32° Domingo del tiempo Ordinario, 14 Noviembre 2021, Ciclo B

 San Marcos  12, 38 - 44

"Esa Pobre Viuda ha Echado Más Que Nadie

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Cristo, Sacerdote: todos nosotros tenemos parte en el único y eterno sacerdocio de Cristo, Hijo de Dios. Precisamente este templo... es el lugar de esta participación. Efectivamente, la parroquia surge y existe, a fin de que todos nosotros tengamos parte en la misión sacerdotal, profética y real (pastoral) de Cristo, como nos enseña el Concilio Vaticano II; para que, ofreciendo junto con El y por El nuestros dones espirituales, podamos entrar con El y por El en el santuario eterno de la Majestad Divina, el santuario que El ha preparado para nosotros como "casa del Padre" (Jn 14, 21).

2.- La Viuda Pobre: esto puede sonar a paradoja, pero esta pobreza esconde en sí una riqueza especial. Efectivamente, rico no es el que tiene, sino el que da. Y da no tanto lo que posee, cuanto a sí mismo. Entonces, él puede dar aun cuando no posea. Aun cuando no posea, es por lo tanto rico. El hombre, en cambio, es pobre, no porque no posea, sino porque está apegado. Esto es, está apegado de tal manera que no se halla en disposición de dar nada de sí. Cuando no está en disposición de abrirse a los demás y darse a sí mismo. En el corazón del rico todos los bienes de este mundo están muertos. En el corazón del pobre, en el sentido en que hablo, aun los bienes más pequeños reviven y se hacen grandes.

3.- Amor a Dios y al Prójimo: nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto» (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3). Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro para juzgar no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón.

4.-El Miedo Nuestro:  tenemos miedo de quedarnos sin nada, olvidando que en realidad Dios nos basta. Preferimos confiar en nuestras previsiones más que en el hecho de que Dios es providente (1a lectura). Desatendemos la palabra de Jesús: el que quiera guardar su vida, la pierde; el que la pierde por Él es quién de verdad la gana (Mc 8,35). Y además, lo que tenemos no es nuestro: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7).

REFLEXIÓN

   La liturgia del 32º Domingo del Tiempo Ordinario nos habla del verdadero culto que debemos dirigir a Dios. A Dios no le interesan las grandes manifestaciones religiosas o los ritos externos más o menos fastuosos, sino una actitud permanente de entrega en sus manos, de disponibilidad hacia sus proyectos, de acogida generosa de sus desafíos, de generosidad para entregar nuestra vida en beneficio de nuestros hermanos.

   La primera lectura nos ofrece el ejemplo de una mujer pobre de Sarepta, que da de su pobreza y necesidad, está dispuesta a acoger las llamadas, los desafíos y los dones de Dios. La historia de esta viuda que reparte con el profeta los pocos alimentos que tiene, nos garantiza que la generosidad, el compartir y la solidaridad no empobrecen, sino que son portadoras de vida y de vida en abundancia.

   La segunda lectura nos ofrece el ejemplo de Cristo, el sumo sacerdote que entregó su vida a favor de los hombres. Él nos mostró, con su sacrificio, cual es el don perfecto que Dios quiere y que espera de cada uno de sus hijos. Más que dinero u otros bienes materiales, Dios espera de nosotros el don de nuestra vida, al servicio de ese proyecto de salvación que Él tiene para los hombres y para el mundo.

   El Evangelio no habla, a través del ejemplo de otra mujer pobre, de otra viuda, cuál es el verdadero culto que Dios quiere de sus hijos: que ellos sean capaces de ofrecerle todo, en una completa donación, en una pobreza humilde y generosa (que es siempre fecunda), en un despojamiento de sí que brota de un amor sin límites y sin condiciones. Solo los pobres, esto es, aquellos que no tienen el corazón lleno de sí mismos, son capaces de ofrecer a Dios el culto verdadero que Él espera. 

   Jesús, muy observador, destaca la grandeza de esta mujer que ha dado de lo que le falta, no de lo que le sobra, como hacían los fariseos. Y lo ha hecho humildemente, para que nadie se entere, lo ha hecho desde el corazón. Hoy esta viuda pasaría desapercibida en nuestra sociedad actual a la que le gusta exhibir las “obras de caridad” de tantos famosos que de paso se hacen publicidad y que apenas dan una mínima parte de lo que les sobra.

PARA LA VIDA

   Había una vez una rosa roja muy bella, que se creía sin duda la rosa más linda del jardín. Un día se dio cuenta de que la gente miraba de lejos, sin querer acercarse a ella. Observando a su alrededor vio que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que ésa era la causa por la que la gente no se acercaba a verla a ella para maravillarse de su belleza. Indignada ante lo descubierto, la rosa ordenó al sapo que se fuera de allí de inmediato. Y el pobre sapo, muy obediente, acató la orden de la rosa y desapareció del jardín. 

   Así, las personas podían ver y admirar de cerca la hermosura vanidosa de aquella rosa presumida. Un tiempo después, el sapo volvió a pasar por donde estaba la rosa, y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Entonces le dijo: -Te ves muy mal. ¿Qué te ha pasado? La rosa contestó: - Es que desde que te fuiste de mi jardín las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual. 

   Ahora me muero de tristeza al ver que nadie se detiene a mirar la belleza que en otro tiempo fue la admiración de este jardín. El sapo, con una indisimulada satisfacción, le contestó: - Pues claro, te olvidaste de que era yo quien me comía las hormigas que te amenazaban, y por eso eras la más bella del jardín. Y la rosa, que había aprendido la lección del sapo, le pidió de nuevo que se quedara junto a ella.

   Hoy nos pide Dios mirar al corazón, no a la exterior. Nos pide dejar de ser esa rosa orgullosa y egoísta del cuento que despreció al feo sapo que, sin embargo, era  quien le hacía a ella permanecer bella y hermosa en el jardín. No despreciemos a nadie, todos somos importantes, por pequeño que sea nuestro trabajo, sea en la sociedad o en la Iglesia. Valoremos a las personas por lo que son, no por lo que tienen o exhiben. Demos de corazón, no de lo que nos sobra, sino de lo que nos cuesta.