepto. No tiene bienes, no tiene comida; pasa necesidad extrema. Por no tener, no tiene ni quien le dé las migas que se arrojan al suelo. No hay quien se interese por él. Le falta la salud; está lleno de llagas. Hasta el pedir limosna le resulta difícil, pues está enfermo, y la enfermedad le dificulta el caminar y le hace abominable ante los demás. El que pasaba necesidad se ve colmado de dicha. El enfermo y abandonado aparece glorioso y glorificado. Fue pobre, ahora es rico. Sufrió mucho, ahora goza indeciblemente.
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo nos propone, de nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo. Nos invita a verlos, no como algo que nos pertenece de forma exclusiva, sino como dones que Dios puso en nuestras manos, para que los administremos y compartamos, con gratuidad y amor.
En la primera lectura, el profeta Amós denuncia violentamente a una clase dirigente ociosa, que vive en el lujo a costa de la explotación de los pobres y que no se preocupa mínimamente por el sufrimiento y la miseria de los humildes. El profeta anuncia que Dios no va a pactar con esta situación, pues este sistema de egoísmo e injusticia no tiene nada que ver con el proyecto que Dios soñó para los hombres y para el mundo.
La segunda lectura no tiene relación directa con el tema de este domingo. Traza el perfil del “hombre de Dios”: debe ser alguien que ama a los hermanos, que es paciente, que es manso, que es justo y que transmite fielmente la propuesta de Jesús. Podríamos, también, añadir que es alguien que no vive para sí, sino que vive para compartir, todo lo que es y lo que tiene, con los hermanos.
El Evangelio nos presenta, a través de la parábola del rico y del pobre Lázaro, una catequesis sobre la posesión de los bienes. En la perspectiva de Lucas la riqueza es siempre un pecado, pues supone la apropiación, en beneficio propio, de los dones de Dios que están destinados a todos los hombres. Por eso, el rico es condenado y Lázaro recompensado. Es interesante en este orden de ideas que el nombre del rico no aparece por ninguna parte. Para él Lázaro no existía, pero ante Dios es Lázaro el que tiene nombre. Su historia y su dolor son preciosos ante los ojos de Dios, mientras que la comedia de placer del ricachón no tiene valor ni nombre en los cielos.
PARA LA VIDA
Cuentan que un sacerdote se aproximó a un herido en medio de una dura batalla de una lejana guerra, y le preguntó: ¿quieres que te lea la Biblia? - Primero dame agua, que tengo sed- le respondió el herido. Y el sacerdote le entregó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en muchos kilómetros a la redonda. – Y ahora, ¿quieres que te lea la Biblia?- volvió a insistir el sacerdote. – Primero dame de comer- suplicó el herido.
Y el sacerdote le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila. – Tengo frío- fue el siguiente lamento del herido, y el sacerdote se despojó de su abrigo, a pesar del frío que calaba hasta los huesos, y cubrió al lesionado. – Ahora sí, le dijo el herido al sacerdote, ahora puedes hablarme de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Ahora quiero conocer a tu Dios.
No podemos hablar de Dios si no damos primero testimonio de nuestro amor solidario. Si no damos el pan del cuerpo, ¿quién va a creernos que tenemos el pan del alma? Los Lázaros de nuestro mundo están cerca y nos gritan y sacuden nuestras conciencias. Esos Lázaros son los pobres, y los inmigrantes, y los ancianos, y los que están solos, y los que necesitan de nuestro tiempo, de nuestra sonrisa, de nuestro hombro para llorar y de nuestra mesa para comer. Que la Palabra de Dios de este domingo abra nuestros corazones a los Lázaros que se acercarán a nuestra vida.