1° Domingo de Adviento, 3 Diciembre 2017, Ciclo B


San Marcos 13, 33-37

“Vigilad, Estad Alerta, Vivid Despiertos”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Adviento: nos invita, más que a recordar que Jesús vino hace dos mil años, a pensar que Jesús lleva ya dos mil años con nosotros haciendo que el Amor sea más fuerte que el odio, haciendo que el Amor y no el dinero, sea el motor de la vida y avivando la Esperanza en los corazones de los hombres desesperanzados.
  2. Velar: porque Dios siempre sorprende. Él viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y dónde. Velad para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro. Velad para reconocer y acoger a Dios, siempre que quiera presentarse. Velad, pero cumpliendo cada uno su tarea. Velad, porque la vigilancia es hija de la Esperanza, y la Esperanza es la virtud propia del adviento.
  3. Vigilar: significa estar constantemente alerta, despiertos, en situación de espera. Significa vivir una actitud de servicio permanente, a disposición del amo, que puede regresar en cualquier momento. Es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el Amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
  4. Esperar: es una actitud enormemente radical en la vida. Es confiar en que sucederá algo que supera con mucho nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. Necesitamos Esperanza para llenarnos de algo. Primero, tenemos que sentir necesidad de ello y vaciar o despejar aquellos lugares que están ocupados o saturados por la desesperación, el orgullo, la pereza o la falta de entusiasmo en nuestra fe.
  5. Orar: cuando se ora, la espera no cansa sino que ensancha y transforma nuestro corazón. Quien cuida la oración en su vida, dedicando momentos propios y exclusivos al trato amoroso con el Señor, se descubrirá atento y vigilante, con un deseo renovado. 

REFLEXIÓN 

   Estamos en tiempo de preparación para la Navidad. Las tiendas, la propaganda, la música, los adornos de las calles, la expectativa de los niños- todo eso es como una sinfonía de sonidos anunciando la llegada de Navidad, aunque tristemente le han hecho perder el significado más sagrado de esta celebración. La Iglesia nos invita a pensar en otra realidad, en el verdadero sentido de la fiesta: la llegada de Cristo que le da sentido a nuestras vidas y a la historia.  
   Hoy empieza el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico: la Iglesia empieza el año con este período cuatro semanas recordando los siglos en los que Dios fue preparando a su pueblo para su nacimiento. Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su Segunda Venida. Jesús, en estas semanas de Adviento, nos pide que nos preparemos interiormente para recibirlo con un corazón limpio y generoso cuando nazca en Belén. “Vigilad sobre vosotros mismos para que vuestros corazones no estén ofuscados por los afanes de esta vida”. 
   Debemos vigilar para que, cuando llegue, nuestros corazones no estén ofuscados por los afanes terrenos, por la tentación de la vida fácil y superficial; por el egoísmo de pensar sólo en mis problemas y en mis intereses. ¿Qué debo hacer para estar vigilante? 
    El creyente, con la misma intensidad con la que antiguamente el profeta Isaías anhelaba que Dios se hiciese presente en medio de su pueblo rasgando el cielo y bajando a la tierra, anhela, espera y se prepara para la segunda venida de su Señor. Quien vendrá al final de los tiempos es el Emmanuel, Dios-con-nosotros (Mt 1,23), el Hijo de la Virgen cuyo nombre es Jesús, Dios que salva (Ver Mt 1,21). Dios, que ya ha venido a nosotros haciéndose hijo de Mujer, volverá glorioso al fin de los tiempos. 
   ¿A dónde vas? Voy buscando Esperanza. ¿De dónde vienes? ¡Vengo cargado de Esperanza! ¿Por qué? Porque, el Señor ha venido, viene y vendrá para darnos un poco de valor y de coraje, y porque, hoy más que nunca, la humanidad necesita un mensaje ilusionante. Así preguntaban y así respondía un peregrino a su paso por un pueblo. 

PARA LA VIDA

   “Hace tiempo que un viajero, en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra, donde le llamó la atención la belleza de los arroyos que cruzaban los sembrados y las praderas. Habiendo caminado un rato, se encontró con las casas del pueblo, sencillas, coloridas y con puertas abiertas de par en par. No podía creerlo... él venía de un lugar distinto. Al acercarse, tres niños salieron a recibirle y lo invitaron a entrar en su casa, donde sus padres le ofrecieron hospedaje y la posibilidad de quedarse con ellos unos días. 
   El viajero aprendió a hornear el pan, a trabajar la tierra, a ordeñar las vacas y a realizar todas las labores propias de una familia campesina. Pero algo le intrigaba sobremanera de sus bienhechores: cada día el papá, la mamá y los tres niños se acercaban a la mesita sobre la que habían colocado las figuras de María, José y una cuna, en la que dejaban pajitas. Al llegar el momento de irse, el viajero, que recibió unos panecitos, fruta para el camino y abrazos de despedida, preguntó a sus nuevos amigos sobre el misterio de la pajita. 
   El más pequeño satisfizo su curiosidad con espontaneidad: “Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la depositamos en la cuna. Así nos vamos preparando para cuando nazca el niño Jesús. Si amamos poco, el colchón será delgado y frío, pero si amamos mucho, Jesús estará cómodo y calientico