Domingo Solemnidad de La Santísima Trinidad, 7 de Junio 2020, Ciclo A

San Juan 3, 16 - 18

"En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-Dios se Revela: se nos revela como Trinidad, como una comunidad de personas. Dios no es un ser solitario, sino que es comunión de personas. Por eso podemos decir que Dios es amor. La teología nos enseña que la Trinidad es una comunidad de amor en la que Dios Padre es el que ama, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor mismo.
2.-Dios Padre: el que creó el mundo, el que escogió al pueblo de Israel en Abrahán, el que hizo la alianza con su pueblo en el Sinaí, y el que constantemente estuvo al lado de su pueblo Israel. 
3.-Dios Hijo: Jesucristo, la Palabra eterna de Dios, que desde antes de la creación del mundo estaba junto a Dios, y que por medio de ella fue creado todo, que en la plenitud de los tiempos se hizo carne, bajó a la tierra y vivió como uno más de nosotros, que murió por nosotros en la cruz, que resucitó al tercer día y que subió a los cielos, y ahora está sentado a la derecha del Padre. 
4.-Dios Espíritu Santo: el espíritu mismo de Dios, que ya se cernía sobre las aguas en la creación del mundo, que habló por medio de los profetas, el que llenó a María en el momento de la Encarnación, el que descendió sobre Jesús en su Bautismo, el espíritu que Jesús entregó al Padre en la cruz y que después, una vez resucitado, exhaló sobre los discípulos, y finalmente el que envió el Padre junto con el Hijo desde el cielo el día de Pentecostés, el que da fuerza a la Iglesia, el que recibimos el día de nuestro bautismo y el que nos hace llamar a Dios Padre. Es un misterio que no comprendemos, pero hoy Dios se nos revela Trinidad. 
REFLEXIÓN
   Hoy la liturgia celebra la solemnidad de la santísima Trinidad, para destacar que a la luz del misterio pascual se revela plenamente el centro del cosmos y de la historia: Dios mismo, Amor eterno e infinito. Toda la revelación se resume en estas palabras: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera la razón, sin contradecirla, sino más bien exaltando sus potencialidades. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo.
   En la primera lectura (cf. Ex 34, 4-9) escuchamos un texto bíblico que nos presenta la revelación del nombre de Dios. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su nombre es: «El Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad» (Ex 34, 6). 
   San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en una sola palabra: «Amor» (1 Jn 4, 8. 16). Lo atestigua también el pasaje evangélico de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único» (Jn 3, 16). En el mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios podría venir para juzgar a este mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio, muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito. Y no sólo lo envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó los pecados y acogió a todos.
   Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo dio su propia vida por nosotros: en la cruz el amor misericordioso de Dios alcanza el culmen. Y es en la cruz donde el Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo. Así, en el misterio de la cruz están presentes las tres Personas divinas: el Padre, que dona a su Hijo unigénito para la salvación del mundo; el Hijo, que cumple hasta el fondo el designio del Padre; y el Espíritu Santo —derramado por Jesús en el momento de la muerte— que viene a hacernos partícipes de la vida divina, a transformar nuestra existencia, para que esté animada por el amor divino.
PARA LA VIDA
   Un príncipe oriental, para dar una lección a sus súbditos sobre la búsqueda de Dios, hizo reunir un día a muchos ciegos. Después ordenó que se les mostrase el mayor de los elefantes sin decirles qué animal tenían delante. Cada ciego se acercó al elefante y le tocaron en diversas partes del cuerpo. Al final el príncipe preguntó qué había palpado cada uno. El que había tocado las piernas dijo que era un tronco arrugado de un árbol. El que había tocado la trompa, una gruesa rama nudosa. El que había tocado la cola, una serpiente desconocida. Un muro, dijo el que había tocado el vientre. Una pequeña colina, el que había tocado el lomo. Como no se ponían de acuerdo entre ellos, comenzaron a discutir. El príncipe interrumpió la discusión:
- Esta pequeña muestra os hace ver cómo de las grandes cosas conocemos muy poco, y de Dios casi nada, porque es un Misterio tan grande y tan profundo que nunca podremos abarcarlo todo.
   La Trinidad nos enseña que es posible la diferencia (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y la comunión (Un solo Dios). Para qué tantas disquisiciones teológicas si es algo tan sencillo: que Dios es Amor, que el ser humano está llamado a vivir ese Amor y que la familia, la Iglesia y la sociedad, si quieren ser reflejo de esa Trinidad, debe vivir en el Amor. Tremendo compromiso al que estamos llamados hoy los que nos llamamos cristianos: ser reflejos del Amor trinitario de Dios.