San Marcos 14, 12 - 16 . 22 - 26
1.- Jesús Eucaristía: aquel compartir el pan y el vino convertidos en el cuerpo y la sangre de Jesús que se lo ofrece a los suyos, Dios Todopoderoso hace una última promesa, firma con los hombres su último pacto que ya será eterno, porque la sangre de Cristo que firma el pacto no se derramará más y porque la fidelidad de Dios es inconmovible. Hoy más especialmente lo que celebramos es ese tener a Dios Eucaristía de nuestro lado, a nuestro lado, aliado nuestro, vecino nuestro, realmente presente a nuestro lado. Con la naturalidad del hombre que trae agua de la fuente. Porque para estar y hablar con el Señor Eucaristía no hay echar instancias, ni pagar pólizas, esperar fechas, ni horas. Está a nuestra disposición día y noche.
2.- La Paz: en la Eucaristía, como entonces, el Señor viene a traernos la paz, “la paz con vosotros”, cuántas veces hemos encontrado la paz ante el sagrario. Paz que tantas veces ha traído a nuestros corazones la seguridad de estar perdonados, como expiró sobre los discípulos para darles el poder del perdón, sigue expirando en nuestros corazones la paz del perdón. Como se llenaron de alegría al reconocer en ese conocido al Señor, sentimos nosotros la alegría del Señor personalmente.
3.- El Pan Partido: "Frágil" es "lo que con facilidad se hace pedazos". Y la imagen evangélica que contemplamos es la del Señor que "se hace pedacitos"… de pan y se entrega. En el pan partido -frágil- se esconde el secreto de la vida. ¡Qué curioso! La fragmentación, nacida del egoísmo, es el peligro más grande para nuestra vida social y también para nuestra vida interior. En cambio, en Jesús este fragmentarse bajo forma de pan tierno es su gesto más vital, más unificante: ¡para darse entero tiene que partirse! En la Eucaristía la fragilidad es fortaleza.
4.- La Caridad: “Una sociedad con valores es una sociedad con futuro”, en esta situación profunda económica y de paro que están padeciendo muchas familias, para tomar conciencia de los derechos que tienen los más pobres a poseer de los bienes que tenemos. Es una oportunidad de rectificar y sentar las bases de la convivencia en valores sólidos capaces de construir un orden económico y social transparente y justo.
REFLEXIÓN
La festividad el Corpus Christi nos da fuerza para seguir adelante. El Señor, en custodia y rodeado de la fidelidad y del cariño de los suyos, nos precede. Nos comunica que se compromete con nosotros. Que avanza a nuestro lado. Que no vive de espaldas a nuestras pesadumbres. En definitiva, cada vez que celebramos esta fiesta, renovamos con emoción y con firmeza lo que el sacramento encierra: Dios está aquí y es “la fuente y la cumbre de nuestra vida cristiana” (L.G.11).
En primer lugar, la Eucaristía es una comida. No es indiferente el signo humano que Cristo y la Iglesia han elegido como base de este sacramento: aquí es comer pan y beber vino en común, con todo lo que humana y bíblicamente simbolizan. Como al pueblo de Israel, en el camino del desierto, Dios le alimentó con el maná (1ª lectura), también a nosotros, en el camino siempre difícil de la vida, Cristo nos da a comer su Cuerpo y su Sangre: es el verdadero “viático”, alimento para el camino, alimento que es fortaleza y alegría.
La Eucaristía nos une con Cristo. Es la dimensión “vertical” de este sacramento, que nunca acabaremos de apreciar y agradecer. El evangelio de hoy nos introduce en este misterio de comunión. La Eucaristía nos da vida, nos hace permanecer en Cristo, nos hace vivir por él como él mismo está unido y vive por el Padre: una comparación que no nos hubiéramos atrevido a hacer nosotros. Es el sacramento en que con más realismo ha querido Cristo que participáramos en su misma vida. Como dice el salmo de hoy, “con ninguna nación obró así”, “nos sacia con flor de harina”. Cristo Resucitado asume ese pan y ese vino y nos los ofrece, dándose a sí mismo a sus creyentes.
Pero también hay una dirección “horizontal”: la Eucaristía nos une con nuestros hermanos. Participar en la misma mesa, después de haber escuchado la misma Palabra, nos debe hacer crecer en la actitud de fraternidad. Este es el mensaje de la lectura de Pablo. Ante todo, dice que la Eucaristía nos une con Cristo (“el Pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo...el cáliz que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo”), y en seguida añade que todos somos (deberíamos ser) un solo pan y un solo cuerpo porque todos comemos el mismo Pan, la misma Eucaristía.
PARA LA VIDA
Érase un muchacho que siempre llegaba tarde a casa cuando salía de la escuela. Los consejos y reprimendas no surtían ningún efecto. Finalmente, un día, su padre le llamó al orden y le dijo: "la próxima vez que llegues tarde, cenarás pan y agua. ¿Está claro?" El hijo lo entendió perfectamente. Pocos días después el muchacho llegó a casa más tarde que nunca. Sus padres no le dijeron nada. Cuando se sentaron a cenar vio que los platos de sus padres estaban llenos y en el suyo había sólo un trocito de pan y un vaso de agua. Miró al pan y luego al agua. El padre esperó un rato para que el hijo interiorizara el castigo.
Luego tomó el plato del hijo y se lo puso delante de él. Cogió su plato y lo puso enfrente de su hijo y se pusieron a cenar. Años más tarde, ese mismo muchacho al recordar aquel episodio de su vida comentaba: "Toda mi vida he sabido cómo es Dios por lo que hizo mi padre aquella noche". Hermosa lección en la que el padre se impone el castigo que su hijo merece. Una lección sin palabras.
Una lección sobre Dios que el hijo nunca olvidó. Jesús, como el padre de la historia, cada domingo coge nuestro plato vacío y nos ofrece un plato rebosante de amor y perdón y nos dice: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo." Los domingos Jesucristo multiplica el pan para sus hijos e hijas. Primero escuchamos a Jesús para vernos a nosotros débiles, desobedientes y necesitados de sanación. Nosotros que vivimos en un mundo que ha arrinconado a Dios, tenemos que experimentar su presencia, su poder y su amor. Dios satisface nuestra hambre con el pan de vida.