23° Domingo del Tiempo Ordinario, 4 de Septiembre 2016, Ciclo C


San Lucas  14, 25 - 33

“  Ser Discípulo de Jesús Exige Vivir Como Él"   

  1. La Familia: constituye el espacio natural en que nacemos y nos desarrollamos. Pocas instituciones tienen un valor tan alto. No obstante, Jesús no la absolutiza ni la banaliza. Las relaciones familiares, que son un magnífico impulso para el crecimiento en libertad, a veces son también una trampa que acaba oprimiendo a sus miembros. Es importante ser lúcidos para liberarse y liberar.
  2. La Cruz: es el símbolo del sufrimiento, tantas veces inevitable. Pero la cruz de Jesús es algo más: expresa el desprecio a quien es diferente, a quien con su modo de vivir y de obrar cuestiona tantos convencionalismos, inercias y comodidades. Vivir como creyente incomoda frecuentemente en la sociedad, e incluso en la Iglesia. Porque el creyente es el que busca y arriesga. El que sabe, con todas las consecuencias, que Dios está más allá de nuestras imágenes, nuestros discursos y de nuestras religiones.
  3. La Lucidez: para Jesús ser lúcido es actuar con decisión. Y mantener los compromisos asumidos con uno mismo, con los demás y con Dios. En la vida cotidiana decimos: Mi familia, Mi dinero, Mi institución, Mi país… Todo gira en torno a Mí, a mi libertad, a mi elección. Somos poseídos por el yo. Jesús nos pide relativizar todo lo que es pasajero y adherirnos a lo que es eterno.
  4. El Discípulo: ser discípulo de Jesús no es un camino fácil. La gracia que ‘cuesta’ es el evangelio que ha de buscarse siempre nuevamente; es don que se ha de pedir en la oración, es la puerta a la que hay que llamar con insistencia.  Cuesta porque llama a la obediencia, es gracia porque llama a la obediencia a Jesucristo, cuesta porque se trata de gastar la propia vida, cuesta porque condena el pecado; es gracia porque regenera al pecador.
  5. El Seguimiento de Cristo: puede efectuarse de diferentes maneras. Sigue a Jesús quien oye y pone en práctica su llamamiento a la conversión y a la fe en su mensaje. Pero los Evangelios conocen también un seguimiento que consiste en la adhesión permanente a Jesús, abandonando por consiguiente casa, profesión y familia. De esta manera siguieron a Jesús los apóstoles. Jesús no pide descuidar lo que amamos o lo que nos sirve en la vida (seres amados o bienes), lo que Él exige es que nada de eso esté por encima de Él. Es él, quien está por encima de todo y su nombre está sobre todo nombre.
    REFLEXIÓN 

       En el texto evangélico de hoy el interlocutor de Jesús no es un “tu” individualizado, sino un “vosotros” comunitario. El seguimiento no es un empeño individual, sino una experiencia compartida. Los cristianos llamamos Iglesia al conjunto de los que creemos en Jesús y le seguimos. La Iglesia es, en efecto, una comunidad de seguidores. Todo lo que ella hace debe tener ese trasfondo. Antes que compartir una doctrina, obedecer unas normas, realizar unos ritos, nos une haber descubierto a Jesús como camino, verdad y vida. 
       Alguien que nos lleva a los demás, como hermanos, pues todos somos hijos de su Padre. Viene bien recordar estas palabras del Papa Francisco en su Exhortación, La alegría del Evangelio: “No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos”. Es decir, una Iglesia que no se guarda para sí misma, sino que sigue a su Señor.
    Es claro que para seguirle a Jesús hay tres condiciones indispensables.  La primera es preferir una relación con Jesús a cualquier otra.  En segundo lugar, hay que aceptar la cruz.  No es solamente aceptar el sufrimiento que es parte de la vida humana, sino el rechazo, la burla, o la intimidación de los que no son de la misma mentalidad. 
       La cruz es el símbolo que indica que uno lleva una vida enfocada en la paz y el bien, aunque sea en medio de un mundo de violencia. Y al final, hay que vivir en contra de la cultura de egoísmo.  La propagando de las revistas, de la televisión, de la radio, todo nos dice que merecemos lo mejor- sea de ropa, de comida, de hoyas, de autos, de cualquier cosa material, pero todos sabemos que lo mejor es únicamente el Señor Jesús.

    PARA LA VIDA

       Érase una vez una mujer que caminando por las montañas encontró una piedra preciosa en un riachuelo. Al día siguiente se encontró con un viajero hambriento. Nuestra mujer abrió su bolsa para compartir la comida. El viajero que vio la piedra preciosa, lleno de avaricia, se la pidió y ella se la dio sin más. El viajero siguió su camino feliz, sabía que esa piedra preciosa tenía mucho valor y le iba a proporcionar mucho dinero. 
       Unos pocos días después, el viajero volvió y le devolvió la piedra a la mujer. He estado pensando y vengo a devolverle su piedra y espero me dé algo mucho mejor. Dame lo que usted lleva dentro, ese poder que hizo  que usted se desprendiera, sin más, de esta piedra preciosa. ¿Verdad que esta historia viene a cuento con el evangelio de hoy? Sí, hay algo más precioso y más valioso que las joyas o las cadenas de oro que se pueden comprar en una joyería. Lo más valioso está dentro de nosotros, en nuestro corazón:
       La libertad frente a las cosas y las personas, el desprendimiento de las riquezas, la mirada limpia, la sabiduría para discernir lo permanente de lo efímero, el Espíritu Santo que me ayuda a renunciar a todo para seguir.