San Mateo 28, 16 - 20
1.- Dios Comunidad de Amor: el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y el Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad". Nuestra experiencia de fe nos dice que Dios es Padre amoroso, que cuida de sus hijos y les protege, porque es "auxilio y escudo" (Salmo); Dios está a nuestro lado, dialoga con nosotros y nos ayuda, respeta nuestras diferencias, pero nos quiere a todos por igual. Dios es Hijo, que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, que quiere darnos a conocer que sólo es feliz aquél que es capaz de darse al otro y de perdonar. Dios es Espíritu, que nos fortalece y nos da su aliento para que sigamos caminando hacia su encuentro. Pero lo que más nos importa es saber que Dios es Amor, amor entre personas. Dios es comunidad.
2.- La Trinidad: misterio, fiesta, gloria, cielo, común unión, complicidad o “los tres a una” pueden definir perfectamente esta primera Solemnidad que celebramos dentro del Tiempo Ordinario recién retomado después de la Pascua.
3.- Misterio: nunca llegamos a alcanzar lo que representa y es en sí misma la figura de Dios. Difícil estamparlo en un dibujo e, incluso, de mil maneras puede ser posible pensarlo y pergeñarlo en nuestra mente.
4.- Fiesta: porque, después de la Pascua, todo apunta y despunta en la Santísima Trinidad. Hacemos fiesta y alabanza porque, en ese secreto indescifrable, sabemos que se encuentra la magnanimidad de Dios que es Padre, que se visualiza con el Hijo y que permanece en nosotros con el Espíritu Santo.
5.- Gloria: destinados, desde el Bautismo, a participar de la misma suerte de Cristo no concebimos el final de nuestra historia sin el mismo final que Jesús tuvo después de su Ascensión: visionar cara a cara la gloria del Padre.
6.- Común Unión: es el secreto más profundo y vigoroso de la Santísima Trinidad. Es el aceite que hace posible que, el motor, se mantenga a punto. No se entiende el “feeling” entre los tres personajes de la Santísima Trinidad si no es por el amor que existe entre ellos. No es cuestión de caerse bien o mal. Las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu, no se entienden de forma individual. Están unidos por el amor y, ese amor, es la razón de su ser.
REFLEXIÓN
La Fiesta que hoy celebramos no es una invitación a descifrar el misterio que se esconde detrás de “un Dios en tres personas”; sino que es una invitación a contemplar a Dios que es amor, que es familia, que es comunidad y que creó a los hombres para hacerles compartir ese misterio de amor.
En la primera lectura, el Dios de la comunión y de la alianza, empeñado en establecer lazos familiares con el hombre, se presenta: como clemente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia.
En la segunda lectura, Pablo expresa, a través de la fórmula litúrgica de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros”, la realidad de un Dios que es comunión, que es familia y que pretende atraer a los hombres hacia esa dinámica de amor.
En el Evangelio, Juan nos invita a contemplar a un Dios cuyo amor por los hombres es tan grande, que llega hasta el punto de enviar al mundo a su Hijo único; es Jesús, el Hijo, que, cumpliendo los planes del Padre, hace de su vida una donación total, hasta la muerte en cruz, a fin de ofrecernos a los hombres la vida definitiva. En esta fantástica historia de amor (que llega hasta la entrega de la vida del Hijo único y amado), se plasma la grandeza del corazón de Dios.
La teología nos enseña que la Trinidad es una comunidad de amor en la que Dios Padre es el que ama, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor mismo. No es que sean tres dioses distintos, sino que es un solo Dios en tres personas.
Nuestra fe, hoy más que nunca, contempla a un Dios comunitario. A un Dios familia. A un Dios que disfruta siendo Padre, Hijo y Espíritu. Un Dios que, entre otras cosas, nos promete un final feliz donde brillarán nuestros ojos al contemplar –entonces sin secretos, acertijos o laberintos– la inmensidad de su rostro divino. Pidamos al Dios que no nos deje de sorprendernos.
Que, en cada amanecer, en cada eucaristía, en la lectura de su Palabra, en la práctica de los sacramentos, en la próxima procesión del Corpus Christi se nos vaya revelando y, a la vez, velando para que nunca dejemos de tener apetito de Él, curiosidad por El y amor por El.
PARA LA VIDA
Cuenta que un día estaba san Agustín, el que escribió un tratado precioso sobre este misterio de la Trinidad, paseando por la orilla de la playa. Estaba pensando en este misterio cuando se encontró un niño que estaba haciendo un hoyo en la arena de la playa. Ante la curiosidad de san Agustín que le preguntó qué estaba haciendo, el niño le respondió que quería pasar toda el agua del mar a ese pequeño hoyo que estaba haciendo en la arena.
Cuando san Agustín se sonrió y le dijo que eso era imposible, ya que el mar era demasiado grande como para que cupiese en ese hoyo tan pequeño, aquel niño le respondió que del mismo modo era imposible que el misterio de Dios, que es tan grande, cupiese en la mente humana, tan pequeña. Sea cierta o no esta anécdota, creo que ilustra muy bien la grandeza del misterio de Dios y la insignificancia de nuestra inteligencia.
Por mucho que queramos entenderlo, Dios es siempre más grande que nuestro entendimiento. Por ello, ante este misterio tan grande, nuestra actitud ha de ser la de alabar y dar gloria a Dios, que ha tenido a bien manifestarse a nosotros, los hombres, y que nos ha revelado su esencia: Dios es Amor.