Domingo de Resurrección, 16 Abril 2017, Ciclo A




San Juan 20, 1 - 9

¡Cristo Resucitó! 
¡Y resucitó por mí, para que yo encuentre en Él y por Él la vida verdadera!

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Tumba: la ausencia del cuerpo no es, ciertamente, la prueba de la resurrección; es el indicio de que el poder glorificador del Espíritu no ha olvidado el cuerpo. La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, como fue de la Lázaro, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
  2. La Fe: lo importante es creer en Jesús, y creer como él. Es tener la fe de Jesús: su actitud ante la historia, su opción por los pobres, su propuesta por la eternidad... Creyendo con esa fe de Jesús, las "cosas de arriba" y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera distintas. Las "cosas de arriba" son la Tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer lo doloroso de la Historia, sabiendo que nunca será fruto adecuado de nuestra planificación sino don gratuito de Aquel que viene.
  3. La Resurrección: es hoy un potente llamado y una invitación a todos los que en Él hemos sido bautizados, a “revestirnos” de Cristo (ver Gál 3,27), a resucitar con Él ya ahora, es decir, a participar de su mismo dinamismo de abajamiento y elevación (ver Flp 2,6ss), a morir al hombre viejo y a todas sus obras para vivir intensamente la vida nueva que Cristo nos ha traído (ver Rom6,3-6). ¡Su resurrección es hoy una  fuerte invitación a vivir desde ya una vida resucitada!.
  4. La Pascua: se constituye en el paso de la muerte a la vida, donde tanto el pecado como la muerte han sido vencidos por el Señor. En Cristo Jesús, nosotros también somos triunfadores! Es por tanto un acontecimiento especial y una alegría grande que tenemos que festejar y prolongar.
  5. El Discípulo: vio y creyó”. Es entonces cuando los Apóstoles comienzan a comprender la profundidad, la hondura divina de las palabras que habían escuchado de Jesucristo y, también, el sentido pleno de las Sagradas Escrituras. Días después, Pedro, en un discurso al pueblo irá recordando todos los acontecimientos desde Juan el Bautista, y cómo “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Murió en la cruz; “pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección”. 


REFLEXIÓN 
   Existe la posibilidad de que vivamos la Pascua, la celebración y la experiencia de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, como algo extraordinario, fuera de lo normal, fuera de lo diario y cotidiano de nuestra vida, como algo que celebramos, vivimos y disfrutamos exclusivamente en estos días de nuestra liturgia, sin que se haga presente en nuestra cotidiana vida diaria. 
   Y es que a veces se convierten estos días del Triduo Pascual que terminamos este Domingo de Resurrección, en algo así como los fuegos artificiales, que son luz, pero no son la luz de cada día, sino luces de fiestas y de días especiales: ruido y espectáculo de días que se salen de lo ordinario, pero incapaces de iluminar realmente. 
   Pueden convertirse, como los fuegos artificiales, en algo fugaz, en algo que se ve, se disfruta, se celebra, pero que ahí se queda, ahí se acaba, para volver a lo que hacíamos antes, a nuestras ocupaciones de cada día sin que haya supuesto nada más hondo que ver en el cielo luces de colores.
   Y la Pascua debería ser la experiencia de la vida y de la salvación, de la esperanza sobre todo dolor y sobre toda injusticia. 
   El encuentro con el Resucitado de la Pascua, como a los apóstoles y a María Magdalena -la primera predicadora de la Resurrección como nos cuenta el pasaje del Evangelio de San Juan que hoy leemos-, nos abre los ojos para ver la realidad de la existencia desde otra perspectiva, es capaz de transformar nuestra manera de mirar y ver, nuestra manera de estar, nuestra manera de vivir. Miedo a transformar nuestro mundo. 
   Lo bueno del Tiempo Pascual que hoy comenzamos es que tenemos cincuenta días hasta Pentecostés para tratar que esa experiencia de resurrección tome cuerpo, se haga parte de nosotros, sea motor y guía de nuestro día a día, para que no sean meras luces brillantes de muchos colores y mucho ruido, para que la luz profunda de Jesucristo resucitado se interiorice y nos empuje en el caminar.
     
PARA LA VIDA

   "Una vez se acordó de un sabio teólogo que había ido, cuando él estaba todavía de novicio, a celebrar la Pascua en el convento. El Sábado Santo por la mañana había subido al púlpito con un montón de libros. Durante dos largas horas, había predicado a los ingenuos monjes, empleando palabras sabias, para explicarles el misterio de la Resurrección.
   Hasta entonces los monjes consideraban la resurrección de Cristo como cosa simplísima, naturalísima; jamás se habían preguntado acerca del cómo ni del por qué… La Resurrección de Cristo les parecía tan simple como la salida diaria del sol y ahora este teólogo erudito con todos sus libros y toda su ciencia, complicaba todas las cosas…Cuando se fueron a sus celdas, el viejo Manassé dijo a Manolios: Que Dios me perdone, hijo, pero este año es la primera vez que no he sentido a Cristo resucitar".
   Para los primeros cristianos decir: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos" era algo tan natural como respirar. No necesitaban ni largos sermones ni explicaciones complicadas. Y saludarse con un "Cristo ha resucitado" era tan apropiado como nuestro rutinario "buenos días". Fue el primer grito de fe, de vida nueva, y victoria definitiva. La victoria de la Resurrección de Jesús nos concierne también a nosotros. Estamos llamados a compartir y experimentar la Resurrección de Cristo.
   Dejemos de "buscar al que vive entre los muertos"; dejemos de resistirnos a salir de nuestras tumbas. La piedra y las piedras de todas las tumbas han sido quitadas y somos invitados a vivir la novedad de la vida nueva, resucitada.