34° Domingo del Tiempo Ordinario, 26 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 25, 31-46

“Cristo, Rey del Universo”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Cristo Rey: Cristo resucitado es la primicia de la nueva humanidad de los redimidos y tiene el señorío universal. Él es también pastor que guía al pueblo de Dios y hace justicia siguiendo la ley del amor a los humildes, con quienes él se identifica.
  2. El Juicio: está ya realizándose. Desde el momento de la venida de Jesús al mundo el reino de Dios está presente entre nosotros, si bien todavía no se ha manifestado en toda su plenitud. Así también el juicio de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor.
  3. Nuestra Vida: cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, nuestro culto debe reflejar el culto de nuestra vida, y viceversa, porque se necesitan mutuamente. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Ésta es la religión que acepta el Señor. El compromiso efectivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo se comprueba al ras de la vida, en el empeño por la promoción del necesitado.
  4. Nuestro Balance: de entrada, para acceder a la inmensa oferta de amor no se hace sobre ninguna de las cosas que supuestamente Dios tendría que querer de los hombres. El examen o balance se hace sobre la ayuda verdadera a aquellos que la necesitan. "¿Venid, benditos de mi Padre” o “¿Apartaos de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera "compasión" por los delincuentes?
  5. El Prójimo:  permite distinguir entre el amor genuino a Dios y el que sólo lo es en apariencia, de la boca para afuera. Quien no ama al hermano a quien ve, con un amor que se expresa en obras concretas de caridad, miente si dice que ama a Dios a quien no ve.

REFLEXIÓN 

   La solemnidad de hoy nos recuerda que, cuando este mundo se acabe, al final de los tiempos, el Cristo hecho niño en la cueva de Belén vendrá como Rey del universo, lleno de majestad, a juzgar a todos los hombres. La primera lectura de hoy nos lo dice bien claro: así dice el Señor: he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío. 

   El Evangelio proclamado es todavía más claro. Presenta a Cristo sentado en su trono, separando a unos de otro, como un pastor separa a las ovejas de las cabras, y dictando sentencia. Dirá a unos: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Otros, por el contrario, tendrán que escuchar: apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 

   El Evangelio que hemos escuchado, en esta fiesta de Cristo Rey, es una invitación clarísima a vivir el amor fraterno, sin el cual, cuando nos juzgue de nuestra vida, no podremos oír que Él nos dice: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Para vivir bien el mandamiento Nuevo es fundamental estar muy atentos y vigilar nuestro amor propio, tan propicio para dejar de amar a los hermanos. Quizá nos ayude mucho decir al Señor esta jaculatoria: que mi amor propio, Señor, no me impida vivir el amor fraterno. 

   Un cristiano, además de ir consiguiendo que Cristo reine en él más y más, debe tratar de extender el Reino de Cristo en los demás y en las estructuras de la sociedad. 

   Y esto ha de hacerlo por amor a Cristo, que debe ser siempre el centro de nuestro vivir, y también por amor a la propia sociedad y a los que la componemos. Si Cristo reina en la sociedad, y ante todo en nuestros corazones, el pecado y la descomposición moral tan extendida a todos los niveles tenderá a desaparecer; habrá un mejor y más justo reparto de los bienes materiales. La verdad nos liberará de cualquier esclavitud, las leyes serán justas y respetarán los derechos de todos; el amor no será una palabra manoseada y carente de contenido... y la fraternidad y la paz serán una gozosa realidad.

PARA LA VIDA

    «Un mandarín tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unas enormes cucharas de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo, cada uno obstaculizaba al otro con su larga cuchara, sin que ninguno llegase a comer nada. 

   El mandarín espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio el mismo gran plato con el arroz sabroso y las mismas largas cucharas. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Las enormes cucharas no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno alimentaba con la cuchara al otro». 

   Salta a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del Evangelio de hoy. (...) «El infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir