San Juan 10, 1 - 10
"Somos Su Pueblo y Ovejas de Su Rebaño"
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Pastor: la imagen del Pastor evoca una autoridad que se ejerce en una actitud de servicio continuo. El rey pastor, David, es una figura del verdadero Pastor, Jesucristo, constituido Señor y Mesías. Jesús construyó la puerta de la salvación mediante su sacrifico de cruz. Dios Padre le ha restituido todo dándole el señorío de cuanto existe. Y también es Mesías, es decir, continúa siendo la única puerta de salvación de los hombres. Sólo a través del bautismo se puede escuchar la voz de la Puerta de la redención y recibir al Espíritu Santo.
- Las Ovejas: lo siguen porque conocen su voz. Escuchar la voz, es advertir la presencia y el estado interior del que es obediente. Siendo la Palabra de Dios tiene capacidad de mudar corazones. Pero hay que reconocer esta verdadera voz, pues hay el peligro de ir tras las voces de los ladrones y malhechores. Hay que familiarizarse con la sana doctrina transmitida por la Sagrada Escritura y custodiada por la Iglesia. Hay que obedecer la Verdad que es Jesucristo para no ser presa de ladrones y malhechores.
- La Puerta: es el lugar donde entra y sale el rebaño. Es el lugar que brinda protección, que invita al reposo y al calor del hogar después de la jornada. La puerta es también el lugar por el que han de salir las ovejas para alimentarse y tomar el sol. Es decir para construir su vida en abundancia. Esta puerta es Cristo, muerto y resucitado, constituido Señor y Mesías. La afirmación de Cristo es categórica, como lo indica la realidad de la puerta del redil, indica una afirmación de la divinidad mesiánica. No hay otros caminos, otras puertas que lleven al acceso al Padre. Cristo, revelación del Padre, es la única puerta.
- La Vida: el don más grande que Dios nos ha concedido es el de la vida. Pero esta vida dura unos años. Cristo resucitado. Él es el Señor de la vida, el Viviente. Siendo Señor de la vida, puede disponer de ella y darla a los que ama y confían en Él. Cristo nos hace partícipes de su misma vida, la que no está sometida al dominio de la muerte, la vida eterna.
REFLEXIÓN
En las lecturas del cuarto Domingo de Pascua, se nos presenta insistentemente la figura del Buen Pastor. El apóstol San Pedro, en su Primera Carta, afianza a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos. La última frase del pasaje "El cargó con la cruz, para que empezáramos una vida santa. Pues eran ovejas descarriadas, pero han vuelto al pastor y guardián de sus almas" nos muestra la imagen del hombre alejado del Señor, que se asemeja a las ovejas perdidas, sin rumbo y expuestas a todos los peligros.
La liturgia nos invita a reflexionar en la misericordia y el amor de Jesús. En el evangelio es Jesús mismo que se presenta a sí mismo bajo esta imagen del Buen Pastor. Gracias a la comparación de Jesús, podemos imaginarnos uno de esos corrales en que se juntan los rebaños de varios pastores bajo la vigilancia de un cuidador para pasar la noche. Al amanecer, cada pastor llama a sus ovejas y parte al frente de ellas.
En el evangelio de hoy, San Juan describe una idea distinta de lo que era importante para los discípulos de Jesús. En su Evangelio, él no da importancia a los puestos de autoridad. Es el discípulo “bien amado” que ocupa el puesto de honor, no el que es nombrado jefe. El discípulo no es escogido para gobernar ni predicar, sino para servir como testigo fiel de la bondad de Dios. Es por medio de su testimonio de vida que el verdadero discípulo atrae a otros a Jesús. En este sentido, es Jesús mismo que es el pastor, “el Buen Pastor”.
Lo primero es “escuchar su voz” en toda su frescura y originalidad. No confundirla con el respeto a las tradiciones ni con la novedad de las modas. No dejarnos distraer ni aturdir por otras voces extrañas que, aunque se escuchen en el interior de la Iglesia, no comunican su Buena Noticia.
Es importante sentirnos llamados por Jesús “por nuestro nombre”. Dejarnos atraer por él personalmente. Descubrir poco a poco, y cada vez con más alegría, que nadie responde como él a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades últimas.
PARA LA VIDA
Después de una copiosa cena en una de esas grandiosas mansiones de Hollywood, un famoso actor entretenía a los convidados recitando pasajes famosos de las obras de Shakespeare. Al final aceptó una última petición. Un tímido y anciano sacerdote le preguntó si conocía el salmo 23. Sí, lo conozco y lo recitaré con una condición, que cuando yo termine de recitarlo, recite usted el mismo salmo. El sacerdote un tanto tímido aceptó el reto. El actor lo dijo maravillosamente y le aplaudieron entusiasmados. El sacerdote se levantó y dijo las mismas palabras pero esta vez no hubo aplausos, sólo un silencio contenido y alguna lágrima.
El actor saboreó el silencio durante unos momentos, se levantó y dijo: Señoras y señores espero hayan comprendido lo que acaba de suceder aquí. Yo conozco las palabras del salmo pero este sacerdote conoce al pastor. Pascua significa que somos personas transformadas. Y todos estos domingos son domingos de Pascua para recordarnos que Pascua no es un solo domingo, un solo día. Pascua no es solo una celebración, sino una manera de vivir.
El cristianismo comienza con la Pascua. Sin la Pascua no tendríamos evangelio que predicar, ni Cristo en el que creer, ni iglesia a la que pertenecer, ni misión, ni sacerdotes. Sin Pascua, solo silencio. Sin Pascua, nada. Sin Pascua, sólo muerte. Alégrense. Cristo ha resucitado. Cristo vive.
Yo soy el buen pastor. Yo soy la puerta, quien entra por mí se salvará. Yo soy la puerta de entrada a la casa del Padre. Yo soy la puerta a la plenitud de la vida. Yo soy la puerta del banquete y de la fiesta. Yo soy la puerta. Entren por ella y encontrarán seguridad, y salgan por ella hacia los verdes pastos de la vida.