5° Domingo Tiempo Ordinario, 10 Feb 2019, Ciclo C


San Lucas 5, 1 - 11

En Tu Nombre, Echaré las Redes

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. La Vocación: todas las vocaciones son iguales y tienen su precio, su esfuerzo. Pero será siempre producto de la inspiración directa del Espíritu. Dios está siempre con nosotros. Pero la llamada de ese Dios oculto es lo que nos ayuda a entender su presencia real. Él llama en el trabajo de cada día.
  2. El Llamado: a todos nos ha elegido Jesús. Y a partir de ahí no hay diferencias porque todos somos iguales ante los ojos del Señor. Toda llamada es un don gratuito de Dios y una acogida responsable y coherente por parte del hombre a colaborar con Él.
  3. El Desprendimiento: seguir a Jesús requiere abandonarlo todo. Solamente quien, como Pedro, ha sabido aceptar su limitación, está en condiciones de aceptar que los frutos de su trabajo apostólico son de Dios. El hombre le sirve como instrumento. Dios da el fruto y en él, bendice el trabajo del hombre.
  4. El Discípulo: El Señor llama a los Apóstoles a ser pescadores de hombres, pero el verdadero pescador es Él: el buen discípulo no es más que la red. Todos somos propiedad de la red del Señor. Ella recoge la pesca. Esta red solamente es efectiva si actúa como lo hicieron los Apóstoles: dejándolo todo y siguiendo al Señor, para ser pescadores de hombres.

  
REFLEXIÓN

   En las lecturas de este domingo tenemos tres modelos de personas que aceptaron la vocación a la santidad que Dios les dio, reconociendo inicialmente su incapacidad para conseguirlo. Estas tres personas –Pedro, Isaías y san Pablo– fueron llamadas por Dios a conseguir la santidad mediante la predicación de la palabra de Dios. Ante la grandeza de Cristo Pedro se siente profundamente débil y pecador. Él, experto pescador, no había conseguido pescar nada en toda la noche, pero cuando actúa en nombre de Cristo consigue llenar las redes de peces. Pedro, con todos sus defectos y con todas sus virtudes puede y debe ser un buen ejemplo para nosotros. 

   Desde que sintió la llamada del Señor, estuvo siempre dispuesto a dar y hasta perder su vida al servicio del evangelio. También en el caso de Jeremías, el profeta que crece y supera la dificultad para hablar, cuando sabe que es Dios quien habla y le envía. Aunque Pablo no pertenece ya a la generación de los Doce, se considera apóstol por excepción. 

   Pues ha tenido también su "experiencia" del Señor resucitado. Nosotros también debemos transmitir nuestra fe desde nuestra experiencia de Jesucristo resucitado. Con la misma disposición que María se someterá a los designios de Dios, ahora el profeta acepta voluntariamente la misión que se le encomienda: "Aquí estoy, mándame".

   La predicación de Jesús, el milagro de la pesca y la decisión de abandonarlo todo para seguir al Maestro, marcan tres momentos psicológicos en el proceso de la vocación de los apóstoles. La "señal", o el milagro, refuerza las palabras de Jesús y aumenta su credibilidad ante los que van a ser sus discípulos en adelante. La invitación a internarse en alta mar conlleva el riesgo a afrontar los temporales tan frecuentes como inesperados en el lago de Tiberíades.

PARA LA VIDA

   Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una larga comitiva que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas. A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por el ardiente reverbero de la arena, se desplomó agonizante y no volvió a levantarse. El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y derramó todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena. 

   El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros cofres de repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar. Con un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas. 

   Mientras los jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico botín y escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el desierto. Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se volvió y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante. - ¿Y tú – le preguntó el sultán- no te has parado a recoger nada?. El joven respondió con dignidad y orgullo - ¡Yo sigo a mi rey!