5° Domingo de Cuaresma, 2 Abril 2017, Ciclo A


San Juan 11, 3 - 7 . 17 . 20-27 . 33b - 45

“ Yo soy la Resurrección y la Vida. El que Cree en Mí no Morirá Jamás 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Pecado: amenaza con arruinar la existencia del hombre. Al mismo tiempo, el pecado no tiene realmente sentido más que por esa adopción  sobrenatural que Dios ha realizado sobre el hombre. Las hormigas podrían invadir la cocina del ama de casa; el perro, morder a su amo, o el  león, matar al domador; pero a nadie se le ocurriría decir por eso que las hormigas, el perro  o el león habrían pecado. Si a Dios importa tanto nuestra vida; si de alguna manera pueden  darle alegría nuestras alegrías y dolerle nuestros males; si podemos ofenderle con nuestro desvío o agradarle con nuestra devoción, es porque ya formamos parte de su misma familia, porque somos hijos en su Hijo único. Nos ama por encima de nuestro pecado.
  2. La Vida: ahí todos hemos de  aprender. Vida breve, vida larga, es un tiempo para amar, para compartir de modo y manera  que cada persona sea una bendición para los demás y toda muerte, un dolor, un vacío, un  empobrecimiento del mundo. Dios nos ha reunido en torno a su mesa para darnos el pan de vida. El que coma de ese  pan, no morirá para siempre. Dichosos los llamados a esta cena.
  3. La Muerte: en la historia del hombre la muerte va unida al pecado y, lo mismo que el pecado, se opone al Amor. En la muerte Jesucristo confirmó el testimonio del amor del Padre. El amor que se resiste a la muerte, y desea la vida, se ha expresado en la resurrección de Cristo, de Aquél que, para redimir los pecados del mundo, aceptó libremente la muerte de cruz.
  4. La Vida Nueva: es el resultado de una conversación y de una relación que entablamos con Jesús, que nos lleva a ser transformados. Es vivir la experiencia de la mujer samaritana que era rechazada y que al escuchar la invitación de Jesús quien le ofrece agua viva con la cual se sentirá saciada completamente y nunca volverá a sentir sed, convirtiéndose en testigo del amor de Dios. Tener vida nueva es sentir el lodo que Jesús nos pone en los ojos para que podamos ver. Tener vida nueva es la experiencia de escuchar cómo Dios nos llama por nuestro nombre para sacarnos de situaciones de pecado y oscuridad, y entonces poder compartir la vida en abundancia que siempre nos pone al alcance de nuestros corazones. 
REFLEXIÓN 

   En el Quinto Domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas nos hablan del poder del Señor sobre la muerte, y del destino del hombre encaminado a  la eternidad.

   Este es el último milagro de Jesús en el evangelio de Juan. Con toda intención, las primeras palabras son para presentar al hombre enfermo: Lázaro personifica al hombre, herido por el pecado, que camina a la muerte, pero que más allá de la muerte los espera el Señor: ¡Lázaro, levántate…Vuelve a la vida! No nos quedemos maravillados porque Lázaro tuvo la suerte de vivir algunos años más y la mala suerte de tener que morir otra vez. Este milagro es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de nuestro ser.

   La resurrección es ante todo espiritual. Aunque afecta a toda nuestra persona, ella empieza desde el primer momento en que la fe nos hace salir de nuestra mezquina manera de vivir, para abrirnos a la vida de Dios.

   Jesús, en el Evangelio de Juan, comenzó su ministerio, su primer signo, con una boda en Caná y termina con un funeral en Betania, donde vivían sus amigos, Marta, María y Lázaro.

   Hay crisis en Betania. Lázaro ha muerto. Sus hermanas lloran su muerte y Jesús llora con ellas.

   Hay crisis en nuestra vida cotidiana porque todos nosotros somos enfermos terminales y morimos y Jesús llora con nosotros.
Hay crisis en las familias, hijos enfermos, hijos alejados de la Iglesia, hijos que se niegan a creer y otros que creen. Y Jesús llora y nos visita.
Hay crisis en el mundo: desastres naturales, revoluciones, guerras, injusticias, hambre…egoísmos y avaricias que intoxican las relaciones humanas y Jesús llora por el mundo.

Hay crisis en la vida de Jesús. Su muerte en la cruz conmueve los cimientos de la tierra.

Jesús nos abre los ojos al misterio de la vida nueva, al poder de Dios, asumiendo nuestra condición humana en su totalidad, y llora porque ama, nos ama como a su amigo Lázaro. 

PARA LA VIDA 

    Una serpiente mordió a un muchacho y murió. El veneno le quitó la vida y sus apenados padres llevaron su cuerpo al sacerdote y lo colocaron delante de él.
Los tres sentados alrededor de su cuerpo lloraron durante largo rato.

   El padre se levantó, se inclinó sobre su hijo y con sus manos extendidas sobre los pies del niño dijo: durante toda mi vida no he trabajado por mi familia como era ni deber. Y el veneno abandonó los pies del muchacho.

   La madre se levantó después y extendiendo sus manos sobre el corazón de su hijo dijo: durante toda mi vida no he amado a mi familia como era mi deber. Y el veneno abandonó el corazón del muchacho.

   Finalmente se levantó el sacerdote y extendiendo sus manos sobre la cabeza del niño dijo: durante toda mi vida no he creído en las palabras que he predicado. Y el veneno abandonó la cabeza del muchacho.

   El muchacho se levantó, los padres y el sacerdote se levantaron y hubo gran alegría en el pueblo aquel día.

   El veneno en este cuento es símbolo del pecado. Reconocer y llorar nuestro pecado es arrojar el veneno y recuperar la vida.

   El Domingo pasado preguntábamos: ¿acaso no hay ningún ciego entre nosotros?

   Hoy preguntamos: ¿acaso no hay ningún muerto entre nosotros? La muerte que produce el pecado es tan verdadera como la que certifican los médicos. Por eso nosotros necesitamos acudir a la cita con el Señor de la vida, con Jesucristo.